El Mundo Today

2007/12/12

Algunos sonidos de Cuba

Acabo de llegar de unas merecidas vacaciones a esta isla caribeña y mientras me preguntaba qué podría escribir para publicar este miércoles en la bitácora, un grito en la calle me sacó del entumecimiento creativo. Recordé un aullido semejante en uno de los pueblos que visité en Cuba, así que os hablaré de ello.

El aullido en cuestión me despertó la primera mañana que pasé en Trinidad, pueblecito situado a unos 335 Km de La Habana. Aunque no lo veía desde la cama que me aseguraba una noche de cierto reposo, podía imaginarme al panadero al otro lado de las celosías, subido a una bicicleta poco valorada, pero reconfortada por el calor del pan recién hecho. A las 5h de la mañana, el panadero se paseaba por las calles centrales de Trinidad y lanzaba aquel aullido como una alimaña perdida en un bosque de calles empedradas: el PAN. Era tan contundente, tan veloz, tan lastimera aquella llamada que desestimaba el canto del gallo. Quizás si no fuese hija de un antiguo panadero me habría molestado tal insolente despertar. En mí, aquel sonido, no obstante, celebraba la cercanía de una vida legendaria que sólo había conocido en relatos de la infancia.

El pan me abrió no sólo el apetito físico, sino también auditivo y comencé a fijarme en los sonidos de Cuba. Quizás el sonido más conocido sea el de los instrumentos musicales: las guitarras, las maracas, los bongos, sin olvidar los saxofones y las trompetas. Todos ellos entonaban canciones que también revivían mis recuerdos de infancia. Los músicos del Son del Valle ensayaban por enésima vez en un patio cualquiera de Trinidad al lado de una jaula de coloridos cantantes del reino animal. La melancolía de sus canciones, su gran profundidad musical, y, también, los guiños e insinuaciones de varios componentes del grupo me hicieron comprender que no morirá, no morirá, no morirá el son cubano.

Ya de vuelta en La Habana, el invierno cubano dibujaba nubes pintorescas en un cielo de un azul intenso y hacía suspirar al atardecer en las cercanías del Malecón, mientras Luis, el trompetista, entonaba preciosos boleros. Los niños se oían cerca con sus quejas y sus juegos; los amantes estaban presentes, pero se mecían en silencio; las familias y los amigos vecinos de aquel trocito del paseo marítimo se contaban sus novedades y volvían a repetir los temas trillados de toda su vida. Luis seguía tocando y en mi silencio interior sabía que nunca olvidaría aquel momento.

El pan volvió a anunciarse las mañanas posteriores en La Habana, pero en esta jauría urbana ya no se hacía mediante un aullido humano lastimoso, sino con un silbido profundo y chirriante, quizás parecido al de los afiladores de los que había oído hablar en mi niñez. La ciudad como en todos los países del globo tenía sus propios sonidos, distintos a los del campo. Los camellos esquivaban a los taxis mafiosos; los yutong desprestigiaban a los antiguos autobuses; los coches eran empujados y arrancaban con estornudos de batería; los coco-taxis palpitaban mientras cabalgaban un asfalto poco agradecido. Mientras un vecino gritaba a pleno pulmón “Julio” para que éste le abriese el portal de la casa, buscaba la manera de grabar todos aquellos sonidos y visiones de otra época en un lugar especial de mi alma. Sabía que fracasaría en mi intento, que sólo la palabra escrita podría salvarme y restaurar la dignidad de aquel momento, pero cómo expresar el amor intenso que sentí al penetrar en los misterios del pan, de la alegría del Son del Valle, de la magia de Luis, de la llamada impudorosa de un vecino.

2007/11/21

Manual del consumista (II)

Herramientas de consumo

Definición de dinero

El bien primero, el único bien, el bien más grande para un consumista es el dinero. Según la definición del ilustrísimo Falabarato el dinero es “el intermediario imprescindible y necesario para poder materializar nuestras ideas y sueños”. Existen otras muchas definiciones, pero todas se resumen en la que acabamos de citar. El dinero se puede materializar en dinero en sí mismo (las monedas y los billetes que todos conocemos) o en crédito, del que hablaremos más adelante.

En este punto, y antes de explicar los métodos de utilización del dinero, debemos abrir un paréntesis en este apartado para aclarar los conceptos relativos a la adquisición de recursos dinerarios.


Trabajar: es uno de los métodos más antiguos para conseguir dinero; se crea o intercambia un producto o servicio por dinero.



Robar: es otro método muy utilizado, pero implica ciertos riesgos, en especial para consumistas principiantes, que de momento necesitan poco dinero.



Vender el propio cuerpo: algunas personas lo consideran un trabajo, se trata de vender un servicio relacionado con el propio cuerpo. No es apto para consumistas con altos principios morales.



Tener empleados y pagarles mal: se trata de pagar a alguien por hacer el propio trabajo y que esta paga sea mucho menor de lo que se recibe por el producto o servicio intercambiado. En la opinión de muchos expertos, ésta es una forma de trabajo; otros muchos piensan que es una forma de robar. La persona que adquiere dinero de este modo suele poseer un cargo alto en la escala empresarial. Si no es su caso, olvídese de esto, o téngalo presente, en caso de que se vea en la situación.



Hacer horas extras: se trata de una forma de trabajo, que consiste en trabajar más horas de lo estipulado en la jornada laboral media (37-38 h.) con el fin de conseguir más dinero del acordado en el contrato laboral. Tenga en cuenta que para que este método sea efectivo debe cobrar dichas horas extras.



Casarse por dinero: esta opción se ha utilizado durante años y todavía sigue en plena vigencia; se trata de casarse con una persona del sexo opuesto, que se encuentre en una situación económica boyante. Se debe uno asegurar con anterioridad de que la otra persona está dispuesta a compartir su dinero; en caso contrario y, si es usted una mujer consumista, puede obtener posteriormente el divorcio y conseguir una paga por mantenimiento nada despreciable.


Una vez aclarada esta idea, adentrémonos en los métodos de utilización del dinero.


Métodos de utilización


Existen diversas maneras de utilizar nuestro preciado bien primario, el dinero. En esta sección, señalaremos las más importantes: el intercambio directo, el pago a plazos, la promesa de pago,…


Ø Intercambio directo: desaconsejada por muchos profesionales del consumo, ésta no es una forma de intercambio de dinero por bienes de consumo muy utilizada. Se trata de utilizar el dinero en billetes y monedas de que disponemos para adquirir de una sola vez los artículos de consumo que deseamos.

Ø Pago a plazos: utilizada por la mayoría de la población consumista, que no desea utilizar el crédito, para adquirir los artículos de consumo deseados en varios pagos. Conviene destacar que este método de utilización del dinero está sólo disponible en algunas tiendas; normalmente, el pago a plazos se realiza mediante un crédito (véase el capítulo siguiente)

Ø Promesa de pago: los vendedores no suelen aceptar esta forma de dinero de todos los consumistas; por regla general, sólo aquellos que visten con clase, hablan con un tono afable o caen simpáticos a primera vista pueden utilizar este método para adquirir sus artículos.

2007/10/31

Pensamientos en el extranjero

Estoy furiosa, sí, furiosa y un poco harta de esos comentarios en clave de humor de ciertos irlandeses, más bien cercanos, que deberían entender mejor que nadie la soledad que alguien puede llegar a sentir en un país extranjero. Alguien, sí, yo misma, rodeada de palabras condescendientes, de envidias insidiosas, de estúpidas anotaciones que ocultan miedos y soledades aún mayores. ¿Dónde estará mi hermanita? ¿Qué será de ella? Su pobre suerte la lleva a la locura; ella, tan fuerte y tan delicada, tan generosa y tan natural, tan suya, tan lejos.

Al son de mil flautas deberíamos olvidar las fronteras, las formas, las culturas y centrarnos en el fondo de las cosas, de la verdad que todos ocultamos y sabemos desde que nacemos: esta es una historia que se acaba, una verdad que puede ser tan terrible que asusta y en lugar de separarnos, debería pegarnos en un eterno abrazo fraternal.

Calla, alma despierta a un mundo que no es rosáceo, sino más bien plomizo. Calla y, sonriente, entona un canto. Melancólico, si quieres, pero canta, flor de este desierto sin cara definida ni oasis perfectos. No hay escapatoria, pero sí un lugar para soñar y descifrar con pruebas digitales el latido de otro mundo en creación continua. Desarrolla tu poder, pues es éste el único que habrá de salvarte de una rutina maldita, de unas palabras mal dichas, de una memoria colectiva tan borrosa que se nubla en el tiempo. Suda sin sudor las toxinas del encuentro, de un encuentro, de todos los encuentros, que echan abajo tus ilusiones y alegrías. Reposa, soldada de la vida, el tiempo de la paz camina a tu vera; recuerda tu cara bonita, tu dicha dormida, tu dote de amor.

2007/09/19

La voz de Elisenda

Fitunita, Fitunita me llaman. En realidad soy Elisenda, la dama de las rojas ilusiones, pero me llaman Fitunita. ¡Fitunita! Si ellos sabieran, pero no saben. No saben nada. Los polotes son cavezones, atontados. Fitunita, me dicen, todo el día con la misma estoria. Fitunita, recoje esto. Fitunita, tira aquello. Fitunita, ven acá y échame una amano. Fitunita, siempre andas con la cabieza en otra parte. ¿Cómo voy a andar con la cabieza en otra parte? La cabieza la llebo siempre encima, llo, Elisenda, dama de las ilusiones doradas. Fitunita, acércate akí, llébame esto a la cocina. Para lla, Fitunita, siempre andas por medio. Algún día verán la verdad. Aunque siendo polotes ¿qué van a ver? Nada. Han nacido así: gordos, rojos, pesados y lentos; podría pasarles el Rei por delante que no s’ enteran. Sólo llo sé la verdad que escondo acá adentro. Ala, la que nos faltava. Ahí está el tonto éste otra vez, el polote más gordo qu’ he visto en mi vida. Grosero y gordo. Lento, atontado. Esta tarde no voy a tener un respiro.

Fitunita, cielo, ¿serías tan amable de traerme un café? Acabo de levantarme y estoy algo dormido. Necesito un buen café para despertarme del todo. Por cierto, hoy estás muy guapa. ¿Es nuevo ese vestido? ¿Sí? Te sienta estupendamente. Ay, cielo, y no me traigas azúcar, por favor. ¿Te he contado lo que le pasó a mi pobre hermano? Algo trágico, Fitunita, realmente trágico. Siéntate, tómate el café conmigo y te lo cuento. ¿Estás ocupada? Vaya, ¡qué pena! Bueno, pero me puedes escuchar mientras limpias por ahí, ¿no? Alfredo ha tenido un accidente de coche, figúrate tú, con lo delicado que es él del corazón. El coche ha quedado inservible, como te lo cuento, inservible. Figúrate tú la magnitud del accidente. Parece ser que quiso adelantar a un auto familiar de verano y al correr tras las marcas de adelantamiento, el coche se le detuvo en seco y comenzó a dar vueltas por la pista. Después de múltiples giros y contorneos, dicen que se empotró en la fábrica vieja. ¡En la fábrica vieja! Figúrate tú, Fitunita. ¿No tendrías unos azucarillos por ahí, cielo? Pues a lo que iba, increíble, parece incluso de otro mundo. Milagrosamente a él no le ha pasado nada, ni un rasguño, como te lo digo. Y empotrarse justo en la fábrica. ¡Qué extraño! Como si el coche supiera que Alfredo volvía a casa después de tantos años a reactivar el antiguo negocio familiar. ¿Qué negocio? Las corales, por supuesto. ¿No te lo había contado? Nuestros padres eran dueños de la fábrica de corales que existía en el Campo del Corcheto antes de que construyeran la autopista. Sí, sí, en el mismo punto en el que Alfredo tuvo el accidente, como te lo cuento, ¡coincidencia cuando menos curiosa! ¿No te parece, Fitunita, cielo?

_ Buenas tardes, Álvaro.

_ Buenas, patrón.

_ Me alegro de verte, muchacho, hace tiempo que no te dejas ver. Asunto de faldas, ¿no? Bueno, bueno, no me tienes que contar nada, ya sé yo cómo te gusta guardarte las cosas para ti. Un hombre callado, sí señor, así me gusta, callado como no los hay ya.

_ Sí, patrón.

_ Fitunita, ¿todo en orden? Bien, volveré dentro de una hora. Necesito ducharme. Hubo un terrible accidente en el Campo del Corcheto y he tardado más de dos horas de volver de Realto. Me alegro de verte, Álvaro. Hasta luego.

¿Álvaro? ¿Has oído, Fitunita? El patrón me llama Álvaro, como si no supiese mi apellido: Del Roble, uno de los apellidos más nobles de nuestra historia. Cuando la fábrica estaba en pleno apogeo, no se atrevería a tratarme de esa manera, pero ahora ya… En fin, te cuento la historia, que me decías que no sabías lo de Alfredo. ¿Te vas a fregar los platos? Bien, hablamos luego.

Fitunita, Fitunita, ¿te has fijado cómo me trata? Como si llo fuese una criada o algo así. ¡Anda lla! El gordo éste se cree un cavallero. Estaría buena. Y la istoria ésa de la fábrica, una fábrica de corales, a quién se le cuente. Como si llo no sabiera que los corales sólo los hay en el mar. ¿No lo decía llo? Fitunita, me trata de Fitunita, a mí, Elisenda, dama y flor de azahar. ¿Quién quiere saber su estúpida estoria? Su hermano a mí como si se emprota otra vez contra esa fábrica o el corcheto mismo en su imesidad. ¡Menudo tonto el polote éste! Allá vamos a escuchar su tontería otra vez.

Ah, ya has vuelto. Lo que te decía, Fitunita, cielo. Alfredo, recién regresa para hacerse cargo de los negocios de la familia después del fallecimiento de nuestro querido padre, que en paz y regalo descanse, y tiene este terrible accidente delante de nuestra fábrica, su única aventura fracasada. La fábrica de corales. Y realmente era bonita la idea, ¿no crees, cielo? Ay, Fitunita, si pudieses hablar, seguro que incluso tú te atreverías a hacer las pruebas de audición para ingresar en la escuela y fábrica de cantantes. Sí, sí, tú, seguro que tenías una voz como la de las diosas del Olimpo y entrarías directa en una de las corales de la fábrica. Sí, Fitunita, hermosa, en su primer año la fábrica tuvo una producción aproximada de 3 corales. Figúrate tú, en aquellos tiempos, con lo poco que nos gustaba la música. Y después de 5 años de trabajo duro, mi santísimo padre, Fitunita, consiguió fabricar 25, me oyes bien, 25 corales al año. Llegaban voces de los lugares más recónditos del planeta a formarse y unirse en la fábrica del Campo del Corcheto. Ah, aquellos sí que eran buenos tiempos, Fitunita…

Ya está el tonto éste ablando otra vez de cantos y música. Siempre con la misma istoria. Debe hacerlo a propósito. Fitunita, si tú tuvieras boz, kerida. Ni kerida ni ké ocho cuartos. A mí no me las da con keso. Me saca el tema siempre para ofender, claro. Llo seré muda, pero sé lo que balgo. Elisenda me llamo, no Fitunita. Y muda, muda lo soy en este mundo que no es mío. Llo no sé cómo he llegado a esta estoria, si llo era protagonista de una nobela de amor, Elisenda, dama de ilusiones reales. Y ahora me encierran akí, en una istoria sin clase, con gordos y tontos y faltas de otografía. Yo ya no puedo más. Un día de estos me mato.

Como te lo cuento, Fitunita, había festivales musicales todos los días, todos los días. Esos sí que eran buenos tiempos. Cada noche una actuación distinta, una coral de la fábrica con un estilo diferente (para no aburrir, claro). Lo que yo te diga, cielito. Como tú eres casi casi un polote, seguro que podías entrar en una coral, si aciertan a operarte las cuerdas vocales, claro. Ahora que ha regresado Alfredo, las cosas volverán a ser como antes.

Llo un polote? Éste no se ha mirado al espejo. Llo soy esvelta y vella. No gorda y tonta como los polotes. Habrase visto, este iñorante. Y insiste en la boz el pesado, tonto, gordo. A ver si se va lla.

¿Te conté por qué se marchó? Fue una tragedia, una verdadera tragedia. Se enamoró de una muchacha rolota, ya ves tú, ¡qué ridículo! No es por ofender a los rolota, pero un polote no puede fijarse en una rolota. La cosa va para tragedia, ya se sabe. Se llamaba Elisenda, como te lo digo. Nombre de dama tenía la arpía. Elisenda DonJuanes o algo así. Era hija de un fabricante de harina. Digo yo que qué tendrán que ver las corales con la harina. Pues Alfredo erre que erre, que estaba enamorado de ella. Se presentó a una prueba para cantar en una coral. ¡Ilusa! Una rolota de cantante, ¿a quién se le ocurre semejante idea? Si casi todos sois mudos y algunos incluso sordos de nacimiento. Pues ella se nos presentó allí en el aula de audición, preparada para hacer el ridículo, claro, con esas antenas que tenéis los rolota. Y la cuestión de la voz. Si para eso sí que no valéis. No es por ofender, Fitunita, tú eres muy hermosa y rolliza. Ni se diría que eres rolota. Casi casi podrías pasar por un polote. Tú seguro que sí sacabas una voz de polote como la que más. Y de las mejores. Ya lo creo. Pero ésta era flaca y altísima, con sus antenas rojas y todo. Y Alfredo va y se nos enamora de ella, el muy bobalicón. Imagínate tú el disgusto de mi pobre madre, que el Master la tenga en su gloria y descanso. Y, claro, la insignificante ésta decía que tenía derecho a hacer la prueba como todos los demás. Y viene todos los días a la fábrica. ¡Todos los días, Fitunita!, pero no la dejamos, claro. Y ella insiste e insiste. ¡Qué tercos que sois los rolota, Fitunita, cielo! Pues nada, resulta que un día, Alfredo se queda de responsable en el aula de audición y no se le ocurre otra que dejarla cantar. Ya estaba enamorado, no había remedio. Qué sonidos más atronadores. ¡Madre! Y se oyeron en todo el Campo del Corcheto. ¡Aquella atrocidad! ¡Master mío! Mi padre llega corriendo desde el aula de vocalización y se echa las manos a la cabeza. ¡¡¡Nooo!!! Grita. Demasiado tarde. Alfredo ya estaba enamorado de la muchacha y la miraba embelesado. Cae de rodillas. Un polote de rodillas ante una rolota, Fitunita, ya ves tú qué ridículo. Se declara y le pide que se case con él. Ella acepta, allí, todo allí, en el aula de audición. Se van de la mano sin la bendición de nadie, como dos prófugos. Mi madre sofocada cierra el piano con tanta violencia y descuido que se atrapa los dedos y no volverá a tocar en su vida. Mis otros dos hermanos avergonzados pierden la voz de repente. Por culpa de aquellos sonidos espantosos, se extiende la mala fortuna y la fábrica comienza a quebrar. Mi padre sabe que debe abandonar su sueño de fabricar corales. Surge la oportunidad de apropiarse de la fábrica de harina del padre de la chica rolota y decide adquirirla, más por venganza que por cuestión de supervivencia. Los Del Roble todavía éramos dueños de la mitad del condado en aquella época, hace ya 30 años.

¿30 años? Ése es el tiempo que llevo llo en este mundo de polotes. A que por culpa de ese tonto polote que s’enamora, estoy yo akí encerrada en este cuento rarísimo. Y por culpa de esa rolota, ¡cómo se le ocurre aceptar a un polote! ¿Y cómo hacía para hablar, digo llo? Si llo pensava que los rolota no podíamos hablar en el mundo de los polotes. Claro que eso dice todo el mundo. Y llo soy la única rolota akí. ¿Cómo habrá que hacer para hablar?

_ Me llamo Elisenda, dama de ilusiones rojas.

Fitu, demonios, puedes hablar. Me has dejado mudo. Y qué voz más linda tienes, cielo, cariño, hermosa. Fitu, la rolota más hermosa, casi polote, quizás seas polote después de todo. Y yo siento un cosquilleo que no sé. ¡Ay, cielo! Que el Master me devuelva el habla, que se apiade de mí, que pueda hablar de nuevo, que ahora necesito la voz más que nunca. He de decir a esta belleza que sea mía. Ah, ¿mía ella? ¿Con esa voz tan gloriosa y transparente, tan inspiradora, tan sutil? No, mejor callar y escucharla como un devoto. Ah, Fitu, Fitu, qué rolota más hermosa y qué voz más insinuante posees. Ahora comprendo a Alfredo, a mi hermano, pero, Alfredo y la rolota aquella, ¡ay! ¡Madre! ¿no será ésta la criatura desaparecida, fruto de los dos? ¡Ah, no, no! Mi Fitu no puede ser de mi familia. No, no, no carne de mi carne; no puede ser mi sobrina. Es demasiado cruel. No puede ser. Yo ya no hablo más en toda mi vida, no podrá ser nunca mi mujer. (Silencio mental)

¡Qué voz más hermosa tienes, cielo!

2007/08/29

La vieja mendiga

Perdida toda vergüenza,
abiertas sus carnes flácidas,
perdida y sin memoria
de burla toda, o de sátira,
se sienta en un rinconcito,
junto a la Virgen de Fátima,
un vieja que mendiga
raciones de vida práctica
murmurando sin sosiego,
entre ojos y pasos de lápidas
ay unas moneditas feas
codicia, suspira y da lástima.

Sucia, descalza y desnuda,
espera limosna rápida
espera el final del día
espera la luna mágica
que la consuele en los bares
con risas vivas, ingrávidas.

Vieja, tonta y tristona,
exhibe en su cuerpo mil lágrimas,
asusta a los niños corriendo
abriendo su vida a la pálida
luz de un verbo que se apaga.

2007/08/08

La senda

Tal que lágrima vivía en mí
una senda partida en dos tramos,
una ausencia de amores tempranos,
una dicha posible sin ti.

Tal que desvelo crecía en mí
un bastión de voces de mando,
un dolor de vivir en pecado,
un apenas secreto sentir.
Dolor aciago que me consumes
despierta al ser infinito
que contengo entre haces
de vida sin reposo ni consuelo.

Placer mundano que me retienes
dormita en el nido vacío
que aliento entre haces
de vida con gozos y anhelos.

Suspiro

Deseo

Doncella del lago
en uno reúne
los tramos de mi senda;
pinta en mí,
cariñosa, un alma serena,
levanta de mis ojos,
el mal, el caos, la venda.

2007/07/18

Primer día de trabajo

El casco le quedaba demasiado justo y, a su contacto, el cuero cabelludo hacía horas que había comenzado a sudar. Su trasero protestaba ante el inacostumbrado traqueteo. Las manos se le habían convertido en dos bloques de hielo debido a la ausencia de guantes. Los pies habían dejado de existir hacía tiempo y su inexistencia se iba extendiendo a las pantorrillas. Los ojos soltaban lágrimas poco solidarias debido a la velocidad y un molesto goteo nasal lo obligaba a aspirar con insistencia el frío aire del invierno. Ateridos todos sus miembros sobre una moto destartalada, había comenzado su vida laboral como mensajero en un día de enero.

Pese a las molestias físicas, la jornada había sido un éxito. Había repartido cien paquetes. Ahora se dirigía a su último destino donde entregaría el último envío de su encomienda:

Sr. Ramos

C/ Sagunto nº 99

Aparcó la moto en el número 115. Siguió el camino a pie tarareando una canción popular, contento de estar llegando al fin. Cavilaba ya en la cena que se propinaría en el nuevo restaurante del barrio como celebración de su recién estrenado trabajo. Nadie dudaría ahora de su valía. Cien paquetes en un día, un récord. Dentro de poco seguro que incluso le subían el sueldo. Tan entretenido se hallaba con sus reflexiones que no reparó en que ya estaba en el número 83. Volvió sobre sus pasos, esta vez dejando sus abstracciones para más tarde. 85, 87, 89: un portal impresionante, de los antiguos, delante de una mansión que se hallaba ennegrecida por la hiedra. 91, 93; estos números marcaban el comienzo de la zona comercial: un zapatero remendón en un gran ventanal, una puertecilla que parecía dar acceso a un almacén de huevos, aparecido de forma mágica unos pasos más adelante; 95, el 97 parecía 91 debido a lo gastado del rótulo. Dos puertas se concentraban en este punto, media puerta de pueblo, como de caballerizas; un portalón moderno y sucio con placas médicas desgastadas. El 101 era otra mansión extraordinaria.

Perplejo, volvió a tantear los portales y los números: 95, 97, 101. Achinó los ojos con la intención de mirar más intensamente, pero no logró encontrar la placa del 99: ningún número entre las verjas, la hiedra de los muros, el graffiti de las puertas. El 97 se encontraba en medio de dos portales, por llamarlos de alguna manera. Como ya hemos dicho, había media puerta y un portalón con placas sanitarias. Sobre ambos se dibujaba un arco en la pared, quizás realizado por artistas callejeros, coronado por el 97. No había rastro del número 99. Tampoco había puerta ni portal que diesen pistas sobre el Sr. Ramos, destinatario del paquete.

La cena en el nuevo restaurante del barrio comenzó a diluirse entre molestas preocupaciones. Cien paquetes entregados, pero quizás uno perdido. Habrá que hacer algo. No es cuestión de manchar una incipiente carrera de mensajero por falta de decisión. Se dirigió a la zapatería y preguntó por el Sr. Ramos. El zapatero no lo conocía. Y a la huevería. Ni idea. Detuvo a cinco transeúntes. Nadie sabía por qué no había número 99 ni quién era el Sr. Ramos. Pulsó todos los timbres del portal de las placas médicas. El interfono abrió la puerta en varias ocasiones sin voces humanas de acompañamiento. Bajó y subió las viejas, estrechas y malolientes escaleras de dos en dos. Llamó a todas las puertas y fue atendido por varias señoritas muy simpáticas, las cuales, no obstante, no sabían del paradero del Sr. Ramos. Dos pisos vacíos, el bajo-sótano y el 3º. En la dirección no estaba marcado el piso:

Sr. Ramos

C/ Sagunto, 99

Llamó a la central con el móvil. Llamada a fijo. Se iba a quedar sin saldo. Le temblaba la mano y pensó que también la voz. La dirección era la correcta. ¿Algún problema? Ningún problema, todo va bien. Cualquier otra respuesta era demasiado embarazosa. No se permitiría un fallo el primer día. No encuentro la puerta. Ha desaparecido el número 99. El Sr. Ramos no existe. No hay portal para el 99.

Cien paquetes entregados hoy y, a pesar de ello, todo carecería de valor sin concluir la tarea, la entrega completa. El número 99, el Sr. Ramos. Volvió a salir del edificio. Estaba oscureciendo. Caminó toda la extensión de la calle a ambos lados y detuvo a varios vecinos. Preguntó, inquirió, creó corros de paisanos a su alrededor. Incluso un turista aprovechó la camaradería urbana para sacar fotos del carácter español. Sin embargo, nadie pudo ayudarlo.

La cena en el nuevo restaurante de su barrio había desaparecido totalmente de su mente. Sólo veía escenas familiares de mujeres gritando: su mujer y su suegra. «Un inútil, si es que no vales para nada; éste es un inútil». Volvió a llamar a varias puertas y a hablar con más gente. Repitió la visita a la casa de salud. Las señoritas dejaron de ser simpáticas. Ningún Ramos, no sabían dónde era el número 99; su correspondencia se dirigía al 97.


Por fin, pensó que no le quedaba otra opción sino saltar la verja del jardín de la mansión del 101. Quizás encontraría allí alguna pista sobre el desaparecido número. Las frases «libertad condicional», «allanamiento de morada», «prisión menor», «un perfecto inútil», «bienvenido a la trena, guapetón» «¿tú, cambiar de vida?», «quien nació ladrón, morirá ladrón» se arremolinaban en su cerebro, más cansado y sudoroso que antes. Se arrepintió en el acto de haberse introducido en propiedad privada y salió del jardín de la mansión con pavor en la mirada. Escrutó los portales de nuevo, ahora en la oscuridad. Arriba y abajo se le vio caminar una vez más por toda la calle.

Mas no quedaba otro lugar por investigar. Con más valor ahora, saltó la verja otra vez; se adentró en la espesura del jardín y quedó maravillado ante la belleza de las dos farolas, que charlaban coquetas sobre una fuente apagada. Un banco escuchaba calmado los sonidos imperceptibles de los haces de luz. Allí se dirigió el mensajero en su primer día de trabajo. Se sentó en un extremo del banco, como con miedo, y miró la única puerta: 101. En el jardín no había más casa que la del perro. Observó el pequeño paquete y lo posó en sus piernas. Le gustaría hacerlo desaparecer. Había maculado un día perfecto. Lo miró desde varias perspectivas, como intentando averiguar su contenido. El paquete lo estaba hipnotizando con su secreto, su misterio oculto. Quizás debía abrirlo. «Un perfecto inútil», «prisión menor», «bienvenido a la trena, guapetón» «¿tú, cambiar de vida?», «quien nació ladrón, morirá ladrón». Emitió un suspiro e intentó contenerse aún unos instantes. El paquete lo seducía con su pasividad. Parecía abrirse a mundos fascinantes, a épocas pasadas. Lo animaba a darse por vencido. Y lo hizo. Se rindió. Se abalanzó sobre él con la avidez de un loco. Rasgó su envoltorio y miró su interior.

Entre sus piernas reposaba una hermosa placa con el número 99.

2007/06/27

La política del fútbol

Al escuchar las desavenencias verbales de ciertos diputados de cualquier partido en el Parlamento sobre un tema sometido a debate, tengo muchas veces la sensación de asistir a un partido de fútbol, en el cual los seguidores de uno y otro equipo aceptan las técnicas de su equipo como únicas posibles, al menos ante el equipo contrario.

Yo pensaba, inocente de mí, que la política era otra cosa. Para mí, aquellos señores que votábamos como representantes debían “hacer política”, es decir, construir modelos de organización estatal, en un primer momento con independencia de su partido político. Más tarde, los ciudadanos veríamos en ese quehacer una orientación política característica de un partido dado.

Pero, ¡ay de mí!, me he equivocado de principio a fin. Primero, estos respetables señores se adhieren a las normas de cierto partido político, seleccionado según sus principios y, más adelante, apoyan ciegamente cualquier quehacer político que lleve la firma de su partido, en caso de estar en el poder, o rechazan automáticamente toda política ideada por el partido contrario, a instancias de su partido en oposición.

¿No es posible acaso que los más aventajados en la escala del poder de estos hombres políticos, que no sólo son políticos sino también hombres, con sus defectos y virtudes, tengan alguna vez una idea de proyecto “de izquierdas” aunque sean “de derechas” o ideas de derechas aunque sean de izquierdas? No es habitual, pero ¿imposible? Entonces, ¿no deberían los señores diputados mantener una cierta distancia con respecto a sus obligaciones de partido para mantenerse siempre fieles a los principios del mismo, que es, al fin y al cabo, lo que ha movido al voto a los ciudadanos?

Las sesiones serían cansadísimas, pero ¡qué interesantes! Los políticos debatirían realmente los pros y los contras de los proyectos de ley del gobierno, sin necesidad de atacarse públicamente o de sacar a relucir errores pasados que no vienen a cuento. Se trata de debatir, señores diputados, no de atacar o defender. El parlamento no es un estadio de fútbol. ¿Conseguirán algún día dejar de pelearse como seguidores fanáticos de un equipo?

2007/06/06

Cando sexa

árbore, fundirei as miñas

poutas no chan galego e sentirei

o apreixo doce das augas subterráneas do

inverno. Cando sexa árbore abrirei os meus

brazos aos ceos e mentras me arrinca con gracia

as follas do outono, notarei o agarimo do vento.

Cando sexa árbore sentirei a xiada nos meus

brazos como bico da alma da montaña. Cando

sexa árbore estarei perto do sol

e das súas raiolas.

Can

do

sexa carballo

can

tarei

sen

can

ción

Cando sexa árbore.