El Mundo Today

2009/05/19

Prada y la mano

Prada era una sencilla hoja que pendía con gran ligereza de una de las ramas más cercanas al suelo. Quizás por ello su atención recaía en numerosas ocasiones en los paseantes de la avenida y, en general, en todo ser animado de los que poblaban su entorno. También aspiraba el aire con gran entusiasmo, olía el abanico de aromas de la estación veraniega, se bañaba en las gotas de rocío y de lluvia que alzaban su espíritu al de una diosa y recogía los incontables sonidos que cercaban su espacio natural. Después de mucho escarceo con la brisa y el vientecillo de verano, aprendió a bailar con una gracia sin par y se balanceaba coqueta con una carcajada insonora que exaltaba sus colores.

Un buen día una mano llamó su atención. Había visto muchas manos similares, pero ésta en concreto la magnetizó y provocó la aparición de una mancha rosada en su nervadura, como una herida de mil sentimientos desordenados. La mano se detuvo frente a ella y le pareció que se le detenía la savia, presintiendo su tacto cercano. La espera del acercamiento la azoraba y la alegraba por dentro. Los dedos se aproximaron lentamente, con un halo que prometía pasión humana. Sintió un roce ligero, casi imperceptible, y supo que había abandonado su realidad y había pasado a convertirse en amor puro y vibrante en un mundo inquietante y apaciguador. Un hilo rojo invisible fue creciendo entre Prada y la mano que la había tocado.

Todo habría seguido el curso normal de los acontecimientos amorosos a los que estamos acostumbrados los humanos si no perteneciese la hoja a un mundo ajeno a todo lo que denominamos “normal”. Por ello, numerosos fenómenos comenzaron a sucederse entre sí, todos ellos desencadenados por los celos del más poderoso de los elementos del mundo de Prada: el viento. Al ver aquel gesto de amor tan puro y tan natural, al identificar el hilo prohibido, comenzó a rugir y a azotar sin piedad las ramas del árbol que alojaba a Prada. Los bramidos del viento convirtieron el baile de la hoja en un balanceo frenético, en una lucha a muerte para evitar su desprendimiento de la rama.

Mientras tanto, la mano observaba la escena perpleja, sin saber qué hacer. Veía sufrir a su hoja y no entendía las reglas de este mundo al cual pertenecía Prada. Quería ayudarla, pero no sabía cómo. Comenzó a moverse nerviosa, a abrirse y cerrarse, a cansarse, a dibujar puños en el aire y a esgrimir objetos. La hoja descubría nuevas facetas de la mano que distaban de la ternura que había presentido en ella, pero el rojo hilo invisible de aquella poderosa atracción seguía presente. El viento no quería que la mano se acercase a Prada y la mano no cejaba en su empeño de encontrar una solución. Amaba aquella hoja y buscaba el modo de combatir este desatino del destino. No podía dejar que muriese.

Pasaron los días. La mano aparecía día tras día bajo un temporal de muerte, poniendo en peligro su propia vida a fin de visitar a la hoja y ver si todavía seguía existiendo. El viento seguía agitándola, pero Prada resistía sus embates. Un día la mano pensó haber encontrado la solución a la amenaza del viento. Aquella gran idea sería su gran destrucción, pero la mano no lo sabía. Trajo una bolsa de plástico de una casa y la colocó amorosamente alrededor de Prada. La hoja intentó disuadir a la mano, advertirla del daño que traería consigo su acción, pero la mano no entendía el lenguaje de aquel mundo. Prada dejó de sufrir a causa del viento y también dejó de percibir los aromas, los sonidos y las visiones que la hacían sentirse viva.

La bolsa la separaba del hilo rojo, de su mundo, de sí misma. Dejó de conocerse e inventarse. Dejó de sonreír coqueta y de bailar con los elementos. La bolsa la estaba sofocando y aquella mano, que una vez había visto elevarse al aire en forma de puño, se le apareció como un carcelero. Sus sensaciones estaban tan diluidas dentro de aquella maldita bolsa que ya no encontraba señales de atracción ni amor por aquella mano, aquella mano distinta a las demás, que había llamado su atención.

Sólo cuando la mano vio a Prada enrojecer dentro de la bolsa y sólo cuando ésta se desprendió del árbol, sólo entonces comprendió que la bolsa protectora la había ahogado.