En este viaje temático también habrá que hablar necesariamente de la política, algo tan vital en un país que parece resistir a los sistemas establecidos en el mundo occidental. Los cubanos me sorprendieron por emitir juicios políticos abiertamente, por haber creado códigos para saltarse las normas, por saber aceptar el sistema y resolver de otra manera sus asuntos sin perder la sonrisa (o casi). El taxista nos había acomodado, piropeado e incluso recitado varios poemas de amor, pero ahora cerraba una de la ventanillas de su viejo aunque no incómodo vehículo para comentar con cierta excitación: ése sí es un tema caliente: la democracia.
Convencido del carácter democrático del régimen en el cual vivía debido a la aprobación masiva del referéndum que, años ha, colocó a Fidel al frente del gobierno del país, el taxista manipulaba a su antojo las normas de dicho régimen, esquivándolas y creando su propio mundo de valores individuales. Su inteligencia le permitía esbozar modos de ganarse la vida que contribuían a su bienestar personal y en los cuales se obviaba el bien común. Buscaba su propia ventaja y felicidad para luego verterlas en la ayuda a sus vecinos, familiares y otros conciudadanos. Su planteamiento de la vida me recordaba al enfoque individualista de muchas sociedades occidentales, en el cual el bien individual prima sobre el social y no al revés, como correspondería teóricamente a un sentir comunista.
Esto leí de la conversación que mantuvimos con un jovencito e inexperto maestro de primaria, el cual estaba preocupado por el salario de su oficio. Al escuchar mi comparación con los sueldos mínimos que los profesores ganaban en la época de Franco, mi taxista se ofendió ante tal "ataque" a su régimen por vía de una comparación con una dictadura, instó al jovenzuelo a no preocuparse tanto por su profesión y a buscar formas de ganarse la vida (por ejemplo recurriendo al turismo) que fuesen más lucrativas. Ante mi sugerencia de seguir en la profesión educativa, si tal era su vocación, intentando cambiar las cosas desde dentro, el taxista se mostró aún más inquieto e intolerante. No había que cambiar las cosas, las cosas estaban bien como estaban, parecía querer decir, sólo hay que saber agarrar la oportunidad donde se presenta. Este joven era inteligente. Podría explotar a los turistas y ganar más dinero del que podría soñar un maestro de escuela.
El taxista defendía el turismo como salida válida a una pobreza subyacente a la cual era inútil buscar culpables. También una casera de las casas particulares mostraba su gozo ante la llegada de turistas. Por fin había logrado ahorrar lo suficiente para instalar un calentador de agua y poder así ducharse con agua caliente, para comprar un televisor y un frigorífico extra para los extranjeros, para facilitar la estancia a sus huéspedes y, de ese modo, adquirir un nivel de vida superior al de la mayoría de sus vecinos: ciertas carnes, pescados, frutas y verduras eran lujos que podía permitirse gracias a sus turistas. El dinero reinaba todas sus conversaciones: estaba pensando arreglar esto en la casa, comprar aquello, mejorar lo otro. A veces daba la sensación de que cierta codicia acompañaba sus palabras, pero quizás su preocupación por el dinero y las mejoras de su casa eran una mera distracción ante la dolorosa y desgarradora ausencia de parte de su familia debido a cuestiones políticas.
Evidentemente, la culpa la tenía el gigante yanqui, con su egoísta renuncia a expedir visados para los familiares cubanos, fuente de todas sus miserias y derrotas. Su esperanza y alegría residía en la colaboración con el nuevo redentor de las Américas: Chaves. Se dio la casualidad de que me encontraba en la isla caribeña en el momento cumbre del debate de las Américas del pasado noviembre, en el cual nuestro rey pronunció la famosa frase que no necesito recordar. En Cuba no apareció en las pantallas el famoso improperio mientras yo escuchaba la televisión de mi casa particular, a cuya imagen se llamaba con un fuerte manotazo en el bastidor. Quizás se emitió en otra ocasión, no lo sé. La duda seguirá ahí. Aunque siendo Chaves el héroe salvador de aquella gente sencilla, me preguntaba qué pensaría el pueblo cubano de unas palabras tan irascibles procedentes de un hombre tan apreciado como nuestro monarca. Desde luego, conocí su opinión sobre Zapatero, a quien consideraban un mequetrefe por no apoyar a Chaves en sus acusaciones contra Aznar. Ah, Chaves, el gran Chaves, aquel que ayudaría a Cuba a salir de la pobreza.
Nuestro viaje se detiene aquí. Continuaremos hablando de Chaves y de otros asuntos cubanos.
Saber adaptarse al medio es clave en cualquier lugar y situación, y no es cobardía, es inteligencia.
ReplyDelete¿Qué hubiese ocurrido de seguir el "Che" en el gobierno cubano? Es algo que me pregunté muchas veces.
Tienes razón, Demián, pero ¿dónde está el límite entre la adaptación y el conformismo? Es algo que nunca tengo muy claro...
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