Yeda es un gigantesco vertedero
abrupto y solo como la Verdad;
y sus reglas de la hospitalidad
no rigen para cualquier extranjero.
En la estación de buses el viajero
coge un taxi a la puerta de Bagdad
buscando en el distrito de al Balad
cosas que no se compren con dinero.
Tal vez las haya. Él no las encuentra;
ni al mar Rojo, escondido tras los muros
con el alma erigidos por los puros
que no franquea quien en Yeda entra.
Toda pena al partir es por quien queda
atrapado en tu fervor, prisión de Yeda.