Yo pensaba, inocente de mí, que la política era otra cosa. Para mí, aquellos señores que votábamos como representantes debían “hacer política”, es decir, construir modelos de organización estatal, en un primer momento con independencia de su partido político. Más tarde, los ciudadanos veríamos en ese quehacer una orientación política característica de un partido dado.
Pero, ¡ay de mí!, me he equivocado de principio a fin. Primero, estos respetables señores se adhieren a las normas de cierto partido político, seleccionado según sus principios y, más adelante, apoyan ciegamente cualquier quehacer político que lleve la firma de su partido, en caso de estar en el poder, o rechazan automáticamente toda política ideada por el partido contrario, a instancias de su partido en oposición.
¿No es posible acaso que los más aventajados en la escala del poder de estos hombres políticos, que no sólo son políticos sino también hombres, con sus defectos y virtudes, tengan alguna vez una idea de proyecto “de izquierdas” aunque sean “de derechas” o ideas de derechas aunque sean de izquierdas? No es habitual, pero ¿imposible? Entonces, ¿no deberían los señores diputados mantener una cierta distancia con respecto a sus obligaciones de partido para mantenerse siempre fieles a los principios del mismo, que es, al fin y al cabo, lo que ha movido al voto a los ciudadanos?
Las sesiones serían cansadísimas, pero ¡qué interesantes! Los políticos debatirían realmente los pros y los contras de los proyectos de ley del gobierno, sin necesidad de atacarse públicamente o de sacar a relucir errores pasados que no vienen a cuento. Se trata de debatir, señores diputados, no de atacar o defender. El parlamento no es un estadio de fútbol. ¿Conseguirán algún día dejar de pelearse como seguidores fanáticos de un equipo?
Otro articulo interesante de Perez-Reverte sobre política en España.
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