Recientemente se ha celebrado en Madrid el I Congreso de UPyD, partido político al que, después de lo visto en su I Congreso y ya antes, no le queda otra salida honrada que enterrar formalmente toda pretensión de presentarse ante los electores como Un Partido Diferente, según rezaba el oportunista eslogan que sus promotores acuñaron al engendrarlo. Bien mirado, no hacía falta este ejercicio de autoaplauso onfaloscópico a que se ha consagrado el Congreso, sin que quedase ya nadie con la sana intención de meter cristales rotos entre mano y verga de tanta masturbación autocomplaciente, como haría cualquier discípulo de Sánchez Ferlosio. Si algo, en efecto, ha demostrado UPyD a raíz de sus primeros éxitos electorales, es su voluntad decidida, no ya de ser un partido como los demás en el peor sentido del término, sino también --y esto podía haberse remediado-- clonar sin vacilación ni duda lo peor de lo conocido. Ay, esas purgas tan refinadas que prefieren forzar el desistimiento de los designados como michelines a excluir, pecando entonces de sádicas por pura beatitud laica. Hasta a los criminales se les dice cuál fue su delito antes de ajusticiarlos.
Tampoco dice uno que este proceso de clonación no haya podido ser inconsciente: tantos decenios de militancia en el PSOE dejan un poso que difícilmente podemos imaginar los que no hemos pasado por experiencias ni remotamente tan dotadas de transcendencia sin vuelta hoja. Además, no se clonan monstruosidades, sino perfecciones formales; y del maniobreo-politiqueo podrá decirse cualquier cosa menos que no funciona y no tiene la perfección formal del arrancapezones presente en todo Museo de la Tortura que se precie. Algunos como Robert Michels lo consideraban incluso imprescindible para sobrevivir, consolidarse y medrar en el sistema vigente. Si hemos de creer a este célebre politólogo alemán de principios del siglo pasado, a efectos organizativos y de crecimiento, la muerte de éxito que ha experimentado UPyD le será tan beneficiosa como una poda bien hecha fomenta futuro crecimiento.
No es mal profeta, Robert Michels. En 1911 publicó un ensayo clásico, Los partidos políticos, producto de su análisis, en el Partido Socialdemócrata Alemán de su época, del mismo proceso inexorable que se ha producido en UPyD entre marzo de 2008 y noviembre de 2009. Digo inexorable porque «no se deja vencer de los ruegos», como define inmejorablemente Casares en su Diccionario, pero debería decir impepinable, porque es el mismo que se ha producido en todos los partidos al uso --lo que UPyD aseguraba no ser-- desde que a principios del siglo XX Robert Michels formulara su profecía, la que se ha dado en llamar "ley de hierro de la oligarquía", aplicable pues a "toda organización eficiente", no sólo a los partidos políticos que daban título al ensayo de Michels.
Conscientes de estar dotando de excesivo poder a los partidos políticos, los padres de la Constitución de 1978 consagraron la democracia interna de los partidos en el principio de su articulado, en el Título preliminar, si bien, fieles a su costumbre de alternar paletadas de cal y arena, olvidaron prever algún mecanismo para garantizar que se cumpliera tan loable precepto, dejándole el vigor de una mera declaración buenista comparable a aquel "Sean los españoles justos y benéficos" que se leía en la Pepa. Si escribir estas cosas tuviera algún valor performativo, Zapatero podría arreglar la crisis económica y todo lo demás a golpe de Decreto-Ley, como pretende.
El problema, según Michels, es que ningún partido político puede adquirir complejidad sin dejar de ser democrática en su estructura interna, debido a la irremediable y creciente tendencia hacia la oligarquía que necesariamente apareja este proceso de adquirir complejidad o diluirse en un caos que resulta pestífero por su misma pretensión de orden. Todo liderazgo fuerte, sigue Michels, se cimentará sobre una creciente concentración de la cúpula dirigente, en invariable detrimento de la democracia interna.
Así son las cosas. ¿No? Al quejarme yo ante algunas personas de que UPyD ya no era lo que decía ser (sigo pensando que lo fue, hasta marzo de 2008), más de una me ha contestado, con un deje de cínico alivio: «Pues claro, ¿qué esperabas?», teniendo yo que reconocerme ingenuo a una edad en que tal confesión va siendo cada vez más embarazosa, habida cuenta de que la Ley de Michels no admite excepciones: la creciente complejidad de las funciones técnicas y administrativas que se van desarrollando deriva en más burocracia y, a la postre, en oligarquía. Uf, qué bien, ya chapoteamos todos en la misma ciénaga del, como todos son iguales, yo no cuestiono a "los míos". Mejor mofarse del pardillo que creyó en bellos ideales que afearle el cinismo al político que los usó en su provecho como pitanza para los cerdos. ¿Qué otra cosa es una campaña electoral? y ¿quién no habría cedido a la tentación de consolidar en "tiempo de paz" lo que en tiempo de campaña justificó como obligado por las circunstancias?
El motor del proceso de concentración del poder que describe Michels es la pugna entre las elites, que se centran esencialmente en lograr el control de los bienes con que cuenta la organización; pues, sean estos de índole material, patrimonial, política o simbólica, etcétera, siempre serán limitados. En el curso de dicha pugna por el control de los recursos, las elites dirigentes más fuertes, o mejor situadas para maniobrar en el peor sentido de la palabra, se van imponiendo a las demás, las absorben, las cooptan, las reducen, las reposicionan o las disuelven, limitando su número dentro del campo de competencia, lo que termina por estabilizar su dominio. En este proceso son legión los excluidos, lo cual no significa que presenten la homogeneidad bajo la cual les interesa presentarlos a los excluyentes.
Siempre según Michels --cuya Ley debería ser de uso tan obligatorio por quienes se internen en política como el casco para quienes penetren en una mina--, esta estabilización del dominio dará paso a la sustitución de los fines últimos de la organización (sus principios) por los fines instrumentales de la casta dirigente, marcándose una creciente rigidez ideológica que en la práctica se traducirá en tendencias cada vez más conservadoras por parte de la casta dirigente.
Lo anterior derivará en que la elección de líderes se realizará mediante cooptación u otros procedimientos que Linz tilda de partitocráticos, esto es: siendo de carácter oligárquico, se presentan como progresos democráticos dentro de la organización. Así se ha cumplido milimétricamente en el I Congreso de UPyD.
Fin del proceso según la última predicción de Michels: el agotamiento interno de las elites --por el paso del tiempo, por malos cálculos políticos, por deterioro del discurso común integrador y unificador o por disminución en los bienes a repartir y, lo que es más importante aún, por falta de nuevos cuadros o miembros-- no sólo generará paulatinamente falta de cohesión entre los miembros dirigentes, sino que irremediablemente afectará a la legitimidad de la elite dominante respecto de sus bases de apoyo.
Las pugnas internas en torno a los liderazgos y el control discursivo de la organización y sus bienes suelen derivar en la expulsión o renuncia de algunos miembros relevantes, con desarrollo creciente de fraccionamientos profundos. En el caso de UPyD, el escenario de fuerte pugna interna, con distanciamiento entre los liderazgos y unas decisiones que parecen en muchos casos arbitrarias refleja como un espejo los planteamientos de la Ley de Michels, donde no sólo se evidencia la sustitución de los fines últimos y trascendentales por los fines instrumentales e inmediatos de la dirigencia, sino también el profundo distanciamiento entre las bases y los líderes, con claro desmedro de la democracia interna.
El profesor Buesa en su blog (v. "Adiós, muchachos" I-V) ha dado sobrados detalles de lo que pasó en la Coordinadora Territorial de Madrid, con mucho la más importante de UPyD. Se parecía tanto a lo conocido de otras coordinadoras que hasta los más ilusos tuvimos que quitarnos la venda de los ojos: lo que juzgábamos excepción anómala era de hecho deliberada norma.
¿Nostra culpa por creernos lo que nos decían? ¿O de los que, diciéndolo, no se lo quisieron creer ni actuar en consecuencia? ¿Qué más da? Por mi parte, hasta seguiré votando a UPyD. Lo que ya no podré hacer es aquello que decía aquel otro eslogan: «Date el gustazo». Que no nos pidan encima que finjamos un orgasmo. Al fin y al cabo nos pidieron nuestro «apoyo crítico». Qué pena que sólo fuera un mitin para idiotas.
Termino con dos citas impagables de miembros de la lista triunfadora en el I Congreso:
«La capacidad destructiva de los viejos partidos, tan superior a la de construcción, no sorprenderá, desde luego, a cualquiera que siga de cerca sus evoluciones. Más allá de la ideas que digan defender, reducidas a un catálogo de declaraciones con escasas consecuencias prácticas, es un hecho que los grandes y viejos partidos han instaurado en su interior un sistema de promoción basado en la "selección negativa": son los más carentes de escrúpulos o sumisos a las reglas de promoción, por incapaces que sean, los que acaban siendo ascendidos a los órganos directivos del partido y a los puestos relevantes de las listas electorales».Carlos Martínez Gorriarán: Movimientos cívicos: de la calle al Parlamento, pág. 224.
«Zapatero ganó el Congreso [del PSOE en 2000] porque no se pronunciaba sobre nada. Nosotros nos empeñábamos en que opinara sobre la estructura interna del partido, sobre las primarias, etcétera. Pero no se manifestaba sobre nada. Fue secretario general de León durante muchos años por no revelar su opinión y por pactar con quien fuera para mantenerse; y llegó a Secretario General utilizando la misma táctica. Ejerce la presidencia del Gobierno de la misma forma, sin comprometerse con nada. Exactamente igual. La pregunta es que si así le ha ido bien en la vida, sin mantener una posición determinada ante las diversas cuestiones o, en todo caso, una actitud flexible, ¿por qué va a cambiar?»
Rosa Díez: Merece la pena: una vida dedicada a la política, pág. 134.
Tampoco dice uno que este proceso de clonación no haya podido ser inconsciente: tantos decenios de militancia en el PSOE dejan un poso que difícilmente podemos imaginar los que no hemos pasado por experiencias ni remotamente tan dotadas de transcendencia sin vuelta hoja. Además, no se clonan monstruosidades, sino perfecciones formales; y del maniobreo-politiqueo podrá decirse cualquier cosa menos que no funciona y no tiene la perfección formal del arrancapezones presente en todo Museo de la Tortura que se precie. Algunos como Robert Michels lo consideraban incluso imprescindible para sobrevivir, consolidarse y medrar en el sistema vigente. Si hemos de creer a este célebre politólogo alemán de principios del siglo pasado, a efectos organizativos y de crecimiento, la muerte de éxito que ha experimentado UPyD le será tan beneficiosa como una poda bien hecha fomenta futuro crecimiento.
No es mal profeta, Robert Michels. En 1911 publicó un ensayo clásico, Los partidos políticos, producto de su análisis, en el Partido Socialdemócrata Alemán de su época, del mismo proceso inexorable que se ha producido en UPyD entre marzo de 2008 y noviembre de 2009. Digo inexorable porque «no se deja vencer de los ruegos», como define inmejorablemente Casares en su Diccionario, pero debería decir impepinable, porque es el mismo que se ha producido en todos los partidos al uso --lo que UPyD aseguraba no ser-- desde que a principios del siglo XX Robert Michels formulara su profecía, la que se ha dado en llamar "ley de hierro de la oligarquía", aplicable pues a "toda organización eficiente", no sólo a los partidos políticos que daban título al ensayo de Michels.
Conscientes de estar dotando de excesivo poder a los partidos políticos, los padres de la Constitución de 1978 consagraron la democracia interna de los partidos en el principio de su articulado, en el Título preliminar, si bien, fieles a su costumbre de alternar paletadas de cal y arena, olvidaron prever algún mecanismo para garantizar que se cumpliera tan loable precepto, dejándole el vigor de una mera declaración buenista comparable a aquel "Sean los españoles justos y benéficos" que se leía en la Pepa. Si escribir estas cosas tuviera algún valor performativo, Zapatero podría arreglar la crisis económica y todo lo demás a golpe de Decreto-Ley, como pretende.
El problema, según Michels, es que ningún partido político puede adquirir complejidad sin dejar de ser democrática en su estructura interna, debido a la irremediable y creciente tendencia hacia la oligarquía que necesariamente apareja este proceso de adquirir complejidad o diluirse en un caos que resulta pestífero por su misma pretensión de orden. Todo liderazgo fuerte, sigue Michels, se cimentará sobre una creciente concentración de la cúpula dirigente, en invariable detrimento de la democracia interna.
Así son las cosas. ¿No? Al quejarme yo ante algunas personas de que UPyD ya no era lo que decía ser (sigo pensando que lo fue, hasta marzo de 2008), más de una me ha contestado, con un deje de cínico alivio: «Pues claro, ¿qué esperabas?», teniendo yo que reconocerme ingenuo a una edad en que tal confesión va siendo cada vez más embarazosa, habida cuenta de que la Ley de Michels no admite excepciones: la creciente complejidad de las funciones técnicas y administrativas que se van desarrollando deriva en más burocracia y, a la postre, en oligarquía. Uf, qué bien, ya chapoteamos todos en la misma ciénaga del, como todos son iguales, yo no cuestiono a "los míos". Mejor mofarse del pardillo que creyó en bellos ideales que afearle el cinismo al político que los usó en su provecho como pitanza para los cerdos. ¿Qué otra cosa es una campaña electoral? y ¿quién no habría cedido a la tentación de consolidar en "tiempo de paz" lo que en tiempo de campaña justificó como obligado por las circunstancias?
El motor del proceso de concentración del poder que describe Michels es la pugna entre las elites, que se centran esencialmente en lograr el control de los bienes con que cuenta la organización; pues, sean estos de índole material, patrimonial, política o simbólica, etcétera, siempre serán limitados. En el curso de dicha pugna por el control de los recursos, las elites dirigentes más fuertes, o mejor situadas para maniobrar en el peor sentido de la palabra, se van imponiendo a las demás, las absorben, las cooptan, las reducen, las reposicionan o las disuelven, limitando su número dentro del campo de competencia, lo que termina por estabilizar su dominio. En este proceso son legión los excluidos, lo cual no significa que presenten la homogeneidad bajo la cual les interesa presentarlos a los excluyentes.
Siempre según Michels --cuya Ley debería ser de uso tan obligatorio por quienes se internen en política como el casco para quienes penetren en una mina--, esta estabilización del dominio dará paso a la sustitución de los fines últimos de la organización (sus principios) por los fines instrumentales de la casta dirigente, marcándose una creciente rigidez ideológica que en la práctica se traducirá en tendencias cada vez más conservadoras por parte de la casta dirigente.
Lo anterior derivará en que la elección de líderes se realizará mediante cooptación u otros procedimientos que Linz tilda de partitocráticos, esto es: siendo de carácter oligárquico, se presentan como progresos democráticos dentro de la organización. Así se ha cumplido milimétricamente en el I Congreso de UPyD.
Fin del proceso según la última predicción de Michels: el agotamiento interno de las elites --por el paso del tiempo, por malos cálculos políticos, por deterioro del discurso común integrador y unificador o por disminución en los bienes a repartir y, lo que es más importante aún, por falta de nuevos cuadros o miembros-- no sólo generará paulatinamente falta de cohesión entre los miembros dirigentes, sino que irremediablemente afectará a la legitimidad de la elite dominante respecto de sus bases de apoyo.
Las pugnas internas en torno a los liderazgos y el control discursivo de la organización y sus bienes suelen derivar en la expulsión o renuncia de algunos miembros relevantes, con desarrollo creciente de fraccionamientos profundos. En el caso de UPyD, el escenario de fuerte pugna interna, con distanciamiento entre los liderazgos y unas decisiones que parecen en muchos casos arbitrarias refleja como un espejo los planteamientos de la Ley de Michels, donde no sólo se evidencia la sustitución de los fines últimos y trascendentales por los fines instrumentales e inmediatos de la dirigencia, sino también el profundo distanciamiento entre las bases y los líderes, con claro desmedro de la democracia interna.
El profesor Buesa en su blog (v. "Adiós, muchachos" I-V) ha dado sobrados detalles de lo que pasó en la Coordinadora Territorial de Madrid, con mucho la más importante de UPyD. Se parecía tanto a lo conocido de otras coordinadoras que hasta los más ilusos tuvimos que quitarnos la venda de los ojos: lo que juzgábamos excepción anómala era de hecho deliberada norma.
¿Nostra culpa por creernos lo que nos decían? ¿O de los que, diciéndolo, no se lo quisieron creer ni actuar en consecuencia? ¿Qué más da? Por mi parte, hasta seguiré votando a UPyD. Lo que ya no podré hacer es aquello que decía aquel otro eslogan: «Date el gustazo». Que no nos pidan encima que finjamos un orgasmo. Al fin y al cabo nos pidieron nuestro «apoyo crítico». Qué pena que sólo fuera un mitin para idiotas.
Termino con dos citas impagables de miembros de la lista triunfadora en el I Congreso:
«La capacidad destructiva de los viejos partidos, tan superior a la de construcción, no sorprenderá, desde luego, a cualquiera que siga de cerca sus evoluciones. Más allá de la ideas que digan defender, reducidas a un catálogo de declaraciones con escasas consecuencias prácticas, es un hecho que los grandes y viejos partidos han instaurado en su interior un sistema de promoción basado en la "selección negativa": son los más carentes de escrúpulos o sumisos a las reglas de promoción, por incapaces que sean, los que acaban siendo ascendidos a los órganos directivos del partido y a los puestos relevantes de las listas electorales».Carlos Martínez Gorriarán: Movimientos cívicos: de la calle al Parlamento, pág. 224.
«Zapatero ganó el Congreso [del PSOE en 2000] porque no se pronunciaba sobre nada. Nosotros nos empeñábamos en que opinara sobre la estructura interna del partido, sobre las primarias, etcétera. Pero no se manifestaba sobre nada. Fue secretario general de León durante muchos años por no revelar su opinión y por pactar con quien fuera para mantenerse; y llegó a Secretario General utilizando la misma táctica. Ejerce la presidencia del Gobierno de la misma forma, sin comprometerse con nada. Exactamente igual. La pregunta es que si así le ha ido bien en la vida, sin mantener una posición determinada ante las diversas cuestiones o, en todo caso, una actitud flexible, ¿por qué va a cambiar?»
Rosa Díez: Merece la pena: una vida dedicada a la política, pág. 134.
La política y todo lo que conlleva, parece ser "exclusiva" de los "políticos" y sus próximos.
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