El Mundo Today

2008/12/29

Colaboración (V): Del género bobo

2. Consenso verbal y consenso social


¿Paridad = Igualdad?




Uso a propósito términos como varón o hembra para enfatizar hasta qué punto es artificiosamente interesada esta asimilación espuria de sexo biológico a género gramatical, cuyo origen está en un calco irreflexivo y acrítico de la voz inglesa gender. Por descontado, uno nunca sabe si estas leyes sexualmente discriminatorias servirán o no para el bien que persiguen. En su defensa suele aducirse que la discriminación que instauran es necesaria para corregir la injusticia de partida, etcétera; pero la mayoría de estos argumentos son pura subjetividad. En fin, cómo saber algo tan difícil. Lo indudable es que estas leyes son antiigualitarias, vale decir injustas; y el igualitarismo es un axioma de base de la izquierda. Si renuncia a él, más le vale llamarse neorreligión a lo new age; todo muy bonito, pero ¿qué Mahomas querrá decir? ¡Ah! ¿Que cuanto más vaporoso, mejor? Así se ganarán Elecciones, pero estas medallas autoimpuestas que recargan el pecho de nuestro fatuo Líder Supremo son usurpadas, tan vanas como Él mismo.

A aquellas damas que sobrevivieron al naufragio del «Titanic», gracias a una merced del patriarcado conocida como caballerosidad, nunca se les habría ocurrido esgrimir su plaza en el bote salvavidas como una «conquista de la igualdad»; pero el reducido grupo de altas funcionarias públicas privilegiadas por las políticas de «discriminación positiva» —que funciona como una casta al estilo de las de la India, aunque minoritaria, porque no hay dotes para todas— jamás pone en duda, ni tolera que se ponga, que las dádivas que les otorga el Líder Máximo a cambio de su adhesión incondicional (a él, a Su Persona, no a ningún proyecto igualitario) sean sino etapas que van quemándose inexorablemente en el camino lineal al parque temático que ellas sueñan con seguir regentando ad infinitum. Tan lineal, de hecho, que cualquier duda sobre la eficacia o idoneidad de estas políticas con vistas al objetivo de lograr la igualdad es, sin más, un ataque contra «la mujer», ente abstracto encarnado, naturalmente, en ellas mismas, el lobby pseudofeminista que se atribuye el monopolio de la izquierda biempensante tal como aquellas beatas de misa diaria monopolizaban la moral dominante en la provinciana España de Franco. Como entonces, también ahora cualquier disidencia o duda se marcará con el estigma que reservan a los discrepantes quienes se presentan invariablemente como abanderados del diálogo, aunque no quepa mayor fraude a éste que apresurarse a colgar sambenitos para evitar a toda costa el tener que contrastar argumentos.

El ingrediente nuevo en algo tan viejo como este patriarcado pasado por la túrmix de la mercadotecnia demoscópica (las mujeres superan demográfica luego electoralmente a los varones) es que, ahora, a la discriminación sexual se le llama Igualdad; y a la dádiva en premio a la sumisión al santo varón que ocupa el poder, como ese Ministerio de Propaganda de nuevo cuño que se dedica a hacer como si velara, a muy buen precio, por la aplicación de estas medidas sexualmente discriminatorias, a ese pisito en el centro se le llama «políticas de igualdad». Ni que decir tiene que su titular será necesariamente una mujer, pues, en virtud de las leyes pro igualdad, el que este Ministerio lo desempeñe un varón es algo que no se plantea ni siquiera como debate teórico a lo Bizancio, por ejemplo: «¿Puede un hombre que haya llamado 1000 veces al Teléfono de la Esperanza, digo de la Bibiana, hasta trascender su bestialidad típicamente masculina, pasar por el ojo de la aguja de Mi Ministerio?».

Esta imposibilidad ontológica de que un varón sea ministro de Igualdad subraya dolorosamente el hecho de que este Ministerio no sea sino un regalo del machaca Zapatero a sus chicas. Por otra parte, tampoco la ministra del ramo concebiría nunca otra igualdad distinta de la sexual, que ella llama «de género», como apóstol que es de esa colonización cultural que nos trae la neolengua, vitola inconfundible de las dictaduras. Así, las cuestiones de fondo relacionadas con la inmigración, por ejemplo, que tocan nada tangencialmente a la Igualdad, a esta ministra ni la rozan, pues no atañen para nada a su reduccionista y miope visión de «género».

Aunque sea sin darse cuenta, la ministra acierta, porque su concepto de igualdad, muy de patio de mi casa, muy de chica Zapatero, pertenece en efecto a un género diferente. Un género banalizado, degenerado, del socialismo clásico, que, antes de ponerse a dividir a la humanidad en dos géneros, uno víctima y otro verdugo, cantaba aquello de «el género humano es la Internacional». Por lo visto en el XXXVII Congreso del PSOE, se mantiene la bonita tradición de terminarlos entonando tan enardecedor himno, pero más bien a la manera en que rumiaba el agnóstico del chiste real su renuncia a Satán, por imperativo jurídico, en el bautizo de una sobrina a la que apadrinaba (y adoraba laicamente).

Para qué recordar letra alguna, en efecto, si, como decía la despótica Reina de Alicia en el País de las Maravillas, «las palabras significan lo que yo diga que significan». Total, el lenguaje está «para jugar con él», dice Zetapé en Su país de las maravillas. Menos hipócrita sería decir: «Mi lenguaje está para engañaros, cosa que por otra parte estáis deseando». No en vano, cuando perpetraba la Constitución de Cataluña, se jactó ante los medios de disponer de ocho nombres diferentes entre los que escoger para poder decir nación... pero sin decirlo, claro. No vaya a ser que alguien consiga leerse el texto preconstituyente del Estado catalán. Y es que a él le gustará jugar con el lenguaje (su infantilismo no iba a limitarse a lo moral), pero con el lenguaje no se juega a lo tonto, de cualquier manera. No: aquí, como en el póquer, o se juega para ganar algo o no merece la pena que se juegue en absoluto. Aunque haya que hacer trampas, tirarse faroles, encargar a Garzón el certificado de defunción de Montesquieu, cosas así, que distraigan a los españoles, un pueblo, ya se sabe, básicamente de chicha y nabo. Porque una cosa es quejarse en abstracto del supuesto sexismo del lenguaje, confundiendo interesadamente el efecto con la causa (en un vago determinismo lingüístico que atribuye propiedades mágicas, no ya a las palabras, sino a los morfemas y hasta a los grafemas), y otra aceptar que con llamarlo lenguaja en vez de lenguaje, ya está resuelto el asunto. El pasado 24 de noviembre, víspera del Día Internacional contra la Violencia de Género (sic), la ministra Aído presentaba como estrella una medida consistente en catequizar a la judicatura mediante cursillos programados para instruirles en la artificiosa jerga de uso obligado en estos casos, aclarando más allá de toda duda que los términos con que siempre se han designado los antaño llamados crímenes pasionales no servían para impartir justicia. La Justicia, en suma, como disquisición terminológica, como Inquisición lingüística.

Puede que todo esto parezca banal, y desde luego lo es, pero ya Orwell, un tipo bastante más rojeras que «ZP» y «Gaspy» juntos —nombres ridículos, sí, como de cereales o gato, pero autoimpuestos por servidumbre a la mercadotecnia electoral y su falso colegueo: ahora que se los banquen—, advertía que, cuando un Ejecutivo propende al totalitarismo, antes prepara la destrucción del consenso social, empezando por destruir el verbal. Para ello es imprescindible llamar a las cosas «por los nombres que no son», como escribió inmejorablemente doña Pilar Ruiz Albisu para denunciar la «componenda» de los intercambios de favores políticos entre el Ejecutivo y ETA a través del PSE de Patxi López, ese estadista a quien los asesinatos etarras de concejales de su partido en Guipúzcoa en vísperas electorales le provocan una incontenible indignación... contra Rajoy.

Colaboración de M.R. Santander

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2008/12/23

Clásicos de Navidad

Me toca publicar en Nochebuena. ¡Qué estrés! Es un día tan especial, tan querido o tan odiado o tan temido, pero nunca indiferente. Es difícil encontrar algo importante que escribir para esta fecha. Después de mucho pensar, he decidido dejar a un lado las palabras y he intentado buscar en la memoria algunas imágenes que nos hayan unido a todos en estas fechas o que nos puedan hacer reír a todos. Espero haberlo conseguido. Saludos navideños.

La lotería


Las muñecas de Famosa


El Almendro


Freixenet


Los padres no existen


Martes y Trece

2008/12/04

Colaboración (IV): Del género bobo


1. La dama ofendida y los villanos justicieros

En el debate suscitado por la conmoción que provocó la reciente muerte de un joven de 18 años en la discoteca «El Balcón de Rosales» (Madrid), predomina como de costumbre esa actitud de acogerse al Poder, tan propia de nuestro tiempo. Éste ha aplacado la inquietud de los padres de adolescentes con las habituales medidas jurídicas o administrativas como el cierre de locales emblemáticos de la noche madrileña, descubriendo de repente irregularidades tan viejas como conocidas, al menos hasta que vuelvan a su cauce las aguas de una opinión pública sin memoria a medio plazo. En cambio, están brillando por su escasez o ausencia las alusiones a la inductora del homicidio, como si cierta caballerosidad mal entendida eximiese de toda responsabilidad, siquiera ética, a quien a fin de cuentas instigó a los encausados por esta paliza con resultado de muerte. Probablemente se trate de la misma caballerosidad mal entendida que impulsó a los machacas de la dicha discoteca a excederse en su poco envidiable oficio de machacar al prójimo. La misma a la que apeló en la noche de autos la inductora del homicidio, que se presentaba como víctima de una agresión, tratándose en realidad de un empujón fortuito y no lesivo. Naturalmente, no les dijo a los machacas que mataran a aquel chico, pero sí les instó a adoptar alguna medida claramente desproporcionada respecto de la ofensa sufrida, medida cuya concreción dejó a juicio de los mismos machacas a quienes había acudido en busca de castigo para aquel al que ella designó como su agresor. Y los machacas no necesitaron más para desencadenar su versión neocaballeresca de la violencia «de género».

Lo malo de que la dama ofendida en este lance dejara al juicio de los machacas el grado de machaque fue que por supuesto un machaca no destaca precisamente por lo ponderado de sus juicios, como lo prueba el hecho de que trabaja como machaca. Y lo relevante de tales designaciones es que tienen un claro componente de discriminación sexual que se ha omitido o, mejor dicho, se ha obviado en los medios. Desde luego, hay pocas evidencias de la discriminación sexual imperante en nuestra sociedad como las normas vigentes en una discoteca al uso en Madrid, donde las chicas no pagan entrada y —si son guapas y/o dan conversación—, tampoco las consumiciones; y todo escenifica con una claridad incluso exhibicionista un mercado nada intervenido del sexo ocasional, banal, superficial, heterosexual. Casi tanto como un Consejo de Ministras, Ministros y Entes Epicenos.

Tanto da. Está claro que ningún machaca en su sano juicio, es decir, en su juicio sexista, aplicaría el grado de la muerte a una mujer, por mucho que ésta se pase en la pista de baile o lo que sean esos movimientos pélvicos misteriosa pero ciertamente relacionados con alguna ley de la oferta y la demanda de raíz socioeconómica. Pero a más de una se la ha visto conducirse de forma bastante más peligrosa que la de aquel chaval de Madrid, dada la peor tolerancia al alcohol que demuestran las hembras del Homo sapiens, debida seguramente al «machismo» inherente a la biología, la medicina y en general cualquier ciencia con tradición varonil. Cabe suponer también que: ni la pobre chica se habría sentido agredida si hubiera tenido el topetazo con otra mujer, es decir, que en caso de ser una mujer, ya no sería agresor; ni los machacas se habrían «extralimitado» en su reacción, y hasta puede que no hubieran reaccionado en absoluto, si la identificada como víctima no hubiera sido una mujer; es decir, que en caso de ser un varón, ya no sería una víctima.

Nihil novum sub sole. Esta ley no escrita pero vigente en la pista de baile (o lo que sea eso) rige también fuera ella. No en vano es tan vieja como el patriarcado, como los 10.000 últimos años de machismo. Es la misma por la que los hombres siempre han ido a la guerra dejando a sus mujeres en retaguardia, la misma por la que los botes salvavidas del «Titanic» se distribuyeron prioritariamente entre las mujeres de a bordo.

Luego dicen que progresamos. Yo lo pongo en duda. Más bien me parece que esta misma ley, hoy escrita (deliberadamente mal, para que se entienda lo menos posible, pero escrita al fin y al cabo), dicta también el mismo criterio que ha reinstaurado la discriminación sexual, hoy llamada «positiva», en el actual ordenamiento jurídico español, ora favoreciendo la promoción de ciertas mujeres por razón explícita de su sexo (Ley de Paridad), ora aboliendo la presunción de inocencia o eliminando la necesidad de presentar pruebas cuando el imputado sea varón y la acusadora, mujer (ver Ley de Violencia de Género, sic). La inductora del crimen de Rosales bien podría, en vez de dirigirse a los porteros de la discoteca, haber denunciado con éxito a quien ella misma designó como su agresor ante la autoridad competente. También le bastaría, como ocurrió con la denuncia ante los machacas, su testimonio para iniciar los procedimientos, como aquí en Cantabria le ha bastado a la magistrada María Jesús García Pérez poner en duda la eficacia de esta Ley para ser depurada por el llamado Consejo de la Mujer de Cantabria. Y eso que era ella quien se dedicaba a aplicarla en el Juzgado de Violencia de Género (sic) de Santander, así que algo debía de saber al respecto. Al menos, al no ser varón, se libró del linchamiento mediático que invariablemente le habría tocado padecer. También pasan generalmente desapercibidos hechos como el descenso en los parámetros objetivos de la igualdad desde que se aplican estas políticas presentadas como las únicas que puede aplicar un progresista; y desde luego se omite cualquier reflexión de que la paridad nunca puede ser igualdad desde el momento en que descarta que, en pie de igualdad, mediante el libre concurso de la meritocracia, pueda darse un gabinete en el que los más excelentes resulten ser todos o casi todos varones, o bien, lo que igualitariamente es lo mismo, todas o casi todas hembras.

Colaboración de M.R. Santander

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2008/12/02

Visitar Dublín: la cuestión de la comida


Me gustaría abrir este artículo con la polémica pregunta: ¿se come bien aquí? En mi humilde opinión, si bien Dublín no es de los lugares donde se come mejor en el mundo, pues vaya, se come bien, sí. Ahora bien, hay que conocer las costumbres culinarias para saber adaptarse y no juzgar la aparente escasez alimenticia a ciertas horas del día.

En España la tendencia es a comer un plato fuerte al mediodía y cenar por la noche con otro plato fuerte, unas tapillas o bien un vaso de leche o una sopita. En Irlanda, los horarios se invierten y la comida ligera de la noche en España se convierte en lo que los irlandeses conocen como el “lunch”: las tapillas se convierten en el famoso sándwich, que se puede adquirir en cualquier pub, donde también hay a la disposición del hambriento cliente sopas recién hechas o platos fuertes en forma de “carvery lunch”.

Esta denominación viene del inglés “carved meat = carne cortada” y, efectivamente, esto es lo que se sirve en la mayoría de los pubs donde se ofrece este tipo de comida. Suele poder elegirse entre dos o tres tipos de carne: carne asada (de vaca, jamón o pavo), que se corta en rodajas delante del consumidor y se suele acompañar de patatas (al horno, en puré o fritas) y verduras hervidas (zanahorias, col, nabos). En los últimos años hay más variedad en los pubs y la oferta incluye platos con sabores asiáticos, acompañados de arroz, pollo con diversas salsas y acompañamientos, etc.

Por eso la próxima vez que un quinceañero afirme de forma categórica que en Irlanda se come fatal, asentid con solidaridad (es posible que el pobre lo haya pasado francamente mal, no sólo por la cuestión de la comida) pero recordad que el sándwich, las patatillas y la manzana que sus familias les dieron para pasar el día en el centro sólo son comparables a nuestra sopita, nuestras tapillas y nuestro vaso de leche de la noche. Estoy segura de que a la mayoría de estos estudiantes turistas los recibía una pródiga cena con diversos platos por la noche.

Otro dato interesante en esta misma línea de cultura culinaria es el “incomprendido” término inglés: "dinner". Aunque en las escuelas se nos enseña que equivale a cena, realmente significa comida fuerte, que suele comerse por la noche (de ahí nuestra traducción por cena) pero también se puede consumir a las 2h o 4h de la tarde. Esto es harto frecuente los domingos, en los que la resaca del día anterior pide un desayuno irlandés en toda regla antes de la hora de la comida y el copioso desayuno hace que los irlandeses se salten el lunch y se vayan directamente a comer su dinner, habitualmente en un pub. El domingo los pubs exudan vida comunitaria; las familias se reúnen para comer y, sobre todo beber, todos juntos, los músicos sacan sus instrumentos musicales y deciden deleitarnos los oídos y, en fin, la vida cotidiana se modifica un poco en los ambientes más tradicionales.

Un día de estos, cuando se acabe el período de recesión y pueda volver a salir de casa (es una buena excusa para evitar mencionar mi pecado capital: la pereza), os comento dónde se puede comer bien.