Hoy es el día de San Valentín. Nunca me fijo en este día excepto cuando no tengo pareja. Me encanta ponerme melancólica y soñar con los tiempos pasados, con los que están por venir y con todos esos sueños que nos inyectaron cuando niñas a todas las mujeres de mi generación.
Al ver pasar a ramos de flores colgados de hombres y mujeres, recuerdo un episodio verídico que viví hace más de diez años….
Soneto XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena,
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
(Garcilaso de la Vega)
Perdonad este inciso, que se me va la cabeza con tanta melancolía y tanto enamoramiento. Volvamos al episodio verídico.
Hace muchos años paseaba con por aquel entonces mi "amigo" y una de mis mejores amigas en una noche preciosa por las calles de una de las ciudades más mágicas de Europa: Estrasburgo. La luna escuchaba nuestros pasos por las calles empedradas, mientras el canal mostraba su reflejo y la casaba en la iglesia de Saint Paul. Nuestras risas se mezclaban con el silencio de un anochecer lleno de posibilidades.
De repente vimos a un grupo parejo venir hacia nosotros. Uno de los chicos llevaba un gran ramo de rosas en los brazos. Todos nos fijamos en él, cargando orgulloso con su precioso regalo. Lo que no nos esperábamos fue lo que ocurrió a continuación. Se paró en seco delante de mí y me ofreció el ramo con una sonrisa. Y, así, sin más, sin darme ni un momento para darle las gracias ni casi respirar, el grupo desapareció tal y como había aparecido en la noche mágica de Estrasburgo.
Evidentemente todo aquello nos pareció de lo más gracioso y seguimos riéndonos con ganas. A mí se me hacía raro caminar con aquel ramo en la mano, pero me sentía orgullosa de haber sido elegida. En uno de los puentes sobre el canal, las posibilidades de la noche se mostraron en todo su esplendor. Un grupo parejo al nuestro se nos acercaba. Animada por las voces de mis amigos y medio decidida, escogí a uno de los chicos del grupo y le planté el ramo de flores en los brazos sin darle tiempo a darme las gracias ni casi respirar.
En San Valentín siempre recuerdo la historia de aquel ramo de rosas y me pregunto qué ocurriría después, si aquel chico lo pasaría a su vez a otra persona y aquella a su vez a otra. También me imagino que vuelve a ocurrir, que un ramo vuelve a pasar de mano en mano en tal día como hoy y que no queda nadie sin saborear la alegría del regalo y del amor en el día de los enamorados, que también puede ser de los enamorados de la vida, como una presente.
No olvidemos a Garcilaso y disfrutemos de este día. ¡Carpe Diem!
En el verano del 72 atravesé el puente que separa/une Francia con Alemania en Estrasburgo, de noche, en silencio y asombrado porque no nos pedían, a dos mochileros, ningún papel o pasaporte.Creo que estaba cercano el 68 y los guardias creían en el amor a lo imposible.
ReplyDeleteMe gusta vuestro trabjo. Saludos
Gracias Alfredo.
ReplyDeleteYo también he paseado por el puente que mencionas sobre el Rin. Fue una noche del invierno de 1993 y el puente estaba nevado. Una amiga comentó: ¡Fijaos bien, porque nunca olvidaremos este momento! Y no lo hemos olvidado.
Espero que vuelvas a visitarnos. Podemos seguir construyendo puentes.