El Mundo Today

2011/09/29

Tarde de fútbol

Mis sentidos la fueron conociendo sucesivamente.
Una noche de verano me despertaron unos alaridos de mujer, en un principio pensé que alguien la estaba golpeando, pero cuando mis neuronas se despabilaron, pude distinguir, entremezclados con los aullidos, unos estertores masculinos y entonces comprendí lo que pasaba: el piso superior volvía a estar ocupado y mi nueva vecina era una bomba sexual. Por la mañana me faltó tiempo para mirar sus nombres en el buzón: Fernando y Leila.

Las noches siguientes, antes de acostarme, me quedaba un buen rato apoyado en la ventana con la esperanza de volver a escuchar esa serenata de gemidos para masturbarme a su compás. Pero los fornicios de la pareja parecían ser tan escasos como intensos, sólo oía el entrechocar de unos frascos de cristal seguido de una oleada de perfume caro. ¿Utilizaría mi vecina el mismo pijama que Marilyn? Sólo pensarlo me enervaba.

Necesitaba verla, proporcionar un cuerpo a mis fantasías sonoras y auditivas. Siempre que oía unos pasos o una puerta cerrarse en la galería superior, me lanzaba a la ventana que daba al patio para ver si era Leila, pero nunca era ella; debíamos de tener horarios opuestos.

Por fin, un día, mientras esperaba el ascensor, una mujer entró y me saludó, la reconocí por su perfume. Era bonita, sí, pero era algo mucho mejor que eso, era pura carnalidad comestible y acariciable. Al verla, acudió a mi cerebro un aluvión de palabras: suave, jugosa, mordisco, seda, sabrosura, melón, esponja, satén.
-¿A qué piso va?
-Al cuarto.
En los pocos segundos que duró el viaje me dio tiempo a repasar todo su cuerpo con la mirada y a imaginarme su pubis con bragas y sin bragas, sus piernas con medias y sin medias, sus pechos con sujetador y sin él. Y, mientras tanto, algo de mí iba ascendiendo a la vez que el ascensor.
Ella se dio cuenta de lo que pensaba; pero, lejos de enfadarse, me devolvió una mirada de socarrona complicidad y al despedirse, sus ojos se detuvieron un momento en el bulto de mi pantalón.

Morder cada centímetro de ese cuerpo, acariciarlo poro a poro, besarlo lunar a lunar, lamerlo de hueco en hueco se convirtió en mi obsesión. Tramé mil estrategias para conseguirlo y me decidí por la que me pareció más viable: hacerme amigo de su marido.
Fernando era un fanático del fútbol, siempre que se jugaba un partido se le podía ver en el bar de la esquina gritando y aporreando las mesas; éste fue mi banderín de enganche. Fingí ser hincha de su equipo y, cuando ganaban los nuestros, lo celebraba pagándole unas cañas. Terminamos siendo camaradas.

Un día que retransmitían una final, lo invité a mi piso y me esforcé en ser un anfitrión ejemplar; lo obsequié con todo tipo de frutos secos y de bebidas alcohólicas, me debía una.
El siguiente fin de semana me la pagó invitándome a su casa para ver un partido de la selección. Me abrió la puerta Leila, que llevaba puesta su mirada socarrona y una batita azul dos tallas más pequeña que su cuerpo, le llegaba hasta la mitad del muslo y tenía el último botón desabrochado.

El escenario estaba preparado para vivir una intensa tarde de fútbol: la mesa repleta de canapés, la televisión encendida y sin voz y la radio a todo volumen (decía Fernando que así se enteraba mejor de los partidos).
Los jugadores salieron al campo y Leila se paseó por la sala desplegando su carnalidad. Yo no le quitaba ojo de encima, sobre todo cuando se agachó para servirnos unas cervezas y la abertura entre el segundo y el tercer botón se ensanchó dejando ver unas bragas blancas, con agujeritos. Ella respondía a mis miradas con sonrisas picaronas, se notaba que le gustaba ser admirada con la vista.

Cuando acabó el despliegue, se sentó con las piernas cruzadas frente a nosotros, en un sillón situado al lado del televisor, y se quedó pensativa, chupándose el dedo meñique de la mano en la que apoyaba la cabeza. Mis pupilas no cesaban de recorrer de hito en hito a la niña de mis ojos y en los ojos de mi niña se encendió una lucecita traviesa. Se retrepó en el sillón y bajo el azul de sus bata apareció el blanco de sus bragas aderezado de puntitos por los que su abundante vello rebosaba.
-¡Uuyy! El balón ha pasado lamiendo el poste de la portería española -exclamó aliviado el locutor.
Posé la mano sobre mi postecillo. Ella se lamió los labios.
-Me parece que como no abramos espacios se nos va a presentar un panorama muy muy oscuro -aseguró un comentarista.

Con un gesto le pedí que se abriera de piernas. Lo hizo, mostrándome una vista panorámica de su entrepierna, cada vez más oscura a medida que sus bragas se humedecían.
-¡Venga! ¡Abrid espacios! ¡Abrid espacios! -gritaba el marido con el oído pegado a la radio.
Leila se desabrochó el segundo botón, y el tercero. Luego continuó con los de arriba: uno, dos, tres…Yo me desabotoné la bragueta. Ella se levantó, se situó delante del televisor y terminó de abrirse la bata.
-Está claro que nosotros somos superiores, pero esto no sirve de nada si no mostramos nuestros poderes sobre el terreno -sentenció el comentarista.
Yo me saqué la polla, la mujer deslizó el sujetador hasta debajo de sus pezones, el marido dio un puñetazo en la mesa:
-¡Joder! ¡Ya me estoy empezando a cabrear! ¡Qué pandilla de mentecatos!
Su esposa se levantó el borde de las bragas para enseñarme el túnel.
-¿Qué tal, Fernando? ¿Cómo lo ves? -le pregunté.
-Lo veo muy negro, muy muy negro -respondió esbozando media sonrisa.

Hay dos cosas que me admiran de este hombre: el sentido del humor con que se toma su ceguera y la vehemencia de su afición futbolística pese a no haber podido ver un partido en su vida.
Leila, caramelito engolosinado, se aproximó a nosotros, derritiéndose mientras caminaba, y se sentó en el sofá entre los dos. Acuné su pecho con mi mano y su lengua con mis labios. Al fin la conocía con los cinco sentidos, y con los cinco me proponía gozarla. Le besé los hombros, lamí su cuello, mordí su oreja; mi mano descendió hasta el vientre, se demoró en el ombligo, ascendió por la espalda hasta las axilas, circunvaló la aureola de los pechos y pellizcó los pezones. Después mi lengua recubrió de saliva la ruta que mis manos habían abierto.
-¡Penetrad por las bandas, jodidos! -bufó el marido.
Le acaricié el interior del muslo mientras mi pulgar recorría por encima de las bragas el surco de su raja.
Fernando descargó su indignación con el árbitro:
-¿Pero vas a tocar el silbato de una vez?
Leila me agarró el pito y se lo metió en la boca. Mi mano continuó su expedición, me entretuve un momento peinándole el vello púbico y luego paseé por el monte de Venus y por las ingles.
-¡Profundizad! ¡Profundizad! -jaleaba Fernando.
Le introduje la mano entre las bragas y la coloqué sobre la vulva, masajeando al mismo tiempo el pubis; le abrí los labios con los dedos y hurgué dentro, extendí sus jugos alrededor del clítoris hasta que se puso duro y utilicé el dedo corazón para acariciarlo a la vez que el interior de la vagina.
-¡Tapad huecos! -clamaba el marido
Me apetecía un montón metérsela a su mujer, pero tuve que conformarme con follármela con los dedos. Reservé el pulgar para mimar el clítoris y hundí el índice y el corazón en su acuosa gruta.
-Si no hay coordinación, no vamos a ninguna parte -aseveró el comentarista.
Leila acompasó el movimiento de sus caderas al ritmo de mis dedos, que cada vez se iba haciendo más rápido. Estábamos a punto de estallar, ella no podía reprimir más sus jadeos y de vez en cuando se le escapaba un gorjeo.
-Gggg…
Si continuábamos, su marido nos iba a descubrir, pero no podíamos detenernos. Leila proyectó su furia reprimida contra mi trabuco y comenzó a zarandeármelo frenéticamente. No resistí más y me abandoné. Mi semen salió disparado hacia el televisor y se incrustó en la escuadra derecha de la portería justo en el momento en que un balón atravesaba la izquierda.
-¡Ggggool! ¡Gggol! ¡Auuú! ¡Auuú! ¡Gol de Rauuúl! -aulló Leila.
-¡Goool! ¡Oh, oh, oh! ¡Goh, oh, ohl ! -bramé yo.
-¡Joder, chicos! -dijo su marido-. Hay qué ver con qué pasión vivís el fútbol. Cuando mete un gol España, parece que os estáis corriendo de gusto.


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2011/09/28

What would happen?


if one fine morning


the world just ate itself?


Without any warning


no space-time continuum


or those awful jobs


or worrying ‘bout the self.


No more boredom in a room


or cleaning clothes and washing delph.


No more hangovers or love disasters.


No more Birthdays or Christmas days.


No more crap or walking on crap.


No appliances breaking or dripping taps.


The ultimate end of everything


must be all and something.


For one, no more no sleeping at night.


Why doesn’t it just go and eat itself?


Maybe now it’s working up an appetite.










Luna de miel

Llevábamos una semana secuestrados en esa selva y hasta ese día no se habían metido con nosotros.
Aquella noche mi mujer se durmió pronto, pero a mí me robaba el sueño el bullicio que llegaba desde fuera de la choza; las carcajadas y los cánticos de los guerrilleros que nos mantenían retenidos y que probablemente habían recibido una partida de alcohol. Los diálogos fueron derivando a fanfarronadas obscenas y cada uno de los cuatro competía en imaginación enumerando sus hazañas sexuales. Y, ante mi sorpresa, era la única mujer del grupo armado la que más animaba con sus comentarios aquella tertulia.

Fue la primera en entrar. Sus orgullosos ojos azules brillaron en la puerta, húmedos de licor y de lujuria. Nos sacaron del catre a empellones y a mí me ataron a una silla de pies y manos, con las piernas muy separadas. Vi a los hombres, cuatro bestias de mirada sucia endurecidas por la guerra, reprimir los gritos de mi amada a bofetadas, y yo enloquecía intentando romper mis ligaduras.

La mujer, que hasta ese momento se había mantenido aparte observando la escena, ordenó a sus compañeros con un gesto que cesaran su violencia, se acercó a mí contoneando su cuerpo y me susurró:

-Tranquilo, papito. No será así como salves a tu niñita del deseo de estos puercos -comenzaba a desabrocharse la guerrera-. Te voy a hacer pasar un buen rato, mi amor, pero tú vas a tener que mantenerte calmadito.

Uno de sus pezones, negro y pequeño, brotó tembloroso entre la tela sobre un pecho redondo y perfecto que atrajo mi mirada a pesar de la situación. Se arrodilló frente a mí y mientras abría mi bragueta, clavaba en la mía su mirada obscena y se humedecía con la lengua sus carnosos labios.

-Te la voy a chupar, mi amor. Como nunca te la han mamado. Y cuando te corras en mi boca te van a temblar hasta los huesos pero... ¡ay, papito!, si lo haces, si no aguantas más y me das tu leche, le estarás dando tu mujer a mis amigos, y esos cuatro animales se emplearán a fondo con tu nenita. Así que calma, mi amor, no te me vayas a correr.

Desde el primer momento se volcó con pasión en la perversa tortura, recorriendo mi glande con su lengua, engullendo en su boca mi verga entera, mordisqueando suavemente la base, sorbiéndome entero entre sus labios, y era tal el placer que obtenía de ello y de las caricias que ella misma se proporcionaba que pronto noté en los espasmos de su boca y en sus gemidos que se estaba corriendo.
Cerré los ojos y apreté los dientes intentando contener los latigazos que recorrían mi cuerpo mientras ella seguía ordeñándome con fruición. Procuraba imaginar con nitidez la terrible y sucia escena que sucedería tras mi rendición, me ayudaba a retener la eyaculación la visión de esos cuatro gorilas arrancando las ropas de mi esposa, manoseándola todos al mismo tiempo, obligándola entre vejaciones a adoptar humillantes posturas en las que los cuatro accedieran a un hueco por donde penetrarla.
No podía más. Dirigí la mirada a mi esposa para fortalecer mi ánimo y descubrí con pavor en sus encendidos ojos, en sus labios entreabiertos, que estaba caliente como una perra en celo, excitada como yo nunca la había visto.


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2011/09/27

Para Gala Vulin: Lobotomía mentirosa: El botones o "No hay marcha en Nueva York"



O eso decía Mecano. Joder. ¿Mecano? ¿En serio? Déjense de joder, ¿quieren? Creo que hasta tenían la desfachatez de acabar la canción asegurando que preferían Madrid.
Vamos a ver, un poquito de por favor: no tengo nada contra Madrid; es más, tengo mucho a favor, si lo sabrá Madrid. Pero si hablamos de marcha, déjense de joder: Nueva York es imbatible. Como muestra, un botón.
El otro día, sin ir más lejos, estuve en el Cave Canem con Allen. Me gusta ir a escuchar la rumba y el jazz, cuando me da el bajón; aunque esta vez estábamos porque le había dado el bajón a Woody; y es que siempre fue un aprensivo.
Woody me pagó el viaje. En turista. Siempre tan tacaño. Esta vez decidí no fingir que me gusta cómo toca el clarinete. Todo tiene un límite. Pero nuestra amistad es antigua y acabaré perdonándole.
De todas formas dio igual: la compañía aérea había incurrido en la irritante práctica del overbooking, esta vez con el resultado colateral de que le quedaban plazas en primera. Andaban buscando pasajeros sobrantes de turista que fueran bien vestidos para pasarlos a primera a precio de turista sin desmerecer demasiado; y como es natural me eligieron a mí. Me felicité por mi previsión: la noche anterior había indicado a mi mucama que me hiciera la raya del pantalón como sólo una madre sabe.
En Primera Clase nos sirven champán como si fuera gratis. Me han sentado al lado de una viuda millonaria de unos 61 con pinta de pasarse media vida en el gimnasio. Le pregunto si se ha hecho un transplante de cuerpo o un implante de cabeza. Ella se ríe y moja bragas. Lo sé, lo (a)noto. No sé si las moja como se debe o en plan pérdida de orina a lo Concha Prolapso, pero empiezo a sentir curiosidad por averiguarlo. ¿Se habrá hecho la cirugía hasta en la concha?
A los veinte minutos de conversación me ofrece que me vaya a vivir con ella a Virginia Oriental, un estado que ni siquiera existe. Entiendo que la oferta es en régimen de puto, es decir de jigolo, y me halaga que suponga en mí las capacidades sentisementales que la empresa exige.
Me sabe mal dejarla con las ganas. Parecía tan complaciente, al menos en potencia. Pero, como dice don Mariano, "hay que actuar con responsabilidad". De todas formas, y se ponga como se ponga el líder del PP, una vez en el aeropuerto le dejo que me la casque el tiempo necesario en el habitáculo donde las madres cambian el pañal a sus cachorros.
El embajador de España en Washington se ha desplazado al aeropuerto Kennedy para recibirme. Se disculpa, el muy pelotudo, por el retraso y yo sin mirarle le digo que es igual, que mi avión también se ha retrasado. Su compañía es tediosa, pero al menos me evita los engorrosos controles con los que acá se humilla a la plebe. Para que me deje en paz, le informo de lo que pienso del actual Gobierno en general y de la ministra de Exteriores en particular. No omito una descripción cuartelera de "el culo y las bufas" (aquí creo que he levantado la voz más de la cuenta) de la Sra. ministra. El chofer del Sr. Embajador me deposita en mi hotel.
Suena el teléfono. Es Donald Trump, que se ha enterado de que distingo al establecimiento con mi visita y presencia y me invita a una orgía con su harén para que haga lo propio con su suite. Para ayudarme a pensarlo, le digo que me mande a alguna y así me hago una idea de qué esperar. Me envía a dos, madre e hija. Les parezco simpatiquísimo a las dos. Es normal. Cuando quiero soy bastante majo; y Donald, no digamos. Don es un tío la mar de enrollado.
En la cama intento complacerlas, pero la paja de la millonaria me ha dejado algo desganado, todas esas pulseras de perlas. De todas formas la madre se esmera tanto, que es forzoso corresponderla. La hija también recibe lo que le corresponde. De recepción me envían a un botones de 18 años para asegurarnos todos, empezando por el director del hotel, de que las chicas no se queden decepcionadas.
Pido que me dejen solo para dormir la siesta tranquilamente, pero otro botones de más edad hace subir a una camarera de las que le van a Dominique Strauss-Kahn, a que me haga compañía hasta que me duerma. Después ronco tanto, que se va a dormir a la suite. A las dos horas vuelve el botones joven (nunca me acuerdo de cómo se llama; el viejo, tampoco) con Lou Reed y la actual amante de este: Idoia López Riaño (a) "la Tigresa". Yo le digo a Lou: pero qué haces con esta hijaputa; y él me dice: bue, no es la Nico, pero para un rato vale: no sabes qué mamadas hace la hijaputa esta; y yo: bah, no será para tanto; y él calla significativamente. Qué lecciones nos da Lou.
Tienen razón los putos progres: no hay nada como recargar las pilas. En el momento de percutirle mi love juice a Idoia, (a) "la Muelle", en el cielo de la boca, echo la cabeza atrás, los codos atrás, y grito: "¡Rajoy!" con toda mi alma. Idoia acusa el golpe, pero es una mujer de paz y se lo traga todo. Tiene razón Burracalba: esta vez va en serio. Encima la he obligado a ponerse un tricornio con la estrellita del Mundial 2010. Le queda ridículo, como debe ser. Inmundicia para Sigmund.
Dios, me encanta Nueva York. Aun así despierto de mi segunda siesta un poco inquieto. ¿Será el jet-lag? ¡No!: es que comparto la fascinación de Burracalba por la Tigresa; y la de la Tigresa por la Benemérita. ¡Si Rosón levantara la cabeza!
Me pongo a leer a Turguénev. Yo soy así. Vuelve a llamarme Trump diciéndome que dónde cojones estoy, que las tías no hacen más que preguntar por mí. Después de recordarle que jamás debe levantarme la voz, le aseguro que por hoy ya he puteado bastante. Él me dice: "No sabes lo que tengo aquí arriba, no te lo puedo ni explicar".
La curiosidad me puede. La Muelle parece habérmela dejado viva, cosa rara en una asesina; y además el botones viejo me trae unas píldoras azules que me dejan como nuevo. Ya arriba, Trump se empeña en que bese en la boca a todas las chicas de la fiesta, cosa que hago con una excepción (¿cómo puede tener a semejante callo en el harén?). En fin, una cosa lleva a la otra...
Hemos usado la cama de Don. Impresionante. Daba vueltas. Sus perras me la dejan tan seca, que no sé si me servirá para mear, en lo que queda de mes; y desde luego las erecciones están descartadas. ¿Habré perdido mi encabritado entre las sábanas? Entonces me dicen: "Tenemos una sorpresa muy especial para vos".
Resulta ser Scarlett Johansson, que como una loca adopta la misma pose que en la tercera foto robada y me exige que la sodomice. Fuerte y sin lubricantes, monsergas ni contemplaciones. Llamo, urgentemente, al botones joven. También al viejo, por si acaso. Los viejos se las saben todas. Luego conecto la cámara del móvil y busco una silla cómoda para contemplar el espectáculo mientras degusto un Lagavulin.

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2011/09/21

It's the season

It´s the season.


It's cold outside.


Where can we hide?


We're all guilty of treason.


A bee germinates a flower


within our hours.


A metal meets the solid state


with our powers.


What can we do above our maladjusted scour?


How can we be as we try to live up to our potential?


We live in residential areas,


we go to the one job,


the one shop,


the one house and wake up


to the voice, the one choice-


this society.


Joyce and Borges stayed up late writing stuff.


They confused us. They were right. They bluffed us.


Don't mention love to me!


Get me an old type writer


and like cartoon characters eating corn on the cob


I could write about it.


Nothing is written on the page.


It happened to fast


shown as the unknown pleasures that be.


I love you Snow White.


I look down from a height.


I saw it all fade.


Above 30 degrees celsius


an Irish man finds it uncomfortable.


Switch spades.


I'm digging from the one hole.


A lost husky-


Oh my God, she's nagging me.


Listen to me woman I'm just wondering


where I left my dancing shoes!


Fuck this world!


I wouldn't open up the curtains


only for my pet pot plant. Good morning pet pot plant!


Fuck this paper politics,


this origami government


and the financial resentment.


I'm going to build a paper airplane


and throw it at the sun or


hire a man with a gun.

2011/09/20

Cena de Nochebuena

El sueño más impactante que puedo recordar lo tuve a los diecisiete años. Por aquel entonces, yo era un jovencito tan extremadamente tímido que para mí suponía un verdadero problema cualquier relación con personas desconocidas, convirtiéndose en un suplicio si se trataba de mujeres. Acababa de conseguir mi primer trabajo como camarero de fin de semana en el bar de un pueblo cercano al mío. El jornal era más mísero que escaso pero acepté el empleo porque me obligaría a entablar contacto con la gente, a superar mis complejos que en aquellos años paralizaban el ímpetu juvenil que aullaba en mi interior. Porque estaba hambriento de experiencias, ansiaba conocer lo que la vida podía ofrecerme.
No me equivoqué. A los pocos días mi encarcelado espíritu aprendió que no era tan complicado romper el hielo con un desconocido y empecé a acostumbrarme a las conversaciones triviales de taberna, a comentar jugadas de fútbol y manos de mus, a corear goles y protestar pitas.
Estos pequeños progresos espolearon mi audacia, tanto que decidí aventurarme en el misterioso y aterrador mundo femenino.
Ella era casi tan joven como yo. Pasaba gran parte de las tardes en la esquina de la barra, sentada frente a su interminable coca-cola y fumando un cigarrillo tras otro. Era bajita, no muy guapa, con una de esas melenas rubias cardadas que en aquel tiempo se estilaban en las discotecas, y un pequeño cuerpecito que albergaba más curvas de las que yo había imaginado que existieran en la realidad. Me recordaba a las heroínas de los comics de superhéroes galácticos, siempre embutidas en trajes elásticos que permitieran admirar su poderoso pecho, su cintura estrechísima, su cadera exacta.
Así era ella. O así la veía yo al menos. Las primeras conversaciones que entablamos, gracias a su iniciativa, naturalmente, fueron torpes y resbaladizas, sazonadas de mi rubor y de sus risas, pero poco a poco, tarde a tarde, fui tranquilizándome y empecé a disfrutar de su charla, de su pícara mirada, del movimiento de su cuerpo cuando saltaba de la banqueta hacia la máquina del tabaco.
Vivía sola. Acababa de emanciparse de sus padres, que se habían ido a la capital, y mantenía una relación con un novio con el que esperaba llegar a casarse.
Aquel año mi familia decidió pasar las Navidades fuera de la ciudad, en casa de unos familiares catalanes a los que todos adoraban menos yo. Hasta entonces nunca se me había ocurrido desvincularme de un proyecto de esta índole, ya que en mi casa se respiraba un ambiente muy tradicional y la Navidad era para pasarla todos juntos. Pero esa tarde le comenté a mi nueva amiga mis poco apetecibles planes brindándole, sin saberlo, la oportunidad que su traviesa mente esperaba. Apoyó los codos en la barra, sobre ellos su carita con esa mirada viciosa que me desvencijaba, y dejó caer su pecho sobre el mármol con un rebote que hizo vibrar su gimnástico canalillo y la piel de mi escroto.
-Podrías decirles que esa noche trabajas e invitarme a pasar una noche buena contigo en casa de tus padres. Estaríamos solos, ¿no?
No pude contestar. No me salió la voz. Un tartamudeo se me atragantó y, tras toserlo, asentí con la cabeza. Casi instantáneamente, la garra de la culpabilidad me atenazó el vientre pero, ¿cómo iba a negarme? Mentiría a mi familia, rompería la tradición navideña y llevaría a casa a una chica que además tenía novio; lo que fuera, pero mis manos me temblaban de ganas por explorar el cuerpo de esa especie de novia de Flash Gordon.
Fue una nochebuena sin cena. Yo era virgen, pero no iba a permitir que ella lo supiera, mi incipiente orgullito varonil me empujaba a simular una experiencia que no tenía.
Entramos en casa, cerré la puerta y la besé. Largamente, intentando olvidar la prisa y los nervios. Me arrodillé frente a ella, le quité las botas y le bajé despacio los pantalones escuchando cómo cambiaba su respiración. Eso me excitó tremendamente. Ella se apoyó en la mesa, se quitó con un movimiento la camiseta y el sostén, abrió levemente sus piernas e inclinó hacia atrás la cabeza. Yo, aún de rodillas, le di un beso suave en el muslo, justo al lado del borde de la braga. Miré hacia arriba y me abandoné en esa mirada a la belleza que se me ofrecía, a la heroína de cómic hecha carne, erguida ante mí, al suave e irregular movimiento de sus tetas, a la erección descarada de sus pezones. Dejé que esperara, que se sintiera recorrida por mi deseo, y sentí cómo ella lo recibía, cómo se abandonaba a la caricia de mis ojos, gimiendo quedamente y arqueándose muy poco a poco.
Apoyé mis manos justo al lado de su ombligo y la fui acariciando lentamente hacia arriba, hasta hacer suave presa en sus pechos. Ella gimió más fuerte y me miró. Era la primer vez que disfrutaba de los ojos humedecidos de una mujer excitada y sentí cómo crecía mi erección. Lo estaba haciendo bien, y me envalentoné. Cogí sus bragas por los bordes y las hice descender con lentitud, parando un momento en las rodillas. Calor, mucho calor. Un beso justo en la raíz del vello y ella que cierra ligeramente las piernas para que la prenda resbale y luego las abre más, con descaro, con el pubis alzado, mostrando y ofreciendo la belleza de su coño a mi boca. Parece que la estoy viendo, suspirando y gimiendo más fuerte aún al sentir el primer contacto de mi lengua, retorciéndose con la precaución de no alejarse de los labios, del calor, de la caricia suave y eléctrica que la hace sentirse envuelta y sumergida en su propia humedad, oyendo sus propios jadeos como si fueran de otra persona.
Apoyó sus manos en mis hombros y me empujó hacia el suelo. Me desnudó rápidamente, con decisión, expresando su prisa por ser penetrada, pero, de repente, se quedó quieta y se dedicó a observar mi polla erecta. La besó. Con tal suavidad que casi no sentí la caricia, casi la imaginé. Repitió el beso. Otra vez, pero con los labios un poco más abiertos. La besó de nuevo pero esta vez la pequeña presión hizo que mi glande resbalara un poco dentro de sus labios.
Y me corrí.
Sí, amigo, tontamente me corrí, de forma instantánea, incontrolable.
Escupió mi semen y un par de insultos. Estaba muy enfadada. Me llamó niñato y minutillo, y gritaba que la culpa era suya por liarse con meones, mientras se vestía con precipitación. Yo no podía reaccionar. Aterrorizado y muerto de vergüenza vi como daba el portazo y se iba sin poder articular una palabra.
El sentido del ridículo y el sentimiento de culpa se aliaron esa noche para ofrecerme un sueño que difícilmente olvidaré.
Yo veía a mi alrededor a toda mi familia: mis padres, mis hermanos, y hasta a los tíos catalanes a los que no había querido visitar. Estaban sentados en el comedor, en actitud de empezar a cenar, pero había algo extraño: el ángulo desde donde yo podía verlos, mi ubicación no era normal. De repente, entendí.
Estaba sobre la mesa, tumbado en una gran fuente y rodeado de un humillo de olor a tostado y una generosa guarnición de patatas y verdura. La cena era yo.
Mis familiares charlaban animadamente mientras mi madre empezaba a trincharme, dando explicaciones a los demás sobre cómo conseguir el punto de asado sin que la carne pierda jugosidad. Yo intentaba gritar, pero no podía. Tenía una manzana en la boca.
Tajadas de mi cuerpo iban distribuyéndose por los platos mientras mi hermana elogiaba las virtudes culinarias de mamá y yo descubro que a la cena también está invitada mi cardada amante, mi compañera de travesura, que saborea delicadamente un bocado especial: mi propio pene, empalmado de forma artificial.
-No le he metido bechamel para que no empalague -aclara mi madre-, el relleno está hecho con el hígado picadito y un poco rehogado.
Desde la fuente, mi cabeza ladeada observa cómo mi conquista chupetea dulcemente mi polla que cada vez se endurece más, y descubro que me excito y que siento sus labios a pesar de la amputación y el tueste. Gimo y muerdo la manzana, mientras mi verga en tensión da pequeños latigazos dentro de su boca que se dedica ya a chuparla entera, recorriéndola de arriba abajo una y otra vez hasta que no puedo más.
Empiezo a eyacular salvajemente y ella saca de su boca mi rabo y lo agita alegremente en el aire, rociando a todos de semen y trocitos de hígado que brotan de mi encabritado.



<< Penitencia    Reto nº 4>>

2011/09/18

Penitencia


Unos meses antes de hacer la Primera Comunión, los niños de mi clase íbamos dos veces por semana a la parroquia para que el cura nos diera catequesis. Un día me porté mal y me encerró en el cuarto oscuro, que no era más que una habitación con la luz apagada. Me quedé dormido y soñé que estaba en una plaza en la que jugaban un grupo de niños y niñas de mi edad. Las niñas se retiraron unos metros mientras que los niños formaban un corro y comenzaban a cantar esta canción:

“Examen de conciencia,
dolor de los pecados,
propósito de enmienda,
decir los pecados al confesor,
cumplir la penitencia
y a tocar, a tocar… ¡A Carolina!”.

Inmediatamente, apretaron a correr detrás de la tal Carolina; cuando la alcanzaron, le metieron mano por todos los sitios, ¡cómo se retorcía de gusto la viciosilla!
Carolina era la niña de la que yo estaba enamorado; mi primer amor platónico. Me desperté convencido de que ese sueño me lo había enviado Dios por haber sido malo.


<< Reto nº 3         Cena de Nochebuena >>

2011/09/12

Reto n.º 3

Envíame un sueño.
Entre los cientos de sueños eróticos que has tenido a lo largo de tu vida, seguro que ha habido alguno tan desasosegante que se ha quedado grabado en tu memoria para siempre, cuéntamelo.
Yo ya te envié uno de mis sueños en la primera carta, pero cumpliré mi parte del reto y te mandaré otro.


<< Beatriz y la espuma          Penitencia >>

2011/09/08

I saw a Pretty Girl

I saw a pretty girl.



She didn’t listen



to what I had to say.



She just got up then



and walked far away.



To where I don’t know!



Somewhere else I suppose!



Off she popped to a place



where another beautiful face



sat waiting for her expose.



Beautiful faces are just



wanting faces in quiet places.



Beauty within is more than lust.



So that pretty girl



can just fuck off to Boots



for some moisturiser,



dye for her dying hair



and age stopping fertiliser.

LAW AND ORDER

With the proper order of things



a pigeon flies in and out of a coffee shop



secreting and excreting things without a secret.

2011/09/07

El motivo (microrrelato 25)

En la aduana el guardia de fronteras le preguntó cuál era el motivo de su visita.
--Turismo --le soltó.
Por primera vez el guardia lo miró fijamente a la cara, durante unos ocho segundos.
--No me parece un turista --dijo mientras le sellaba tres meses--. Más bien un viajero.
¿Cómo no iba él a quedarse en un país así?

2011/09/05

Beatriz y la espuma

La mayor de mis obsesiones sexuales, la escena que más veces se repite en mis fantasías la protagoniza una antigua compañera de trabajo en una productora en la que estuve hace unos años. Su nombre era Beatriz.

Era alta y esbelta, con una figura no perfecta, pero sí impactante. Una de esas mujeres que al principio te choca, cuando te fijas más te decepciona y cuando insistes en la observación descubres que tiene mucho que lucir.

Su culo era tal vez un poco pequeño, no del todo armónico con la bella espalda que exhibía con sus audaces escotes traseros pero, eso sí, respingón y travieso, dotado de ese movimiento de escolapia inquieta que delata su presencia justo cuando se va.

La cintura era delgada pero algo sosa de curvas, y no habría llamado la atención de nadie de no ser por su función de enlace con los pechos más soberbios que en mi vida he contemplado; dos melones enhiestos con el botón justo en lo alto, temblorosos y altivos, siempre inquietantes bajo la gasa de las leves camisas con las que se atrevía a lucirlos sin el sujetador que, por la edad y el tamaño, parecería prenda necesaria. Esas increíbles tetas pasaban ya de la treintena y habían amamantado a dos hijos, pero se resistían a rendir su turgencia y se mantenían dulcemente erguidas en su potencia, majestuoso y vibrante altar de mi lujuria.

Destacando bajo su rizada melena, los enormes ojos negros de Beatriz se fijaron en mí desde el primer día y no hubo jornada laboral en la que su dueña no me obsequiara con algún comentario, dulces e inocentes flirteos con trastienda húmeda y caliente.

Pronto me rendí al encanto de aquel cuadrilátero mágico delimitado por sus ojos y sus tetas y, poniéndome a sus pies, le declaré mis honrosas intenciones de comérmela enterita. Ella me confesó que no existía nada que deseara más, pero que su fidelidad, no tanto a su figura de esposa como a la de madre, nos impedía mayor acercamiento.

Insistí, cortejé, imploré, pero nada me valió.

Desde entonces la imagen de aquellos dos tiernos infantes a los que nunca vi constriñó mi mente como un cilicio, y se afianzó de tal manera en mi pensamiento, como valladar a mi deseo, que pasaron a formar parte activa de mis más recurrentes fantasías onanistas.

Te cuento una. Se desarrolla en la cocina de Beatriz.

Ella friega los platos de espaldas a mí, con las manos sumergidas en la espuma del detergente. Lleva forradas sus piernas con unas mallas y la cintura liberada de una cortísima camiseta que encabrita su tieso pecho.

Los dos niños, sentaditos en dos sillas altas, engullen papilla y observan cómo yo me acerco a su madre por detrás y dejo posar suavemente mis manos en su cintura. Ella sigue fregando mientras acaricio su ombligo; los nenes comen. Conforme mis manos dulcemente trepan por la piel, la espuma del fregadero crece, la papilla bulle.

Alcanzo por fin mi meta y las yemas de mis dedos rozan los pezones, que se enervan al compás de la espuma. La madre se retuerce, gime temblores en sus tetas y yo, ya imparable, las poseo a manos llenas.

El fregadero rebosa de espuma, Beatriz se corre como una loca entre mis manos y los niños nos lanzan cucharadas de papilla mientras yo eyaculo.


<< Catarro infantil       Reto nº 3>>

2011/09/04

Here I am on the computer

Here I am on the computer


In Microsoft word with a paperclip


In the corner giving me advice.


My only wish is a future


Where my voyage turns to paper


And silent ideas can’t slip


as love floats by like a feather


Where once she had weight.


She was a feeling of crystal


so true like the smell of new


Leather in the nether world


Of dreams and sex pistols.


2011/09/03

Catarro infantil

En el tercer año de carrera conocí a una mujer de treinta y dos años que me desvirgó. Mi relación con ella fue lo más parecido a una drogadicción; estaba todo el día empalmado pensando en su cuerpo. Su raja era mi patria, mi universo y mi dios. Tal era mi encoñamiento que, cuando pasaba una temporada sin verla, sufría calambres de deseo en las piernas.

Lo curioso es que a ella le ocurría lo mismo conmigo; me decía que su marido era un eyaculador precoz, que siempre la dejaba con las ganas y que desde que habían tenido un hijo apenas la deseaba. Quería saciar conmigo toda el hambre que había acumulado a lo largo de su matrimonio y se daba auténticos atracones de polla. Lo que sentía por mi picha más que obsesión era devoción.

Creo que no me la tiré ni una sola vez; era ella la que se me follaba: me vampirizaba, me comía vivo. Cuando nos apareábamos, su cuerpo semejaba un amasijo de pirañas hambrientas y el mío, la carnaza.

Nuestro problema radicaba en que apenas teníamos oportunidad de vernos. Ella era la secretaria de su marido, por lo que iban y volvían juntos del trabajo. Y como tenían un hijo de pocos meses, el buen hombre, que era un padrazo, el tiempo que no estaba en la oficina lo pasaba en casa con la familia.

Hasta que llegó el invierno, el más caliente de mi vida. Su hijo se constipaba continuamente y ella, con la excusa de cuidarlo, se quedaba en casa, lo que yo aprovechaba para visitarla.

Como un polluelo espera, con el pico desmesuradamente abierto, la llegada de su madre con la comida, así me recibía ella, con las piernas separadas y el coño abierto, ansiosa de que mi picha le echara de comer.

Un día me confesó la causa de la mala salud de su hijo: por las noches sacaba la cuna con el niño al balcón para que se acatarrara.

Nunca intenté disuadirla.


<< Reto nº 2           Beatriz y la espuma >>


2011/09/02

Once again it’s raining

Once again it’s raining.

Now I’m complaining.

I must have a screw loose.

The world has become obtuse.

I think I’ll look for a Philips screwdriver

And be a neurological deep sea diver.

One by one I’d unscrew them all

And watch them hit the floor as they fall.

I’d unhinge the top of my skull then

And look at my grey brain between where and when.

I’d take a little bow and watch it tumble down.

Onto the floor it would fall. I’d kick it hard against the wall.

I wonder could I speak then or in my head make a noun.

Maybe then I wouldn’t be able to think or worry ‘bout things at all.


Ayatolas, no me toquéis la pirola


En estos tiempos tan políticamente correctos y lingüísticamente necios, en los que no sólo cualquier imbécil se cree con derecho a ofenderse por cualquier gilipollez, sino también lo más importante es impedir a toda costa que cualquier imbécil se ofenda, yo añoro las libertades de expresión y pensamiento perdidas, cuando los Siniestro, ¿recordáis, oh decrépitos?, osaban declararse nada menos que enemigos de Alá y, lo que probablemente sea aún peor, decían que no les gustaba el jazz. Yo hago míos estos geniales versos; y es que qué más se puede añadir, salvo la vindicación del derecho inalienable a blasfemar. ¡Me cago en Dios!

Sólo vine a comprar pan
--a mí todo me sale mal--,
sólo vine a comprar pan
y me enseñasteis el Corán.
En el desierto me verás
bailando el cha-cha-chá (sha-sha-shá).
Soy un enemigo de Alá,
no me gustan la rumba ni el jazz.