Véase la primera parte: En busca de la felicidad
El refugio más cercano era el arco de piedra del complejo de la Catedral que da entrada a la Azabachería y hacia él se dirigió el Sr. Orato antes de empaparse del todo. La música se hizo más intensa o quizás comenzó a sonar. Un joven veinteañero, sin duda extranjero, dejaba que una guitarra recordase los clásicos de su país de origen. El músico era pésimo, pero los acordes atraían la atención de los desdichados transeúntes que caminaban al trabajo. En lugar de sombrero, el joven utilizaba un pañuelo estampado como recaudador de los debidos impuestos de entretenimiento callejero. El Sr. Orato contuvo su indignación con una mueca indescifrable. No sólo le irritaba que este joven destrozase las cuerdas de aquella guitarra, sino que además no podía aceptar el modo en que su pañuelo dejaba que las monedas se mezclasen con el empedrado de forma desordenada. El jovenzuelo aquél no exhibía ningún orden, ningún decoro. Llevaba una camisa holgada con motivos indios con unos pantalones a rayas de múltiples colores, el pelo largo, las gafas sucias y un pendiente en el orificio izquierdo de la nariz. El Sr. Orato se enfureció ante tal falta de gusto. Y al mismo tiempo, sin saber cómo ni por qué, reparó en que se veía reflejado en aquel muchacho y sintió una gran ternura hacia él mezclada con ciertos toques de melancolía. Era tal el poder de ambos sentimientos que el Sr. Orato decidió que había llegado el momento de actuar y dejarse de vivir la vida como mero espectador. Tenía que conseguir que aquel pobretón dejase de torturar a los clásicos.
-- Oye, chaval, ¿de dónde eres?
La música se detuvo con una sonrisa irónica escondida tras los ojos del Sr. Orato, que ahora tenía la cartera en la mano. Extendió un billete de cinco euros y lo situó en el centro del pañuelo, colocando las pocas monedas visibles por los bordes a modo de muralla. Mientras tanto, seguía hablando con el extranjero.
-- Estoy irlandés
"Estoy irlandés” – pensó el Sr. Orato. Este jovenzuelo no sabe ni cómo hablar en cristiano.
-- Yo soy de aquí ¿Y cómo va la lucha contra los ingleses?
El irlandés lo miró entre extrañado y dolido, como preguntándose qué querría aquel hombre entrado en años que interrumpía su música y parecía burlarse de su país. El Sr. Orato se sintió azorado. Había herido la sensibilidad del pobre joven, sin lugar a dudas. Y es que sus cincuenta y tantos suponían una brecha generacional difícil de superar. La culpabilidad era una emoción desconocida para aquel explorador en busca de la felicidad, pero comenzó a aparecer dentro de su cuerpo y el Sr. Orato, que había descubierto aquella mañana que tenía sentimientos que podía vivir con una profundidad entre dolorosa y placentera, comenzó a sentirse muy cansado, enfadado consigo mismo por haberse burlado de aquel rapaz, pobre inocente objeto de su desconocida ira. Quería reparar el daño, pero no sabía cómo….Su cuerpo actuó por él. Se apoderó de la guitarra y comenzó a afinar el instrumento, mientras preguntaba al músico qué le traía por Santiago. Éste pareció relajarse y el Sr. Orato se tranquilizó a su vez, redimido de su pequeña falta.
-- Yo vengo de pequeño pueblo, de la costa, cerca de Cork, ¿conoces? Acabé estudiar en junio y quiero conocer España, vivir un poquito antes de empezar trabajo. Aún soy pequeño, quiero disfrutar la vida. Cerveza muy buena aquí - echó una carcajada -- ¿Dónde aprendiste a tocar?
-- No sé
El Sr. Orato soltó la guitarra despavorido. Estaba tocando como un profesional y no se acordaba de haberlo hecho nunca. Su pasado se le aparecía como un sueño en el cual las horas pasaban tras la mesa de una oficina, las comidas y las cenas a solas, sus horas frente al televisor, las infrecuentes visitas a los familiares y su pulcritud de caballero santiagués. Aquella pregunta le despertó otra vida dentro de sí que no recordaba bien, pero inspiraba terror y un insano malestar, melancolía también, otra vez. El mundo, su mundo, pareció tambalearse por un momento. La guitarra parecía haberse apoderado de él o quizás su cuerpo se había apoderado de él y sabía más de sí que él mismo. Se asustó hasta el terror y comenzó a temblar. Le devolvió la guitarra al irlandés y se miró las manos con recelo. No había lugar a dudas, se estaba volviendo loco. Para compensar su inquietud, su introversión, su torpeza y el repentino ataque de angustia que no podía ocultar a los ojos de aquel joven, tomó el pañuelo y vació las monedas en su sombrero.
-- Te dejo eso ahí. Tengo que irme – murmuró o al menos pensó que murmuraba.
Mientras tanto, el cielo se había despejado y la mañana primaveral creaba un arco iris memorable que pasó desapercibido al Sr. Orato, perdido dentro de sí, concentrado en aquel incipiente recuerdo de una existencia distinta a la recordada con claridad aquella mañana. Desesperado a sabiendas de que existía algo dentro de sí que no alcanzaba a reconocer, se encaró con San Martín Pinario y proclamó con viva determinación: “Déjame encontrar la mariposa; quiero recordar" Y calló de rodillas pues sus palabras lo habían sorprendido y asustado a un tiempo. De nuevo las lágrimas brotaron de su interior y, mientras lloraba, suplicó con ambas manos en forma de ruego, sin perder de vista la fachada de San Martín Pinario. Poco a poco volvió la tranquilidad. Y ahora sí, vio el arco iris y sintió aquella nueva dicha dentro de sí. Algún día…
(Continuará...quizás)
Si es Compostela, será SAN MARTIN "PINARIO"...
ReplyDeleteGracias por la corrección. Los Manueles se merecen un santo por ser tan numerosos, pero no es éste precisamente. Saludos.
ReplyDeleteVaya... pues me ha gustado y enternecido la historia del Sr. Orato. ¿Será posible que algún día recuerde? Porque si es así, yo me encomendaré también a ese santo, para ver si recuerdo lo mío, que ya me gustaría. Gracias por tu historia D.Ruida :)
ReplyDeleteAhora que me acuerdo, ¿Has leído "The Call of Wings" de Agatha Christie? Tu historia y la suya tienen un cierto aire, aunque creo que la tuya irá por derroteros distintos.
ReplyDelete