

Convencido del carácter democrático del régimen en el cual vivía debido a la aprobación masiva del referéndum que, años ha, colocó a Fidel al frente del gobierno del país, el taxista manipulaba a su antojo las normas de dicho régimen, esquivándolas y creando su propio mundo de valores individuales. Su inteligencia le permitía esbozar modos de ganarse la vida que contribuían a su bienestar personal y en los cuales se obviaba el bien común. Buscaba su propia ventaja y felicidad para luego verterlas en la ayuda a sus vecinos, familiares y otros conciudadanos. Su planteamiento de la vida me recordaba al enfoque individualista de muchas sociedades occidentales, en el cual el bien individual prima sobre el social y no al revés, como correspondería teóricamente a un sentir comunista.
Esto leí de la conversación que mantuvimos con un jovencito e inexperto maestro de primaria, el cual estaba preocupado por el salario de su oficio. Al escuchar mi comparación con los sueldos mínimos que los profesores ganaban en la época de Franco, mi taxista se ofendió ante tal "ataque" a su régimen por vía de una comparación con una dictadura, instó al jovenzuelo a no preocuparse tanto por su profesión y a buscar formas de ganarse la vida (por ejemplo recurriendo al turismo) que fuesen más lucrativas. Ante mi sugerencia de seguir en la profesión educativa, si tal era su vocación, intentando cambiar las cosas desde dentro, el taxista se mostró aún más inquieto e intolerante. No había que cambiar las cosas, las cosas estaban bien como estaban, parecía querer decir, sólo hay que saber agarrar la oportunidad donde se presenta. Este joven era inteligente. Podría explotar a los turistas y ganar más dinero del que podría soñar un maestro de escuela.

Evidentemente, la culpa la tenía el gigante yanqui, con su egoísta renuncia a expedir visados para los familiares cubanos, fuente de todas sus miserias y derrotas. Su esperanza y alegría residía en la colaboración con el nuevo redentor de las Américas: Chaves. Se dio la casualidad de que me encontraba en la isla caribeña en el momento cumbre del debate de las Américas del pasado noviembre, en el cual nuestro rey pronunció la famosa frase que no necesito recordar. En Cuba no apareció en las pantallas el famoso improperio mientras yo escuchaba la televisión de mi casa particular, a cuya imagen se llamaba con un fuerte manotazo en el bastidor. Quizás se emitió en otra ocasión, no lo sé. La duda seguirá ahí. Aunque siendo Chaves el héroe salvador de aquella gente sencilla, me preguntaba qué pensaría el pueblo cubano de unas palabras tan irascibles procedentes de un hombre tan apreciado como nuestro monarca. Desde luego, conocí su opinión sobre Zapatero, a quien consideraban un mequetrefe por no apoyar a Chaves en sus acusaciones contra Aznar. Ah, Chaves, el gran Chaves, aquel que ayudaría a Cuba a salir de la pobreza.
Nuestro viaje se detiene aquí. Continuaremos hablando de Chaves y de otros asuntos cubanos.