2008/01/23
La buenaventura
En un rincón un par de músicos de nacionalidad latinoamericana emitían sonidos suaves, mientras una pantalla gigante a sus espaldas mostraba imágenes de la naturaleza. En el medio de la sala varias cajas pintadas de blanco dibujaban a modo de losas una ruta hacia el blanco piano. Tras él una mujer de origen asiático leía unas improvisadas cartas mientras echaba un vistazo a la palma de la mano bajo la temblorosa luz de una vela. La oscuridad que escondía el piano contrastaba con la blancura del resto de la habitación.
Las dos primeras cajas contestaban Yes o No a las preguntas mentales de los curiosos bebedores de vino caliente que nos congregábamos allí. En la tercera reposaba un dado que nos mostraba nuestra suerte según el lado en el que cayera. La última caja era un dispositivo de música destartalado que nos recordaba que debíamos ver La vie en rose al emitir la melodía de esta canción.
Excitados y expectantes, unos cuantos españoles hicimos cola para averiguar nuestro futuro más allá de la oscuridad del piano.
Al día siguiente me costó levantarme de la cama. Tras varias semanas de vacaciones en España, me había sorprendido la energía con la que había vuelto a Dublín, salvo esa mañana. La adivinación había puesto fin a mi fuerza y a mi mirada positiva. Y es que las cartas contradecían mi corazón y me negaba a creer en ellas, pero su peso me retenía y me vencía.
Me asusta pensar que aquel episodio pueda influirme de tal manera y cambiar mi destino de una forma tan frívola y me resisto a su influjo, pero ya me siento presa de aquellas palabras premonitorias; ya mi mente se ha esclavizado y se aferra a ellas para evitar que mi cuerpo, sano y vivo, tome el control. La mente, mi mente, adora estas exhibiciones de poder esotérico pues le ayudan a salir de este cuerpo alegre y ligero cuya alma la controla.
Ayudadme, estimados lectores, os suplico que escribáis una solución a este desasosiego que me embarga al conocer un posible futuro que empapela mi vida. Mostradme el camino para salir de esta oscuridad que se apoderó de mí tras un viejo piano blanco. Quedo a la espera de vuestras sugerencias, yo, vencida de nuevo, presa de mi nombre: D.Ruida.
Nota: Quiero aclarar a mis queridos amigos que este relato es mera ficción, aunque está basado en hechos reales. He recibido mensajes personales de ánimo. Los agradezco de corazón, pero el desasosiego lo está sintiendo de forma ficticia D.Ruida, no vuestra amiga. D.Ruida sigue esperando colaboraciones para publicar que pongan remedio a su congoja. (30-01-08)
2008/01/02
Pascual y María
Después de intercambiar mil mensajes de correo electrónico, estaban sentados ahora uno frente a otro en una cafetería cualquiera del centro de una ciudad cualquiera. Cada uno se había hecho una idea del otro y se disponían a descubrir la realidad escondida tras la palabra escrita.
--- El mismo que viste y calza.
--- Y yo miles. Habla tú.
--- Quería hablarte de la frase del otro día.
--- Así es.
--- Dudo que haya hecho eso.
--- Sí, me acuerdo de tu mensaje.
--- No, yo me inventé la frase.
--- No veo qué te asombra tanto.
--- Eso se llama “déjà vu”. Es muy frecuente que ocurra.
--- Bien, pues aquí estoy—volvió a mirar el reloj disimuladamente. Si se apuraba, todavía llegaría a casa a tiempo de ver el partido. Había renunciado a él para estar allí, pero las cosas habían cambiado. Los ojos de María lo hechizaban, pero no se dejaría enredar. Esta mujer no había hecho más que decir tonterías desde que se habían conocido.
--- Te repito que no lo recuerdo. Siempre firmo mis mensajes de la misma manera, ya lo sabes.
--- El fin de qué exactamente…
--- ¿Misterio? Misterio ninguno. Nos conocimos en el gimnasio. Nos pasamos el email y nos dio por enzarzarnos en una conversación virtual durante meses. Nos hemos divertido y el otro día me pediste que quedase contigo en este café. Y punto.
--- ¿El qué?
--- Pura coincidencia, ¿de eso querías hablarme? ¿De bicicletas?
--- No me digas que tú te compraste un perro en esa semana.
--- Claro y seguro que también era un Golden Retriever.
--- Sólo son coincidencias, casualidades, nada más.
--- Te repito que no me acuerdo de eso. Tengo que marcharme…