Lo confieso: soy un guarro; pero no un guarro cualquiera, yo soy un guarro muy especial, soy el guarro más repugnante del mundo.
Nunca me ducho, nunca me afeito, nunca me peino. Aprovecho los viajes en metro para realizar mi higiene personal; me limpio los dientes con las uñas y arrojo sobre los pasajeros encorbatados los trocitos de carne putrefacta, luego me hurgo la nariz con el dedo y pego las bolitas en los agarramanos.
Soy un coleccionista de suciedad; me rasco la cabeza con la mano y deposito la caspa que ha quedado incrustada en mis uñas en cajas de cerillas. Me gusta frotarme el cuerpo con los dedos para despegar mi grasienta mugre, hago bolitas y las guardo en otras cajas. Tengo docenas de ellas y he dejado escrito en mi testamento que quiero que las metan en mi ataúd cuando me muera.
Creo que todo lo que les he contado les habrá convencido de que soy un guarro; pero ya les he dicho que soy un guarro muy especial: soy un guarro revolucionario.
Desde niño utilizaba las guarradas como método de venganza personal; si alguien me hacía una trastada, me introducía durante un buen rato su lapicero en mi zapatilla y lo dejaba en su pupitre sin que me viera. Si lo que me hacía era una putada, me introducía el lápiz en la raja del culo. ¡Qué a gusto me quedaba cuando los veía chupándolo!
Ahora que soy un hombre maduro, empleo las guarradas como forma de lucha social: el mejor medio para luchar contra los cerdos capitalistas son las guarradas revolucionarias.
Voy por la calle pisando todos los excrementos de perro que veo y luego me limpio las suelas en las puertas de los bancos y en las cerraduras de los coches de más de cinco millones.
Siempre que mi organismo me lo permite, defeco en los váteres de los grandes centros comerciales e impregno con el precioso producto de mi vientre el botón de la cisterna y los picaportes.
Soy un guarro ecologista; reciclo los mondadientes. Guardo mis palillos usados en una bolsita y los introduzco subrepticiamente en los palilleros de las terrazas de moda.
Supongo que ya tendrán claro que soy un guarro muy especial; pero les he advertido que soy el guarro más repugnante del mundo y espero que se convenzan de ello cuando les hable de mi vida sexual.
Cagar me la pone dura; aprovecho mis cagadas para meneármela. Me siento en la taza y extendiendo por mi ombligo y mis muslos la orina que acompaña a toda deposición. Luego comienzo a meneármela, aspirando el aroma de mis pedos mientras pienso en el mejor polvo de mi vida. Se lo eché a un marica con diarrea, mi picha surtía en sus intestinos el mismo efecto que una lavativa; cada una de mis embestidas era respondida por un reguero de excrementos.
Ese ano caliente y pringoso en el que mi pene se deslizaba ayudado por la acción lubricante de su mierda y esos grumillos acariciando mi glande me excitaron tanto que le eché tres polvos seguidos mientras él se cagaba patas abajo.
¡Ah, qué recuerdos! Sólo pensar en esos buenos momentos bastaría para que me corriera; pero he alcanzado tal pericia en el noble arte de Onán que hago coincidir la eyaculación con la salida de mi zurullo. Una experiencia gloriosa, créanme, inténtenlo en sus casas.
Si a estas alturas todavía les queda alguna duda de que soy el guarro más repugnante del mundo, espero disiparla aportando dos nuevos datos sobre mis usos y costumbres:
Uno: jamás me lavo las manos.
Dos: soy el panadero de su barrio.
Informe psicológico >>
<< Reto nº 8
Nunca me ducho, nunca me afeito, nunca me peino. Aprovecho los viajes en metro para realizar mi higiene personal; me limpio los dientes con las uñas y arrojo sobre los pasajeros encorbatados los trocitos de carne putrefacta, luego me hurgo la nariz con el dedo y pego las bolitas en los agarramanos.
Soy un coleccionista de suciedad; me rasco la cabeza con la mano y deposito la caspa que ha quedado incrustada en mis uñas en cajas de cerillas. Me gusta frotarme el cuerpo con los dedos para despegar mi grasienta mugre, hago bolitas y las guardo en otras cajas. Tengo docenas de ellas y he dejado escrito en mi testamento que quiero que las metan en mi ataúd cuando me muera.
Creo que todo lo que les he contado les habrá convencido de que soy un guarro; pero ya les he dicho que soy un guarro muy especial: soy un guarro revolucionario.
Desde niño utilizaba las guarradas como método de venganza personal; si alguien me hacía una trastada, me introducía durante un buen rato su lapicero en mi zapatilla y lo dejaba en su pupitre sin que me viera. Si lo que me hacía era una putada, me introducía el lápiz en la raja del culo. ¡Qué a gusto me quedaba cuando los veía chupándolo!
Ahora que soy un hombre maduro, empleo las guarradas como forma de lucha social: el mejor medio para luchar contra los cerdos capitalistas son las guarradas revolucionarias.
Voy por la calle pisando todos los excrementos de perro que veo y luego me limpio las suelas en las puertas de los bancos y en las cerraduras de los coches de más de cinco millones.
Siempre que mi organismo me lo permite, defeco en los váteres de los grandes centros comerciales e impregno con el precioso producto de mi vientre el botón de la cisterna y los picaportes.
Soy un guarro ecologista; reciclo los mondadientes. Guardo mis palillos usados en una bolsita y los introduzco subrepticiamente en los palilleros de las terrazas de moda.
Supongo que ya tendrán claro que soy un guarro muy especial; pero les he advertido que soy el guarro más repugnante del mundo y espero que se convenzan de ello cuando les hable de mi vida sexual.
Cagar me la pone dura; aprovecho mis cagadas para meneármela. Me siento en la taza y extendiendo por mi ombligo y mis muslos la orina que acompaña a toda deposición. Luego comienzo a meneármela, aspirando el aroma de mis pedos mientras pienso en el mejor polvo de mi vida. Se lo eché a un marica con diarrea, mi picha surtía en sus intestinos el mismo efecto que una lavativa; cada una de mis embestidas era respondida por un reguero de excrementos.
Ese ano caliente y pringoso en el que mi pene se deslizaba ayudado por la acción lubricante de su mierda y esos grumillos acariciando mi glande me excitaron tanto que le eché tres polvos seguidos mientras él se cagaba patas abajo.
¡Ah, qué recuerdos! Sólo pensar en esos buenos momentos bastaría para que me corriera; pero he alcanzado tal pericia en el noble arte de Onán que hago coincidir la eyaculación con la salida de mi zurullo. Una experiencia gloriosa, créanme, inténtenlo en sus casas.
Si a estas alturas todavía les queda alguna duda de que soy el guarro más repugnante del mundo, espero disiparla aportando dos nuevos datos sobre mis usos y costumbres:
Uno: jamás me lavo las manos.
Dos: soy el panadero de su barrio.
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... pues ... fos, guarrindongo.
ReplyDeletebueno, bueno, bueno...
ReplyDeleteMe acabas de matar el gusto por el pan con salvado. Cerdo
Esos grumillos acariciando mi glande.
ReplyDelete(dan ganas de provarlo)