Estaba en el quirófano, esperando que la anestesia epidural hiciera efecto, disfrutando de la novedosa experiencia de no sentir nada de cintura para abajo. El borde de la sábana que habían colocado como pantalla para que no viera como manipulaban mi hernia inguinal se levantó un segundo y lo que vi me dejó boquiabierto: ¡mi pene estaba erecto!
La situación no me parecía nada excitante y por necesidad tampoco era. En previsión del periodo de abstinencia obligado por la convalecencia, había tenido la previsión de procurarle un festín a mi amiguito en la víspera. Entonces, ¿a que se debía esta erección tan fuera de tiempo y sazón?
Una serie de hipótesis acudieron en barrena a mi mente para explicar el misterio:
¿Enfermeras y cirujano estaban conchabados para toquetear a los pacientes aprovechando que no se enteraban de nada? Un cirujano y su harén de enfermeras pervertidas, inquietante…
¿Padecería yo una de esas raras parafilias en las que se obtiene el placer sexual de las situaciones más peregrinas? ¿Quirofanofilia?
¿La epidural y demás pastillitas que me habían dado provocaban alucinaciones?
La tercera hipótesis me parecía la menos divertida y por eso mismo la más probable. Pronto tendría ocasión de verificarla.
Finalizada la intervención, me dejaron en una sala a la espera de que se me pasaran los efectos de la anestesia, tumbado en una camilla y tapado por una sábana. Miré hacia abajo y vi un bulto que clamaba: alucinación, no; erección, sí. Cuando la enfermera miraba hacia oto lado, metí la mano debajo de la sábana, me palpé el pene y se produjo la segunda sorpresa de la mañana, mayor aún que la primera. El pene no sólo estaba erecto, ¡su grosor había aumentado a niveles desconocidos por mí!
De nuevo las hipótesis y las preguntas en barrena: ¿Me lo habían inflado? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿De qué manera? ¿Por qué motivo?
¿Me habían transplantado el miembro de un caballo (de un potrillo, para ser exactos)?
Alarmado, levante la sábana. Mi pene tenía el mismo tamaño y grosor de siempre, y esa forma tan suya de sonreír y de decir te quiero.
Volví a tocarlo: pene de potrillo. Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué mi vista contradecía a mi tacto? No tarde mucho en hallar la explicación. Cuando tocamos el cuerpo de otro, sólo percibimos lo que nos transmiten nuestros dedos. Pero cuando tocamos nuestro propio cuerpo, percibimos lo que transmiten nuestros dedos más lo que transmite la piel que tocamos: una información en estéreo, no sé si distorsionada o perfeccionada. Por lo tanto, no sabemos lo que los demás sienten cuando nos acarician, aunque podemos hacernos una idea aproximada cuando tenemos una parte del cuerpo anestesiada. Empleé el tiempo que restaba para que mi mitad inferior despertara en descubrir lo que los demás palpaban cuando me palpaban, sobándome muslos, pene, ingles, rodillas, pene, pubis, corvas, pene…
La enfermera se dio cuenta de mis manipulaciones, Si me la encuentro en un parque, seguramente no me dejará jugar con su hijo. Si me la encuentro en un bar, probablemente me invitará a jugar con ella.
Misterio n.º 2 aclarado. ¿Y el misterio n.º 1, el de la erección intempestiva? Tuve que esperar a que la convalecencia me permitiera ir hasta una biblioteca para desvelarlo. En un diccionario médico encontré la solución:
La situación no me parecía nada excitante y por necesidad tampoco era. En previsión del periodo de abstinencia obligado por la convalecencia, había tenido la previsión de procurarle un festín a mi amiguito en la víspera. Entonces, ¿a que se debía esta erección tan fuera de tiempo y sazón?
Una serie de hipótesis acudieron en barrena a mi mente para explicar el misterio:
¿Enfermeras y cirujano estaban conchabados para toquetear a los pacientes aprovechando que no se enteraban de nada? Un cirujano y su harén de enfermeras pervertidas, inquietante…
¿Padecería yo una de esas raras parafilias en las que se obtiene el placer sexual de las situaciones más peregrinas? ¿Quirofanofilia?
¿La epidural y demás pastillitas que me habían dado provocaban alucinaciones?
La tercera hipótesis me parecía la menos divertida y por eso mismo la más probable. Pronto tendría ocasión de verificarla.
Finalizada la intervención, me dejaron en una sala a la espera de que se me pasaran los efectos de la anestesia, tumbado en una camilla y tapado por una sábana. Miré hacia abajo y vi un bulto que clamaba: alucinación, no; erección, sí. Cuando la enfermera miraba hacia oto lado, metí la mano debajo de la sábana, me palpé el pene y se produjo la segunda sorpresa de la mañana, mayor aún que la primera. El pene no sólo estaba erecto, ¡su grosor había aumentado a niveles desconocidos por mí!
De nuevo las hipótesis y las preguntas en barrena: ¿Me lo habían inflado? ¿Cómo? ¿Con qué? ¿De qué manera? ¿Por qué motivo?
¿Me habían transplantado el miembro de un caballo (de un potrillo, para ser exactos)?
Alarmado, levante la sábana. Mi pene tenía el mismo tamaño y grosor de siempre, y esa forma tan suya de sonreír y de decir te quiero.
Volví a tocarlo: pene de potrillo. Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué mi vista contradecía a mi tacto? No tarde mucho en hallar la explicación. Cuando tocamos el cuerpo de otro, sólo percibimos lo que nos transmiten nuestros dedos. Pero cuando tocamos nuestro propio cuerpo, percibimos lo que transmiten nuestros dedos más lo que transmite la piel que tocamos: una información en estéreo, no sé si distorsionada o perfeccionada. Por lo tanto, no sabemos lo que los demás sienten cuando nos acarician, aunque podemos hacernos una idea aproximada cuando tenemos una parte del cuerpo anestesiada. Empleé el tiempo que restaba para que mi mitad inferior despertara en descubrir lo que los demás palpaban cuando me palpaban, sobándome muslos, pene, ingles, rodillas, pene, pubis, corvas, pene…
La enfermera se dio cuenta de mis manipulaciones, Si me la encuentro en un parque, seguramente no me dejará jugar con su hijo. Si me la encuentro en un bar, probablemente me invitará a jugar con ella.
Misterio n.º 2 aclarado. ¿Y el misterio n.º 1, el de la erección intempestiva? Tuve que esperar a que la convalecencia me permitiera ir hasta una biblioteca para desvelarlo. En un diccionario médico encontré la solución:
La anestesia general o espinal pueden inducir una erección. En la segunda, el fenómeno se explica por un bloqueo incompleto de los segmentos sacros de la médula espinal o por estímulos locales (preparación del campo quirúrgico, tacto rectal, uretrocistoscopia, etc.), realizados antes de estar establecido el bloque sensorial.
Caso resuelto.
Lobotomía aciaga de Alexandru Cancelescu >>
<< Mi vecina
<< El juego de Maldoror
Muy buenooooo!!!!!!!
ReplyDeleteJajaja mola el post. Yo también me fijé hace tiempo que cuando se me dormía una mano y la tocaba con la otra, ésta parecía mucho más grande y pesada. Y si ya de por sí tengo las manos grandes... Cuando me pasa eso me parecen zarpas de oso!!!
ReplyDeleteBuenísimo!!! Gracias por compartir!
ReplyDeleteVery thoughtfful blog
ReplyDelete