El Mundo Today

2014/04/23

La primera ocasión… es la última

Ualid al Rayib
(Kuwait)


Anteayer.
Movía la escoba como un péndulo, quieto en su sitio, mientras su oído recogía parte del diálogo de los que salían de la sala de proyecciones.
–¿La has visto?
–Sí. ¡Qué emocionante!
–¡Completamente desnuda!
Prestaba mucha atención al diálogo.
–¿Has visto cómo la abrazó? A punto estuvo de…
Aguzó el oído intentando escuchar más, pero las voces de los espectadores se perdían cuando se acercaban al final de la escalera. Oía otras voces, pero no logró distinguir de quién procedían entre la masa de gente que salía del cine.
–¡Qué cuerpo! Y ¡ay, qué labios!
–Eso sí que es una cama.
Otra voz:
–¿Tienes tabaco?

Ayer.
Cuando el público empezaba a salir, dejó de trabajar. Miraba a los que salían para conocer sus impresiones intentando oír sus comentarios.
–¡Cuando estuvieron en la cama…!
–¡Menudos muslos tiene!
Puso toda su atención en captar el resto del diálogo, pero las palabras se confundían con los murmullos y el chasquido de los encendedores, además de alguna que otra tos.

Hoy.
Recoge un papel arrojado al suelo y se dice a sí mismo:
–Hace años que limpio las salas de este cine y todavía no he visto ni una película.
Ante él pasan dos chicas con pantalones muy apretados sobre las nalgas, mientras el recuerda asombrado:
“¡Desnuda?”
Sus manos siguen el movimiento de la escoba mientras sus ojos siguen el movimiento de aquellas nalgas.
“Jamás en mi vida he visto una mujer completamente desnuda”.
Sus manos agitan nerviosas el palo de la escoba.
–Cada noche la veo en mi imaginación…
Deja de barrer un instante.
–…hasta agotar mis energías.
Mira para los anuncios y carteles.
“¡Desnuda?”
Su mano traza un mismo círculo con la bayeta sobre el cristal, abarcando sólo una pequeña parte.
“¡Ay, si pudiera verla!”
Sigue limpiando una y mil veces el mismo sitio.
“La mayoría de la gente está casada y sin embargo ven a esa mujer desnuda cada noche. Pero yo nunca. ¡Ay, si la viera!
Clava la mirada en la foto de una mujer con las piernas descubiertas.
“Al menos, en la cama, mi imaginación se basará en una realidad”.
Se lame los labios.
“¿Por qué no?”
Vuelve a mirar la escoba que coge con la mano izquierda. ¿Y el trabajo? Suponte que… El director pasaba cada noche para ver qué tal iba.
“¡Bah! No quedan más que cuatro horas. Que las descuente.
Grupos de espectadores empiezan a entrar. Se siente animado y pasa con nerviosismo la escoba por un suelo tan brillante que refleja las siluetas.
“¿Qué problema hay? Me compro una entrada y entro a ver a esa mujer desnuda”.
Unos segundos.
“¿Cuántas veces voy a ver a una mujer desnuda?”
Vestidos, muslos y nalgas pasan ante él.
“Pero ¿cuánto me va a costar?”
Termina de decidirse y deja de barrer.
“Que cueste lo que quiera. Por lo menos es mejor que estar soñando noche tras noche, quedarse dormido como un burro, agotado del trabajo y las cavilaciones. ¡Esta noche al menos la disfrutaré!”
Dejando la escoba en una esquina, se dirige a la taquilla. Al llegar su turno se asoma por la ventanilla.
–La paz sea contigo.
–…
Se busca en el bolsillo antes de preguntar al taquillero:
–¿Cuánto es?
El taquillero le mira con asombro y le contesta con desprecio:
–Un cuarto de dinar.
“Lo que cuestan dos paquetes de cigarrillos”, se dice a sí mismo.
–¿Cuántas entradas quieres? –se impacienta el taquillero.
“Bah, mañana no fumo. De todas formas perjudica la salud”, se dice.
Derrama un puñado de calderilla equivalente al importe. El taquillero le despacha una entrada en la que ha garabateado un número ilegible.
Se dirige a la sala. Espera inquieto. Llega el acomodador, linterna en mano.
–Sigue la luz –y después de unos escalones–: el tercer asiento a partir de aquí.
Se sienta y saluda al espectador de al lado.
–La paz sea contigo.
Movimientos y voces en la gran pantalla.
–Esto ¿es la película?
–Son anuncios, publicidad –contesta su vecino volviéndose hacia él.
–Y ¿cuándo van a pasar la película?
–Dentro de poco. Ten paciencia por favor –le contesta el hombre con fastidio.
Guarda silencio durante diez minutos y vuelve a mirarle. Quiere rogarle que le avise cuando empiece la película, mas no se atreve a molestarle.
“Bueno”, se anima. “Ya me enteraré de que ha empezado cuando vea a la mujer desnuda”.
Movimiento en la pantalla. Letras, colores, voces. Se concentra en ella.
El aire acondicionado, las luces de la pantalla, el sueño… Sus ojos y el trabajo… El cansancio.
Se sobresalta cuando siente una mano en la espalda y oye una voz que le dice:
–Despierta, hermano. Se acabó la película y ya ha salido todo el mundo.
Mirando al acomodador, le pregunta apenado:
–¿Ha salido la mujer desnuda?

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