No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché la palabra meditación con la ávida atención de una pretendiente a “adquirir/controlar/ practicar” este arte tan ancestral. He utilizado tres verbos porque no consigo etiquetar una práctica que no sé si dominaré algún día, ni si existe control siquiera sobre ella; no sé si se puede adquirir o si la he adquirido; quizás la única seguridad que tengo es que practico a diario con la convicción de que algo ocurrirá algún día, la humildad de que existe la posibilidad de que nada ocurra y el cariño de quien acepta lo que tenga que ser y mientras tanto va disfrutando y aprendiendo del proceso.
Antes de comentaros mi experiencia personal durante estos cuatro meses en que realizo una meditación diaria de unos minutos, os explicaré brevemente en qué consiste, para qué sirve y cómo podéis meditar en caso de que haya estimulado vuestra curiosidad y queráis comenzar a hacerlo.
La meditación es una técnica que tiene por finalidad revitalizar, calmar y aclarar la mente. Su propósito es entrenar la mente para entrar en estados de conciencia más sutiles y trascender las pequeñas tribulaciones cotidianas. Las personas que practican la meditación con asiduidad dicen haber mejorado su salud y su productividad laboral, aumentado su concentración y creatividad y sentirse satisfechos personalmente.
Pero en última instancia, ¿para qué sirve la meditación? Pues hablando en términos legos y a mi humilde entender se trata de una técnica que se utiliza para alcanzar un estado de paz y claridad interiores que permiten nuestra presencia en el mundo allí donde estemos. Es difícil definir el término de “presencia”. Es una especie de comunión total y auténtica con el mundo interior y exterior, de la sensación de pertenecer y de que todo es perfecto tal cual es, sin necesidad de cambiar nada, simplemente existiendo, siendo uno mismo. Va unida a una sensación interior de intensa alegría, pero no una alegría eufórica y desbordada hacia el exterior, sino una alegría contenida y relajada que sentimos en el interior y nos conecta a todo.
Para alcanzar este estado de comunión y de auténtica dicha no es necesario sentarse a meditar; todos lo hemos experimentado en algún momento de nuestra vida, cuando todo parecía encajar, todo parecía perfecto y al mismo tiempo todo era posible y nos alegraba esa sensación.
Pues bien, la meditación nos ayuda a entrenar nuestra mente para llegar a alcanzar ese estado de dicha o éxtasis con mayor facilidad en cualquier momento o situación de nuestra vida. Hay muchas técnicas para meditar, pero quizás las más conocidas sean:
1) Ser testigos de la respiración
2) Observar una imagen (mandala, llama o símbolo)
3) Pronunciar un mantra, una frase o una afirmación
Como vemos, hay evidentes similitudes entre las dos últimas y la oración y la contemplación cristianas.
Nos centraremos en la primera técnica, que es la que he utilizado en los últimos meses. Podéis sentaros en la posición del loto (yo no soy tan flexible, así que simplemente cruzo las piernas), sentaros en una silla con la espalda recta o en cualquier posición que consideréis cómoda (los practicantes de Tai Chi saben a qué me refiero, lo comentamos otro día si queréis).
Concentrad vuestra atención en cómo respiráis. No intentéis cambiar vuestra respiración, simplemente observar cómo el aire va entrando por las fosas nasales hasta alojarse en vuestro interior y como va después saliendo. ¿Respiráis con los pulmones o el diafragma? ¿Con rapidez o lentitud? Dejaos sentir vuestra respiración, no la modifiquéis, no existe un modo correcto o incorrecto de respirar, dejad simplemente que vuestra atención se fije en cómo respiráis. Dejaos respirar.
Es muy posible que aparezcan pensamientos que os distraigan de este seguimiento atento de la respiración. No os preocupéis demasiado por ellos; cuando aparezcan, respetad su existencia, pero no les prestéis demasiada atención, no dejéis que os distraigan. Volved vuestra atención a la respiración. ¿Seguís respirando con rapidez o lentitud? ¿Con los pulmones o el diafragma? ¿Ha cambiado algo?
Ésta es una introducción bastante subjetiva y simplista, pero espero haberos dado una idea. Quizás mi consejo sea que si os planteáis seriamente comenzar la práctica de la meditación, hagáis un cursillo u os unáis a un grupo de meditación.
Yo comencé haciendo un par de talleres. Uno de ellos integraba Tai Chi, relajación y meditación y en él llegué a sentir un estado de éxtasis increíble. El otro no fue tan intenso, pero me convenció para comenzar a practicar todos los días en casa. El facilitador nos instó a meditar 5 minutos diarios durante 3 meses, sólo 5 minutos, ¿quién no tiene 5 minutos? Nos comentó que era posible que al cabo de esos 3 meses quisiéramos prolongar el tiempo de meditación. Así fue en mi caso. No medité todos los días, pero sí casi todos y llegó un momento en que sentí verdadera curiosidad por cómo sería mi respiración ese día. La respiración me descubre cosas sobre mí misma, me dice lo relajada o lo estresada que estoy sin que yo lo haya percibido, el grado de actividad mental que tengo ese día en concreto y lo distraída o concentrada que estoy; me avisa de la fatiga, me sorprende al calmarse al poco de sentirse observada, en fin, me abre una puerta a otro mundo, un mundo interior, al cuál sólo acabo de asomarme, pero promete grandes aventuras.
Vídeo del mantra Vajra Guru"