Fitunita, Fitunita me llaman. En realidad soy Elisenda, la dama de las rojas ilusiones, pero me llaman Fitunita. ¡Fitunita! Si ellos sabieran, pero no saben. No saben nada. Los polotes son cavezones, atontados. Fitunita, me dicen, todo el día con la misma estoria. Fitunita, recoje esto. Fitunita, tira aquello. Fitunita, ven acá y échame una amano. Fitunita, siempre andas con la cabieza en otra parte. ¿Cómo voy a andar con la cabieza en otra parte? La cabieza la llebo siempre encima, llo, Elisenda, dama de las ilusiones doradas. Fitunita, acércate akí, llébame esto a la cocina. Para lla, Fitunita, siempre andas por medio. Algún día verán la verdad. Aunque siendo polotes ¿qué van a ver? Nada. Han nacido así: gordos, rojos, pesados y lentos; podría pasarles el Rei por delante que no s’ enteran. Sólo llo sé la verdad que escondo acá adentro. Ala, la que nos faltava. Ahí está el tonto éste otra vez, el polote más gordo qu’ he visto en mi vida. Grosero y gordo. Lento, atontado. Esta tarde no voy a tener un respiro.
Fitunita, cielo, ¿serías tan amable de traerme un café? Acabo de levantarme y estoy algo dormido. Necesito un buen café para despertarme del todo. Por cierto, hoy estás muy guapa. ¿Es nuevo ese vestido? ¿Sí? Te sienta estupendamente. Ay, cielo, y no me traigas azúcar, por favor. ¿Te he contado lo que le pasó a mi pobre hermano? Algo trágico, Fitunita, realmente trágico. Siéntate, tómate el café conmigo y te lo cuento. ¿Estás ocupada? Vaya, ¡qué pena! Bueno, pero me puedes escuchar mientras limpias por ahí, ¿no? Alfredo ha tenido un accidente de coche, figúrate tú, con lo delicado que es él del corazón. El coche ha quedado inservible, como te lo cuento, inservible. Figúrate tú la magnitud del accidente. Parece ser que quiso adelantar a un auto familiar de verano y al correr tras las marcas de adelantamiento, el coche se le detuvo en seco y comenzó a dar vueltas por la pista. Después de múltiples giros y contorneos, dicen que se empotró en la fábrica vieja. ¡En la fábrica vieja! Figúrate tú, Fitunita. ¿No tendrías unos azucarillos por ahí, cielo? Pues a lo que iba, increíble, parece incluso de otro mundo. Milagrosamente a él no le ha pasado nada, ni un rasguño, como te lo digo. Y empotrarse justo en la fábrica. ¡Qué extraño! Como si el coche supiera que Alfredo volvía a casa después de tantos años a reactivar el antiguo negocio familiar. ¿Qué negocio? Las corales, por supuesto. ¿No te lo había contado? Nuestros padres eran dueños de la fábrica de corales que existía en el Campo del Corcheto antes de que construyeran la autopista. Sí, sí, en el mismo punto en el que Alfredo tuvo el accidente, como te lo cuento, ¡coincidencia cuando menos curiosa! ¿No te parece, Fitunita, cielo?
_ Buenas tardes, Álvaro.
_ Buenas, patrón.
_ Me alegro de verte, muchacho, hace tiempo que no te dejas ver. Asunto de faldas, ¿no? Bueno, bueno, no me tienes que contar nada, ya sé yo cómo te gusta guardarte las cosas para ti. Un hombre callado, sí señor, así me gusta, callado como no los hay ya.
_ Sí, patrón.
_ Fitunita, ¿todo en orden? Bien, volveré dentro de una hora. Necesito ducharme. Hubo un terrible accidente en el Campo del Corcheto y he tardado más de dos horas de volver de Realto. Me alegro de verte, Álvaro. Hasta luego.
¿Álvaro? ¿Has oído, Fitunita? El patrón me llama Álvaro, como si no supiese mi apellido: Del Roble, uno de los apellidos más nobles de nuestra historia. Cuando la fábrica estaba en pleno apogeo, no se atrevería a tratarme de esa manera, pero ahora ya… En fin, te cuento la historia, que me decías que no sabías lo de Alfredo. ¿Te vas a fregar los platos? Bien, hablamos luego.
Fitunita, Fitunita, ¿te has fijado cómo me trata? Como si llo fuese una criada o algo así. ¡Anda lla! El gordo éste se cree un cavallero. Estaría buena. Y la istoria ésa de la fábrica, una fábrica de corales, a quién se le cuente. Como si llo no sabiera que los corales sólo los hay en el mar. ¿No lo decía llo? Fitunita, me trata de Fitunita, a mí, Elisenda, dama y flor de azahar. ¿Quién quiere saber su estúpida estoria? Su hermano a mí como si se emprota otra vez contra esa fábrica o el corcheto mismo en su imesidad. ¡Menudo tonto el polote éste! Allá vamos a escuchar su tontería otra vez.
Ah, ya has vuelto. Lo que te decía, Fitunita, cielo. Alfredo, recién regresa para hacerse cargo de los negocios de la familia después del fallecimiento de nuestro querido padre, que en paz y regalo descanse, y tiene este terrible accidente delante de nuestra fábrica, su única aventura fracasada. La fábrica de corales. Y realmente era bonita la idea, ¿no crees, cielo? Ay, Fitunita, si pudieses hablar, seguro que incluso tú te atreverías a hacer las pruebas de audición para ingresar en la escuela y fábrica de cantantes. Sí, sí, tú, seguro que tenías una voz como la de las diosas del Olimpo y entrarías directa en una de las corales de la fábrica. Sí, Fitunita, hermosa, en su primer año la fábrica tuvo una producción aproximada de 3 corales. Figúrate tú, en aquellos tiempos, con lo poco que nos gustaba la música. Y después de 5 años de trabajo duro, mi santísimo padre, Fitunita, consiguió fabricar 25, me oyes bien, 25 corales al año. Llegaban voces de los lugares más recónditos del planeta a formarse y unirse en la fábrica del Campo del Corcheto. Ah, aquellos sí que eran buenos tiempos, Fitunita…
Ya está el tonto éste ablando otra vez de cantos y música. Siempre con la misma istoria. Debe hacerlo a propósito. Fitunita, si tú tuvieras boz, kerida. Ni kerida ni ké ocho cuartos. A mí no me las da con keso. Me saca el tema siempre para ofender, claro. Llo seré muda, pero sé lo que balgo. Elisenda me llamo, no Fitunita. Y muda, muda lo soy en este mundo que no es mío. Llo no sé cómo he llegado a esta estoria, si llo era protagonista de una nobela de amor, Elisenda, dama de ilusiones reales. Y ahora me encierran akí, en una istoria sin clase, con gordos y tontos y faltas de otografía. Yo ya no puedo más. Un día de estos me mato.
Como te lo cuento, Fitunita, había festivales musicales todos los días, todos los días. Esos sí que eran buenos tiempos. Cada noche una actuación distinta, una coral de la fábrica con un estilo diferente (para no aburrir, claro). Lo que yo te diga, cielito. Como tú eres casi casi un polote, seguro que podías entrar en una coral, si aciertan a operarte las cuerdas vocales, claro. Ahora que ha regresado Alfredo, las cosas volverán a ser como antes.
Llo un polote? Éste no se ha mirado al espejo. Llo soy esvelta y vella. No gorda y tonta como los polotes. Habrase visto, este iñorante. Y insiste en la boz el pesado, tonto, gordo. A ver si se va lla.
¿Te conté por qué se marchó? Fue una tragedia, una verdadera tragedia. Se enamoró de una muchacha rolota, ya ves tú, ¡qué ridículo! No es por ofender a los rolota, pero un polote no puede fijarse en una rolota. La cosa va para tragedia, ya se sabe. Se llamaba Elisenda, como te lo digo. Nombre de dama tenía la arpía. Elisenda DonJuanes o algo así. Era hija de un fabricante de harina. Digo yo que qué tendrán que ver las corales con la harina. Pues Alfredo erre que erre, que estaba enamorado de ella. Se presentó a una prueba para cantar en una coral. ¡Ilusa! Una rolota de cantante, ¿a quién se le ocurre semejante idea? Si casi todos sois mudos y algunos incluso sordos de nacimiento. Pues ella se nos presentó allí en el aula de audición, preparada para hacer el ridículo, claro, con esas antenas que tenéis los rolota. Y la cuestión de la voz. Si para eso sí que no valéis. No es por ofender, Fitunita, tú eres muy hermosa y rolliza. Ni se diría que eres rolota. Casi casi podrías pasar por un polote. Tú seguro que sí sacabas una voz de polote como la que más. Y de las mejores. Ya lo creo. Pero ésta era flaca y altísima, con sus antenas rojas y todo. Y Alfredo va y se nos enamora de ella, el muy bobalicón. Imagínate tú el disgusto de mi pobre madre, que el Master la tenga en su gloria y descanso. Y, claro, la insignificante ésta decía que tenía derecho a hacer la prueba como todos los demás. Y viene todos los días a la fábrica. ¡Todos los días, Fitunita!, pero no la dejamos, claro. Y ella insiste e insiste. ¡Qué tercos que sois los rolota, Fitunita, cielo! Pues nada, resulta que un día, Alfredo se queda de responsable en el aula de audición y no se le ocurre otra que dejarla cantar. Ya estaba enamorado, no había remedio. Qué sonidos más atronadores. ¡Madre! Y se oyeron en todo el Campo del Corcheto. ¡Aquella atrocidad! ¡Master mío! Mi padre llega corriendo desde el aula de vocalización y se echa las manos a la cabeza. ¡¡¡Nooo!!! Grita. Demasiado tarde. Alfredo ya estaba enamorado de la muchacha y la miraba embelesado. Cae de rodillas. Un polote de rodillas ante una rolota, Fitunita, ya ves tú qué ridículo. Se declara y le pide que se case con él. Ella acepta, allí, todo allí, en el aula de audición. Se van de la mano sin la bendición de nadie, como dos prófugos. Mi madre sofocada cierra el piano con tanta violencia y descuido que se atrapa los dedos y no volverá a tocar en su vida. Mis otros dos hermanos avergonzados pierden la voz de repente. Por culpa de aquellos sonidos espantosos, se extiende la mala fortuna y la fábrica comienza a quebrar. Mi padre sabe que debe abandonar su sueño de fabricar corales. Surge la oportunidad de apropiarse de la fábrica de harina del padre de la chica rolota y decide adquirirla, más por venganza que por cuestión de supervivencia. Los Del Roble todavía éramos dueños de la mitad del condado en aquella época, hace ya 30 años.
¿30 años? Ése es el tiempo que llevo llo en este mundo de polotes. A que por culpa de ese tonto polote que s’enamora, estoy yo akí encerrada en este cuento rarísimo. Y por culpa de esa rolota, ¡cómo se le ocurre aceptar a un polote! ¿Y cómo hacía para hablar, digo llo? Si llo pensava que los rolota no podíamos hablar en el mundo de los polotes. Claro que eso dice todo el mundo. Y llo soy la única rolota akí. ¿Cómo habrá que hacer para hablar?
_ Me llamo Elisenda, dama de ilusiones rojas.
Fitu, demonios, puedes hablar. Me has dejado mudo. Y qué voz más linda tienes, cielo, cariño, hermosa. Fitu, la rolota más hermosa, casi polote, quizás seas polote después de todo. Y yo siento un cosquilleo que no sé. ¡Ay, cielo! Que el Master me devuelva el habla, que se apiade de mí, que pueda hablar de nuevo, que ahora necesito la voz más que nunca. He de decir a esta belleza que sea mía. Ah, ¿mía ella? ¿Con esa voz tan gloriosa y transparente, tan inspiradora, tan sutil? No, mejor callar y escucharla como un devoto. Ah, Fitu, Fitu, qué rolota más hermosa y qué voz más insinuante posees. Ahora comprendo a Alfredo, a mi hermano, pero, Alfredo y la rolota aquella, ¡ay! ¡Madre! ¿no será ésta la criatura desaparecida, fruto de los dos? ¡Ah, no, no! Mi Fitu no puede ser de mi familia. No, no, no carne de mi carne; no puede ser mi sobrina. Es demasiado cruel. No puede ser. Yo ya no hablo más en toda mi vida, no podrá ser nunca mi mujer. (Silencio mental)
¡Qué voz más hermosa tienes, cielo!