Hace unos años mi vida dio un giro nutritivo radical al verme rodeada de apicultores en una feria internacional. Al principio con timidez y poco a poco con más desparpajo, comencé en mi calidad de intérprete a meter unas curiosas narices en todos los negocios de los argentinos productores de miel, vendedores de abejas reinas, promotores de regiones de cultivos ecológicos de Argentina.
Tengo la convicción de que uno siempre puede aprender de una conversación, por inculta y banal que pueda parecer la persona con quien se entabla. Todos tenemos una perspectiva válida y experiencias que nos han marcado y todos gozamos al compartirlas con los demás. Así pues, mis oídos se sintieron en su ambiente entre unos apicultores tan agradables, tan sanos, tan profundos dentro de su simplicidad de hombres de campo en su gran mayoría.
En una semana me enamoré de ellos, de su mundo, de las abejas que tanto amaban y de su pasión: la miel. Llevo más de cuatro años reemplazando el azúcar malsano que solemos añadir a nuestros cafés y tés, e incluso postres, por una miel pura, a veces ecológica, proveniente de alguno de los principales países productores. Si se me acaba la miel y debo utilizar el azúcar durante unos días, mi cuerpo protesta con cierta nostalgia: ah, la miel, mi miel. A aquellos que asientan con entendimiento, les aconsejo que vuelvan a verificar las etiquetas de los tarros de miel que compran. La mayor parte de los productos del mercado comercializados como miel son mezclas de diversas mieles de numerosos países, cuya calidad es más que cuestionable.
Una vez adquirida una miel de calidad, procedente de un solo país y a ser posible de una región salvaje sin cultivos contaminados de antibióticos que protegen sus frutos, pero contaminan sus flores, procedamos a compartir un truco de belleza milenario que nos transmitió una argentina de avanzada edad, con una mirada decidida.
Se mezcla miel pura con una yema de huevo, se revuelve cuidadosamente y se coloca en la cara durante unos minutos a modo de máscara.
Esto se debe hacer una vez a la semana. Os confieso que los potingues y otras artimañas de belleza femenina no son lo mío, pero confiada en el consejo de una ancianita simpática, me dispuse a probar el afeite. Después de estornudar como una loca durante unos minutos, me liberé de aquella máscara penosa y no volví a experimentar con la miel ni sus propiedades embellecedoras. Lástima. Os conmino, sin embargo, a probar la mezcla y a compartir vuestras experiencias con nosotros. Quizás descubramos un milagro para la eterna juventud facial. (Sonrisa irónica).
La próxima vez os hablaré de las propiedades curativas de la miel, basadas en un archivo Powerpoint que ha estado corriendo por la web esta última semana. Mientras tanto, os dejo que probéis el truco mencionado, el cual ha hecho estornudar a una sensible nariz, pero quizás haga las delicias de vuestros delicados rostros.
2008/07/29
2008/07/08
Apuntes para una visita a Dublín
Seas mochilero, viajero de lujo, turista rematado o simplemente comerciante en viaje de negocios, habrá algo que te sorprenderá de Dublín: lo caro que resulta visitar y conocer esta ciudad. Por eso, hoy te voy a presentar un lugar que no suelen destacar las guías turísticas y que resulta totalmente gratis.
Se encuentra en el Phoenix Park, que con 712 hectáreas es el parque público amurallado más grande de Europa. Hay un autobús de reciente creación que por un solo euro se detiene en diferentes partes del parque, incluido el zoo, el centro de visitas y la Farmleigh House. En este parque también podrás, con un poco de suerte, contemplar algunos ciervos.
La semana pasada me acerqué a la puerta de Castlenock del Phoenix Park (hacia el norte) y si bien no vi ningún ciervo, sí tuve la suerte de hacerme amiga de algunos burros y, como están en peligro de extinción, decidí rendirles homenaje en esta foto.
Para acceder a esta entrada del parque, se puede coger el autobús 37 en Hawkins St. Otra de las puertas del parque se encuentra muy cerca del río Liffey, a poca distancia de la fábrica de Guinnes, que sólo recomiendo como visita si te hace verdadera ilusión. A mí pagar 15 euros por ver una exposición sobre la fabricación de la cerveza y una vista panorámica de Dublín me parece excesivo.
Me acerqué a la entrada de Castlenock con la idea de visitar la mansión Farmleigh, que fue propiedad de Edward Guinness, biznieto del fundador de la fábrica Guinness, Arthur Guinness. Hoy en día se utiliza para alojar a jefes de estado y otras personalidades.
Establos de la Farmleigh House
En la mansión se organizan conciertos y otras actividades; por eso conviene echarle un vistazo a su sitio web por si hay algo organizado: www.farmleigh.ie. También hay ferias de libros de segunda mano y de antigüedades, mercadillo de comida en ciertos días, varios jardines y lagos. Existe una visita guiada para ver el interior de la casa y es totalmente gratis. Que el carácter austero del exterior de la vivienda no os disuada; merece la pena explorar lo que esconde su interior y entrar en una nueva época.
En el lugar se respira una gran tranquilidad. No hay muchos turistas. Verás a los jardineros trabajando a medida que visitas el jardín. Verás caballos y burros. Verás recuerdos de otra época y podrás regresar al ruido de la ciudad con el agradecimiento de un día sencillo y agradable.
Se encuentra en el Phoenix Park, que con 712 hectáreas es el parque público amurallado más grande de Europa. Hay un autobús de reciente creación que por un solo euro se detiene en diferentes partes del parque, incluido el zoo, el centro de visitas y la Farmleigh House. En este parque también podrás, con un poco de suerte, contemplar algunos ciervos.
La semana pasada me acerqué a la puerta de Castlenock del Phoenix Park (hacia el norte) y si bien no vi ningún ciervo, sí tuve la suerte de hacerme amiga de algunos burros y, como están en peligro de extinción, decidí rendirles homenaje en esta foto.
Para acceder a esta entrada del parque, se puede coger el autobús 37 en Hawkins St. Otra de las puertas del parque se encuentra muy cerca del río Liffey, a poca distancia de la fábrica de Guinnes, que sólo recomiendo como visita si te hace verdadera ilusión. A mí pagar 15 euros por ver una exposición sobre la fabricación de la cerveza y una vista panorámica de Dublín me parece excesivo.
Me acerqué a la entrada de Castlenock con la idea de visitar la mansión Farmleigh, que fue propiedad de Edward Guinness, biznieto del fundador de la fábrica Guinness, Arthur Guinness. Hoy en día se utiliza para alojar a jefes de estado y otras personalidades.
Establos de la Farmleigh House
En la mansión se organizan conciertos y otras actividades; por eso conviene echarle un vistazo a su sitio web por si hay algo organizado: www.farmleigh.ie. También hay ferias de libros de segunda mano y de antigüedades, mercadillo de comida en ciertos días, varios jardines y lagos. Existe una visita guiada para ver el interior de la casa y es totalmente gratis. Que el carácter austero del exterior de la vivienda no os disuada; merece la pena explorar lo que esconde su interior y entrar en una nueva época.
En el lugar se respira una gran tranquilidad. No hay muchos turistas. Verás a los jardineros trabajando a medida que visitas el jardín. Verás caballos y burros. Verás recuerdos de otra época y podrás regresar al ruido de la ciudad con el agradecimiento de un día sencillo y agradable.
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