Hoy todo está muerto.
Callan los árboles
y la música del ocaso
me vomita dentro.
Hoy se vierte mi tinta.
Huyen los pájaros
y las nubes lloronas
me plantan heridas.
Hoy revienta una puerta.
Se enrarece el aire
y con olor a podrido
el mañana aprieta.
Dolor, aflicción, agonía,
mil tristezas encerradas
en bolsas de basura
que tropiezan sin piedad, dentro.
Dolor, aflicción, demencia,
la acción, la lucha,
el tiempo, el reclamo
de unos velos de tristeza, dentro.
Dentro, libertad
dentro, fuegos, cenizas;
dentro, rodeos, engaños,
historias, mentiras, sueños mi vida…allá dentro.
2009/01/13
2009/01/05
Colaboración (VI): Del género bobo
3. «Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué»
«Hermaanas: no digan Dómine meo, que es un término muy feo; digan Dómine orino, que es un término más fino»
Uno de los muchos puntos que me han acercado al proyecto de UPyD es su defensa, ya desde el manifiesto fundacional, de la meritocracia como vía a la igualdad efectiva. Esta defensa, diametralmente opuesta a toda discriminación por mucha seda positiva con que se vista la mona, figuraba en ese fértil semillero que ha demostrado ser el Manifiesto de Euston para la reforma de la izquierda, donde se critican unas medidas que ya han fracasado en su primer promotor histórico, EEUU. La creación favoritista de pequeñas bolsas privilegiadas dentro de inmensas mayorías desfavorecidas tiende más bien a perpetuar las desigualdades y fomentar envidias, ese factor tan humano. Por todo eso la igualdad real ha descendido siete puestos en España. Pero la política demoscópica que se practica hoy en este viejo país prefiere dar por amortizados a ingentes grupos de población mediante la práctica de favorecer a castas arbitrariamente seleccionadas de «sus representantes», sustrayendo a la acción efectiva recursos que se dilapidan en el culto rendido a ese pensamiento mágico que piensa cambiar la cara rompiendo el espejo. Difícilmente encontraremos una concepción más alejada de la igualdad real que ésa que presupone que a una mujer, por ejemplo, sólo la puede representar otra mujer. A un varón ¿sólo podrá representarlo democráticamente otro varón? Excavar una zanja insalvable entre varones y hembras ¿es igualdad?
Yo no conozco un instrumento mejor que la meritocracia, en las condiciones que más favorezcan la igualdad real, si de verdad se quisiera ir más allá de las medidas cosméticas de cara a la tercera ración del telediario. Pertenecer a un sexo dado nunca constituyó ningún mérito per se, aunque muchas personas evidentemente piensen lo contrario. Preguntada la olvidable ministra de Cultura Carmen Calvo por qué otro Ministerio le gustaría desempeñar, contestó: «Defensa, porque hay muy pocas mujeres», dando inequívocamente a entender que el hecho de que sus méritos acaso no la facultaran para más que tal vez una Comandancia en Caballería de Marina no suponía para ella el menor inconveniente a la hora de asumir algo tan complejo como la Defensa nacional, al menos en comparación con la ventaja que supone pertenecer al menguado porcentaje de afiliadas al PSOE, que de ninguna manera se corresponde democráticamente con el de su representación en los órganos directivos de ese partido, nuevamente por gracia de las llamadas «políticas de igualdad».
No estoy diciendo que sea malo para nadie, ni siquiera para ellas mismas, que Carmen Calvo, o Carme Chacón, sean ministras de Defensa por ser mujeres. Qué sabré yo de estas cosas. Pero indudablemente, igualitario no es. En mi opinión vender que estas políticas promueven efectivamente la igualdad entre los ciudadanos tiene aproximadamente la misma base empírica que creer en los Reyes Magos. Ahora bien, así como para el niño que ya perdió el tesoro de la credulidad fingir que sigue creyéndose el cuento le sirve para seguir recibiendo puntualmente los regalos por Navidad, el sostenimiento de estas supersticiones funciona más que aceptablemente ante la opinión pública española: tras la designación, a modo de gracia otorgada por el Líder Máximo de la progresía oficial, de Carme Chacón como ministra de Defensa, su popularidad y valoración entre los españoles fue alta por el mero hecho de ser la primera mujer que asumía este cargo en España. Pero quizá más significativo demoscópicamente sea el que su popularidad subiera aún más por el mero hecho de volar embarazada a Afganistán, algo absolutamente fuera del alcance de su predecesor en el cargo, así hubiera llevado a bordo otros tres médicos más en el avión para asistirle en lo que necesitara.
Rosa Díez tuvo que recordar algo tan obvio en un funcionario público como que habría que juzgar a la ministra por su desempeño, y no por si era mujer o varón. Tampoco nuestra diputada por Madrid necesitó favores para ser la primera española que se ha sentado en las Cortes bajo con unas siglas cofundadas por ella cinco meses antes. Sí necesitó miles de empujoncitos para sobreponerse a condiciones de flagrante desigualdad y lograr el objetivo de reír después del CIS, luego mejor que él. A día de hoy Su Señoría es la más digna entre los representantes de todos los españoles en el Congreso: ahí quedará su diario de sesiones para dejar constancia de este hecho, junto con la evidencia de que la cacareada igualdad no es para todos, la excluye explícitamente a ella: la apóstata Rosa no es mujer, al menos no como las fieles Cármenes. ¿La Excma. Sra. Carme Chacón? Me parece evidente que abundan candidatos más capacitados para Defensa, muchos de sexo femenino, y que, en condiciones de auténtica igualdad, esa alta cartera la desempeñaría otra persona, probablemente un militar. Pero fuera del Ejército, la Iglesia y el baloncesto profesional, la igualdad se ejerce, no te la otorga tu Jefe a modo de gracia, y menos a razón de cuotas pagadas como premio a una adhesión que se requiere ciega, no bastando la mera aquiescencia.
Comulgar con ruedas de molino no ya por necesidad, sino precisamente porque no hay quien se las trague. ¿Cómo, si no, colar estas patrañas, de claro corte fideísta, so capa de un laicismo impostado? Credo quia absurdum, pues, si no fuera un absurdo, ¿para qué iba nadie a necesitar el nuevo Credo? Tantos como presumen de laicos más bien parecen pretender que abracemos otra fe no tan distinta, en su naturaleza irracional, de las viejas religiones que durante tantos siglos esclavizaron a la humanidad, cumpliendo su cometido como instrumentos de dominación. Porque todo esto no es sólo confusión mental, sino también indicio de un dogmatismo maniqueo, con la voluntad de imposición que siempre caracterizó a quien, pese a blasonar de talante, no concibe que el otro pueda, de buena fe, oponerse a sus unívocos y con frecuencia narcisistas designios respecto del mundo y sus alrededores. Por último, tratándose de ese producto publicitario a base de puro eslogan, esos significantes sin significados que el zapaterismo lanza al mercado como cajas fosforescentes pero vacías, no puede faltar el componente adánico-mesiánico: las supuestas «conquistas de las mujeres» son en realidad un don que les prodiga el Líder, como Él mismo se ocupa de explicar a las revistas del segmento comercial femenino que le sirven de altavoz mediático.
Para estos menesteres nunca faltan el tiempo ni los recursos. Redactar personalmente el prefacio a la llamada Ley de Memoria Histórica. Perorar interminablemente de lo que tras cada encuesta le interese al Gran Farsante y Gran Manipulador, para eludir a todo trance abordar lo que importa, las cuestiones con enjundia real, no propagandística. ¿Por qué, si no, el género de igualdad en boga iba a afanarse tanto en algo tan bizantino y estéril para la igualdad efectiva como andar persiguiendo patética y un poco neuróticamente a todas y cada una de esas oes ominosas que andan por ahí sueltas, para asegurarse de que ninguna se quede sin su rabito? El feminismo como arroba. Qué estragos, los de ese síndrome de madrastra de Blancanieves, como podríamos llamar al afán en arrojar el espejo por la ventana cuando osa decirnos que sólo somos la segunda más guapa del mundo. A este género de igualdad le cuadra la expresión irónica que tantas veces he oído a mi Sra. madre, como cuando le hacía tan mal los recados que me decía:
—Hijo: eres del género bobo.
Hoy el género bobo es esa perversión deliberada, interesada, del lenguaje, caracterizada por reclamar la imposición de palabros pretendidamente igualadores, de sustantivos sin sustancia como «miembra», aportando además el dato, rotundamente falso, de que se trata de un nombre de uso común en Latinoamérica; y llegando a exigir que la Real Academia Española lo adopte en su Diccionario, pretensión que, atendiendo a criterios lingüísticos, hoy por hoy sólo puede calificarse tan delirante como la del difunto Jesús Gil cuando solicitó registrar «Ostentóreo» alegando que un caballo suyo se llamaba así. Ni el jaco ni la propuesta cabalgaron muy lejos, pero nada es imposible; y puede que el término «miembra» acabe algún día entrando en el DRAE, que a diferencia de la ministra se guía por criterios impecablemente democráticos, como los del uso, a la hora de adoptar un vocablo: nada más democrático que la lengua, si se la deja libre. Pero también es posible que el nuevo vocablo acabe significando algo distinto de lo que pretendía la ministra: que acabe denotando a aquellas mujeres que, como ella misma, ostentan un cargo por razón de la prioridad concedida a una cuota privilegiada y limitadísima entre los miembros de su sexo.
Es en verdad el Ministerio de Igual-Da: cuando la RAE, y sus correspondientes en América, le advierten de que su alegada difusión del término «miembra» es tan ficticia y limitada como su idea de la igualdad, la Excma. Sra. ministra, con ese desparpajo de descubremediterráneos que la caracteriza, declara textualmente: «Sospecho que se trata de una cuestión de género», refiriéndose a la negativa de la RAE a acoger «miembra» en su Diccionario y relacionándolo con el dato de que los varones son mayoría entre los miembros de la docta institución. Pero la Sra. ministra no sólo confunde sexo con género (cuando en la educación primaria de este desgraciado país se aprendía algo, el castellano tenía hasta siete géneros, y ni siquiera en las discotecas de Madrid se encuentran tantos). También, y esto es mucho peor, sobre todo por lo que revela de su sexista idea de las mujeres, la ministra piensa, evidentemente, que a las señoras académicas de la Española, al menos tan Excelentísimas como ella, el mero hecho de tener útero las incapacita de nacimiento para entender una diferencia tan básica y nítida como la que opera entre género gramatical y sexo biológico.
Si el feminismo es un rabito que se le pone a la o, ya nada se puede descartar salvo la racionalidad y la atención a asuntos de índole práctica. No hay nada ante lo que se arredren cabecitas convenientemente adoctrinadas para la función de publirreportaje diario que tienen encomendada. Vaya, aquí lo despectivo es el diminutivo cabecita, no el género: proscríbanse pues los diminutivos ¿y acabaremos con las actitudes despectivas? No, no me imagino en tan vano empeño a feministas como Clara Campoamor, hoy idolatrada, al menos en efigie, por la progresía oficial, pero en su época apartada del PSOE por sufragista. Entonces el PSOE, tan machista como su papá Marx, ese refundador del capitalismo, se oponía al voto de las mujeres porque creía con fundamento que votarían mayoritariamente a las derechas. Esto último se confirmó cuando al fin votaron, en urnas separadas; y lo primero se ignora porque a la omnipresente demoscopia no le interesa que se sepa. Tampoco veo yo a Concepción Arenal seducida por el lenguaje políticamente correcto como bálsamo mitigador de una esclavitud de hecho; ni a Victoria Ocampo adormecida por los mantras de esta nueva religión de papanatismo, jaculatoria y quema pública de blasfemos. No, las ilustres pioneras nunca escribieron ni actuaron como si la Igualdad fuera un privilegio que un déspota algo paleto concede a aquellas que le complazcan mientras se lo niega a las díscolas como Rosa Díez.
Colaboración de M.R. Santander
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«Hermaanas: no digan Dómine meo, que es un término muy feo; digan Dómine orino, que es un término más fino»
Uno de los muchos puntos que me han acercado al proyecto de UPyD es su defensa, ya desde el manifiesto fundacional, de la meritocracia como vía a la igualdad efectiva. Esta defensa, diametralmente opuesta a toda discriminación por mucha seda positiva con que se vista la mona, figuraba en ese fértil semillero que ha demostrado ser el Manifiesto de Euston para la reforma de la izquierda, donde se critican unas medidas que ya han fracasado en su primer promotor histórico, EEUU. La creación favoritista de pequeñas bolsas privilegiadas dentro de inmensas mayorías desfavorecidas tiende más bien a perpetuar las desigualdades y fomentar envidias, ese factor tan humano. Por todo eso la igualdad real ha descendido siete puestos en España. Pero la política demoscópica que se practica hoy en este viejo país prefiere dar por amortizados a ingentes grupos de población mediante la práctica de favorecer a castas arbitrariamente seleccionadas de «sus representantes», sustrayendo a la acción efectiva recursos que se dilapidan en el culto rendido a ese pensamiento mágico que piensa cambiar la cara rompiendo el espejo. Difícilmente encontraremos una concepción más alejada de la igualdad real que ésa que presupone que a una mujer, por ejemplo, sólo la puede representar otra mujer. A un varón ¿sólo podrá representarlo democráticamente otro varón? Excavar una zanja insalvable entre varones y hembras ¿es igualdad?
Yo no conozco un instrumento mejor que la meritocracia, en las condiciones que más favorezcan la igualdad real, si de verdad se quisiera ir más allá de las medidas cosméticas de cara a la tercera ración del telediario. Pertenecer a un sexo dado nunca constituyó ningún mérito per se, aunque muchas personas evidentemente piensen lo contrario. Preguntada la olvidable ministra de Cultura Carmen Calvo por qué otro Ministerio le gustaría desempeñar, contestó: «Defensa, porque hay muy pocas mujeres», dando inequívocamente a entender que el hecho de que sus méritos acaso no la facultaran para más que tal vez una Comandancia en Caballería de Marina no suponía para ella el menor inconveniente a la hora de asumir algo tan complejo como la Defensa nacional, al menos en comparación con la ventaja que supone pertenecer al menguado porcentaje de afiliadas al PSOE, que de ninguna manera se corresponde democráticamente con el de su representación en los órganos directivos de ese partido, nuevamente por gracia de las llamadas «políticas de igualdad».
No estoy diciendo que sea malo para nadie, ni siquiera para ellas mismas, que Carmen Calvo, o Carme Chacón, sean ministras de Defensa por ser mujeres. Qué sabré yo de estas cosas. Pero indudablemente, igualitario no es. En mi opinión vender que estas políticas promueven efectivamente la igualdad entre los ciudadanos tiene aproximadamente la misma base empírica que creer en los Reyes Magos. Ahora bien, así como para el niño que ya perdió el tesoro de la credulidad fingir que sigue creyéndose el cuento le sirve para seguir recibiendo puntualmente los regalos por Navidad, el sostenimiento de estas supersticiones funciona más que aceptablemente ante la opinión pública española: tras la designación, a modo de gracia otorgada por el Líder Máximo de la progresía oficial, de Carme Chacón como ministra de Defensa, su popularidad y valoración entre los españoles fue alta por el mero hecho de ser la primera mujer que asumía este cargo en España. Pero quizá más significativo demoscópicamente sea el que su popularidad subiera aún más por el mero hecho de volar embarazada a Afganistán, algo absolutamente fuera del alcance de su predecesor en el cargo, así hubiera llevado a bordo otros tres médicos más en el avión para asistirle en lo que necesitara.
Rosa Díez tuvo que recordar algo tan obvio en un funcionario público como que habría que juzgar a la ministra por su desempeño, y no por si era mujer o varón. Tampoco nuestra diputada por Madrid necesitó favores para ser la primera española que se ha sentado en las Cortes bajo con unas siglas cofundadas por ella cinco meses antes. Sí necesitó miles de empujoncitos para sobreponerse a condiciones de flagrante desigualdad y lograr el objetivo de reír después del CIS, luego mejor que él. A día de hoy Su Señoría es la más digna entre los representantes de todos los españoles en el Congreso: ahí quedará su diario de sesiones para dejar constancia de este hecho, junto con la evidencia de que la cacareada igualdad no es para todos, la excluye explícitamente a ella: la apóstata Rosa no es mujer, al menos no como las fieles Cármenes. ¿La Excma. Sra. Carme Chacón? Me parece evidente que abundan candidatos más capacitados para Defensa, muchos de sexo femenino, y que, en condiciones de auténtica igualdad, esa alta cartera la desempeñaría otra persona, probablemente un militar. Pero fuera del Ejército, la Iglesia y el baloncesto profesional, la igualdad se ejerce, no te la otorga tu Jefe a modo de gracia, y menos a razón de cuotas pagadas como premio a una adhesión que se requiere ciega, no bastando la mera aquiescencia.
Comulgar con ruedas de molino no ya por necesidad, sino precisamente porque no hay quien se las trague. ¿Cómo, si no, colar estas patrañas, de claro corte fideísta, so capa de un laicismo impostado? Credo quia absurdum, pues, si no fuera un absurdo, ¿para qué iba nadie a necesitar el nuevo Credo? Tantos como presumen de laicos más bien parecen pretender que abracemos otra fe no tan distinta, en su naturaleza irracional, de las viejas religiones que durante tantos siglos esclavizaron a la humanidad, cumpliendo su cometido como instrumentos de dominación. Porque todo esto no es sólo confusión mental, sino también indicio de un dogmatismo maniqueo, con la voluntad de imposición que siempre caracterizó a quien, pese a blasonar de talante, no concibe que el otro pueda, de buena fe, oponerse a sus unívocos y con frecuencia narcisistas designios respecto del mundo y sus alrededores. Por último, tratándose de ese producto publicitario a base de puro eslogan, esos significantes sin significados que el zapaterismo lanza al mercado como cajas fosforescentes pero vacías, no puede faltar el componente adánico-mesiánico: las supuestas «conquistas de las mujeres» son en realidad un don que les prodiga el Líder, como Él mismo se ocupa de explicar a las revistas del segmento comercial femenino que le sirven de altavoz mediático.
Para estos menesteres nunca faltan el tiempo ni los recursos. Redactar personalmente el prefacio a la llamada Ley de Memoria Histórica. Perorar interminablemente de lo que tras cada encuesta le interese al Gran Farsante y Gran Manipulador, para eludir a todo trance abordar lo que importa, las cuestiones con enjundia real, no propagandística. ¿Por qué, si no, el género de igualdad en boga iba a afanarse tanto en algo tan bizantino y estéril para la igualdad efectiva como andar persiguiendo patética y un poco neuróticamente a todas y cada una de esas oes ominosas que andan por ahí sueltas, para asegurarse de que ninguna se quede sin su rabito? El feminismo como arroba. Qué estragos, los de ese síndrome de madrastra de Blancanieves, como podríamos llamar al afán en arrojar el espejo por la ventana cuando osa decirnos que sólo somos la segunda más guapa del mundo. A este género de igualdad le cuadra la expresión irónica que tantas veces he oído a mi Sra. madre, como cuando le hacía tan mal los recados que me decía:
—Hijo: eres del género bobo.
Hoy el género bobo es esa perversión deliberada, interesada, del lenguaje, caracterizada por reclamar la imposición de palabros pretendidamente igualadores, de sustantivos sin sustancia como «miembra», aportando además el dato, rotundamente falso, de que se trata de un nombre de uso común en Latinoamérica; y llegando a exigir que la Real Academia Española lo adopte en su Diccionario, pretensión que, atendiendo a criterios lingüísticos, hoy por hoy sólo puede calificarse tan delirante como la del difunto Jesús Gil cuando solicitó registrar «Ostentóreo» alegando que un caballo suyo se llamaba así. Ni el jaco ni la propuesta cabalgaron muy lejos, pero nada es imposible; y puede que el término «miembra» acabe algún día entrando en el DRAE, que a diferencia de la ministra se guía por criterios impecablemente democráticos, como los del uso, a la hora de adoptar un vocablo: nada más democrático que la lengua, si se la deja libre. Pero también es posible que el nuevo vocablo acabe significando algo distinto de lo que pretendía la ministra: que acabe denotando a aquellas mujeres que, como ella misma, ostentan un cargo por razón de la prioridad concedida a una cuota privilegiada y limitadísima entre los miembros de su sexo.
Es en verdad el Ministerio de Igual-Da: cuando la RAE, y sus correspondientes en América, le advierten de que su alegada difusión del término «miembra» es tan ficticia y limitada como su idea de la igualdad, la Excma. Sra. ministra, con ese desparpajo de descubremediterráneos que la caracteriza, declara textualmente: «Sospecho que se trata de una cuestión de género», refiriéndose a la negativa de la RAE a acoger «miembra» en su Diccionario y relacionándolo con el dato de que los varones son mayoría entre los miembros de la docta institución. Pero la Sra. ministra no sólo confunde sexo con género (cuando en la educación primaria de este desgraciado país se aprendía algo, el castellano tenía hasta siete géneros, y ni siquiera en las discotecas de Madrid se encuentran tantos). También, y esto es mucho peor, sobre todo por lo que revela de su sexista idea de las mujeres, la ministra piensa, evidentemente, que a las señoras académicas de la Española, al menos tan Excelentísimas como ella, el mero hecho de tener útero las incapacita de nacimiento para entender una diferencia tan básica y nítida como la que opera entre género gramatical y sexo biológico.
Si el feminismo es un rabito que se le pone a la o, ya nada se puede descartar salvo la racionalidad y la atención a asuntos de índole práctica. No hay nada ante lo que se arredren cabecitas convenientemente adoctrinadas para la función de publirreportaje diario que tienen encomendada. Vaya, aquí lo despectivo es el diminutivo cabecita, no el género: proscríbanse pues los diminutivos ¿y acabaremos con las actitudes despectivas? No, no me imagino en tan vano empeño a feministas como Clara Campoamor, hoy idolatrada, al menos en efigie, por la progresía oficial, pero en su época apartada del PSOE por sufragista. Entonces el PSOE, tan machista como su papá Marx, ese refundador del capitalismo, se oponía al voto de las mujeres porque creía con fundamento que votarían mayoritariamente a las derechas. Esto último se confirmó cuando al fin votaron, en urnas separadas; y lo primero se ignora porque a la omnipresente demoscopia no le interesa que se sepa. Tampoco veo yo a Concepción Arenal seducida por el lenguaje políticamente correcto como bálsamo mitigador de una esclavitud de hecho; ni a Victoria Ocampo adormecida por los mantras de esta nueva religión de papanatismo, jaculatoria y quema pública de blasfemos. No, las ilustres pioneras nunca escribieron ni actuaron como si la Igualdad fuera un privilegio que un déspota algo paleto concede a aquellas que le complazcan mientras se lo niega a las díscolas como Rosa Díez.
Colaboración de M.R. Santander
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