El Mundo Today

2009/02/24

Vicky Cristina Barcelona

Todos buscamos lo mismo pero no todos lo encontramos en la misma forma de vida y algunos nunca lo encontramos; otros lo encontramos y luego lo perdemos; otros lo encontramos y lo conservamos durante mucho tiempo; aunque creo que la mayoría andamos dando tumbos por la vida y a veces ésta nos sorprende a algunos y acabamos en el lugar donde queríamos estar desde un principio sin saber cómo y sin necesidad de buscarlo. Lo encontramos por accidente o siguiendo la ley del wu wei: "acción sin acción".

En la película dos norteamericanas, Vicky y Cristina, se van a Barcelona a pasar unos días. Vicky parece tener muy claro qué quiere hacer con su vida; Cristina no tiene ni idea, pero está dispuesta a experimentar. Ambas evolucionan en la película y aprenden de su interacción con una simpática pareja de pintores. Los pintores, Juan Antonio y María Elena (Javier Bardem y Penélope Cruz), están divorciados pero mantienen una extraña amistad. La película explora de forma superficial y divertida, como lo suelen hacer las películas de Woody Allen, las diversas formas de vivir el amor.

Vicky pone a prueba la forma de vida que ha elegido y se arriesga a perderla para descubrir que, en efecto, estaba en lo cierto y esa era la vida que siempre había deseado. Aunque de las dos historias paralelas, ésta es la más tratada en la tradición cinematográfica.

La historia de Cristina es quizás más interesante por su novedad. A más de un corazón tradicional le producirá repelús el trío amoroso que forman los pintores con Cristina, pero si nos distanciamos de nuestra vida, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, quizás podamos reconocer el enorme valor que supone explorar una forma de vida que se sale de la norma. Cristina no sabe qué desea de la vida y tanto Juan Antonio como María Elena no saben el porqué del fracaso de su matrimonio, pero todos ellos se atreven a poner a prueba un experimento de amor a tres, en el cual todo parecer tener una cierta armonía. ¿Durará eternamente?

Los celos, el desamor, la incertidumbre, la tentación, la amistad y el amor, temas favoritos de Woody Allen aparecen entre los idílicos escenarios de Barcelona y Oviedo, tras la belleza de unos cuadros sugerentes y el acompañamiento de los sones de una guitarra tradicional.

Curiosamente hace no mucho tiempo tuve la oportunidad de leer un libro en el cual se ofrece una recopilación de las experiencias de varios matrimonios (y otras parejas) que han superado la prueba de los años. Vicky Cristina Barcelona me recordó a algunas de las historias del libro. Si os interesa el tema, la obra es “El matrimonio y sus alternativas” de Carl Rogers. Son historias reales de personas que han vivido en distintos tipos de relaciones: unas exploraron el amor fuera de la pareja; otras crearon comunas con diversas relaciones entre sus miembros; otras vivieron algún fracaso en sus primeros (o segundos) matrimonios y aprendieron de sus errores para alcanzar un matrimonio más acorde con lo que necesitaban. Es un libro interesante porque muestra el valor de ciertas personas por experimentar con la vida y por no dejarse llevar por la mentalidad de cordero que abunda, por crecer dentro o fuera de su vínculo afectivo y por ser tolerantes con el camino de crecimiento que elija su pareja. Es un libro que anima a aquellas personas que no saben lo que quieren, como Cristina, a lanzarse al escenario de la vida y a probar nuevas experiencias.

Ahora coloquemos un vídeo más tradicional, que sin duda nos hará reír después de estos comentarios y, sobre todo, si hemos visto la película de Woody Allen.

2009/02/14

El ramo de rosas

Hoy es el día de San Valentín. Nunca me fijo en este día excepto cuando no tengo pareja. Me encanta ponerme melancólica y soñar con los tiempos pasados, con los que están por venir y con todos esos sueños que nos inyectaron cuando niñas a todas las mujeres de mi generación.

Al ver pasar a ramos de flores colgados de hombres y mujeres, recuerdo un episodio verídico que viví hace más de diez años….

Soneto XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena,

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

(Garcilaso de la Vega)

Perdonad este inciso, que se me va la cabeza con tanta melancolía y tanto enamoramiento. Volvamos al episodio verídico.

Hace muchos años paseaba con por aquel entonces mi "amigo" y una de mis mejores amigas en una noche preciosa por las calles de una de las ciudades más mágicas de Europa: Estrasburgo. La luna escuchaba nuestros pasos por las calles empedradas, mientras el canal mostraba su reflejo y la casaba en la iglesia de Saint Paul. Nuestras risas se mezclaban con el silencio de un anochecer lleno de posibilidades.

De repente vimos a un grupo parejo venir hacia nosotros. Uno de los chicos llevaba un gran ramo de rosas en los brazos. Todos nos fijamos en él, cargando orgulloso con su precioso regalo. Lo que no nos esperábamos fue lo que ocurrió a continuación. Se paró en seco delante de mí y me ofreció el ramo con una sonrisa. Y, así, sin más, sin darme ni un momento para darle las gracias ni casi respirar, el grupo desapareció tal y como había aparecido en la noche mágica de Estrasburgo.

Evidentemente todo aquello nos pareció de lo más gracioso y seguimos riéndonos con ganas. A mí se me hacía raro caminar con aquel ramo en la mano, pero me sentía orgullosa de haber sido elegida. En uno de los puentes sobre el canal, las posibilidades de la noche se mostraron en todo su esplendor. Un grupo parejo al nuestro se nos acercaba. Animada por las voces de mis amigos y medio decidida, escogí a uno de los chicos del grupo y le planté el ramo de flores en los brazos sin darle tiempo a darme las gracias ni casi respirar.

En San Valentín siempre recuerdo la historia de aquel ramo de rosas y me pregunto qué ocurriría después, si aquel chico lo pasaría a su vez a otra persona y aquella a su vez a otra. También me imagino que vuelve a ocurrir, que un ramo vuelve a pasar de mano en mano en tal día como hoy y que no queda nadie sin saborear la alegría del regalo y del amor en el día de los enamorados, que también puede ser de los enamorados de la vida, como una presente.

No olvidemos a Garcilaso y disfrutemos de este día. ¡Carpe Diem!

2009/02/03

En busca de la felicidad

El Sr. Orato se levantó un día resuelto a encontrar la felicidad. Era un propósito que había fraguado en las alas de Morfeo y que, en lugar de elevarlo, como cabría de esperar en tales vuelos cósmicos, lo habían sumido en la más mísera depresión matutina. Pero el Sr. Orato era un hombre de recursos, aunque algo convencional. Había vivido siempre atado a un pañuelo de seda, a una posición equilibrada en un trabajo gris, a la soledad de un corazón desatendido y al desdén por aquellos que se hacían preguntas innecesarias sobre la existencia. Y he aquí que se hallaba ahora, después de tantos años sin deseos por satisfacer, asediado por esta repentina obsesión. Necesitaba dar con el paradero de la felicidad, que se había manifestado en su sueño como una mariposa de alas violáceas. Extraño presagio, dirían los dotados para la adivinación. Interesante mensaje del subconsciente, afirmarían las almas freudianas. Bobadas, resolverían los escépticos.

Cuando el Sr. Orato se proponía algo, no había ser en este planeta, ni obligación, ni moral capaz de detenerlo. Por ello, trazó un plan para ese día que culminaría en el ineludible encuentro con el famoso ente conocido como la felicidad. Llamó al trabajo para pedir el día libre aludiendo asuntos personales de extremada importancia; husmeó su armario buscando un atuendo acorde con la misión que lo esperaba en las calles de Santiago y, tras dudar durante unos segundos, se vistió el traje de explorador de su abuelo. Si la felicidad era una mariposa, sólo necesitaba un cazamariposas para que esta vestimenta fuese perfecta: casco quijotesco, pantalones bombachos, camisa descolorida, que se remangó cuidadosamente, y por último unas botas todoterreno. Las botas no eran su número, así que volvió a conocer un instante de inexplicable desolación. Y una duda se coló en el hueco existente entre sus dedos y la punta de las botas: ¿y si no encontraba la felicidad? Aquello lo hundió en la más desdichada de las muecas faciales que jamás había visto en su impecable espejo tallado.

Salió a la plaza de la catedral sopesando si el dolor que sentía en el pecho correspondía a la indigestión del desayuno rápido engullido en uno de los bares o a un mal mayor de carácter desconocido relacionado con su amargura particular. Agarró con ambas manos su cámara de fotos que, a falta de binoculares, completaba su atavío y masajeó disimuladamente su pectoral sin dejar de preguntarse las cuestiones más insólitas sobre su vida. En ese momento una imagen llamó su atención y hubo de sentarse petrificado en uno de los bancos de piedra de la plaza. El gran edificio de la catedral se mezclaba con el cielo y posaba majestuoso entre besos de rayos violáceos que se tornaban amarillos. Piedra oscurecida por la falta de luz del día; rayos tímidos del amanecer; caricias de amante. Y sus mejillas estremeciéndose de placer ante el calor de su propia agua salada. Dejó correr las lágrimas extasiado ante aquella hermosura. La cámara de fotos seguía colgada a su pecho, pero tal era la cantidad de sentimientos que asaltaban el corazón del Sr. Orato que aquel detalle le parecía superfluo en comparación con la inmensidad de lo que estaba experimentando.

Al tanto sus lágrimas se mezclaron con otros elementos acuosos procedentes del desconocido cielo. Había comenzado a llover y el Sr. Orato se relamía y saboreaba la lluvia como un loco. Levantaba los brazos y saltaba con auténtico gozo infantil. Sin percatarse de lo que lo rodeaba, se movía de un lado a otro, saltaba, reía, lloraba y se olvidaba de su propósito de la mañana, perdido en el momento aquel de sentirlo todo. Por fin después de cuarenta y pico años insípidos, había comenzado a vivir y aquel era su bautizo a esta vida, regalo de la mariposa. Al rato, comenzó a sentir cierta intranquilidad de nuevo y al observar las miradas de incomprensión y de burla de los transeúntes, adquirió una sospecha sobre sí mismo: estaba volviéndose loco. Y el terror comenzó a apoderarse de todo su ser. Y, mientras sentía el temor ante la vida y el que pudiera pensar su hermandad de humanos, mientras su conciencia lo hacía más vulnerable que nunca al ojo ajeno, una dicha particular, extraña, amarilla y violácea por su sabor dulce y amargo, le atrapó las entrañas y le habló telepáticamente de un gran amor que jamás abandonaría su interior.

(Continuará…quizás)