“José
del Río Sainz es hoy, desde su estatua en el Sardinero [más bien la Magdalena o
el Camello] de Santander, un poeta olvidado. Las lecturas obligatorias en los
colegios e institutos han convertido la Literatura española en un catálogo de
nombres reducidísimo, y los editores reproducen mil veces los mismos títulos
bajo mil cubiertas diferentes, atentos sólo a que su autor esté incluido en la
listas elaboradas por los pedagogos de turno”.
Luis
Alberto de Cuenca, prólogo a Poesía de José del Río Sainz
(Para el capitán
Aldea)
DE ARRIBADA
Se acuerda la
arribada. El fiero ariete
del mar, siempre
implacable, nos encuentra;
en el costado nos
abrió un boquete
por el que el
agua tumultuosa entra.
Volvemos pues. La
costa está cercana.
Mañana la
veremos, mas ¿quién sabe
si podrá resistir
hasta mañana,
en este caos, la
maltrecha nave?
Vuelve el vapor
con gesto de vencido;
parece que se
arrastra: es el herido
que busca una
ambulancia que le atienda
y que al tender el
débil paso incierto
ignora si en el
polvo de la senda,
antes de hallar
auxilio, caerá muerto.
PILOTOS
Diez y nueve
años, fuego en las miradas,
infantil el alma,
fiero el corazón;
azules las gorras
y galoneadas,
así los pilotos
del comercio son.
Cuando a tierra
saltan, en grupo ruidoso
cantan y se ríen
como granaderos;
de los viejos
puertos turban el reposo
y son la
esperanza de los taberneros.
Todas las
tabernas del muelle conocen
cuánta es su
alegría. No hay en ellas mueble
que tras de sus
cenas ellos no destrocen,
ni baile que el
brío suyo no despueble.
Pero saben todos
que al saldar la cuenta
pagan largamente
todos estos daños.
Son de dinamita
ruidosa y violenta
sus escandalosos
diecinueve años
y los taberneros
los ven complacidos;
el vino en sus
mesas forma rojos charcos;
y cuando se
encuentran borrachos perdidos
en coches los
llevan de vuelta a sus barcos.
Todas las
muchachas de los cafetuchos
suspiran por
ellos, les brindan su amor
y sus
confidencias reciben a escuchos
junto a ellos
sentadas en el mostrador.
Diecinueve años
vividos de prisa,
diecinueve años
con sed de placer;
son heraldos
suyos la riña y la risa
y hay siempre en
sus labios besos de mujer.
Los guardias les
temen por su borrachera,
que es la más
furiosa, la más pendenciera
—bien lo prueban
muchos uniformes rotos—.
¡Flor brava de
raza, juventud triunfante,
vida escandalosa!
Tal son los pilotos
de la pintoresca
marina mercante.
EL NOSTRAMO
Con la perilla
blanca y encrespada,
bronceada la tez,
rudo el semblante,
de pie sobre la
proa y la mirada
fija en la
lejanía y vigilante…
Tal sigo
recordando a aquel nostramo,
tenaz trabajador,
honrado y noble;
ligero y vigoroso
como un gamo
y erguido y
arrogante como un roble.
En los trances
difíciles, sereno;
entre el fragor
del mar, igual que un trueno
resonaba la voz
del veterano...
¡La misma voz que
acaso ya temblona
reza en un
pueblecito guipuzcoano
ante el florido
altar de la Patrona!
VELAS LEJANAS
Sobre la línea
azul que el rumbo corta
ha cantado el
serviola: —¡Cuatro velas!—
¡Bendito sea
Dios, cómo conforta
ver abrirse en el
mar nuevas estelas!
Hay un silencio
trágico y profundo.
Tras tantos días
sin que nada viéramos,
únicos habitantes
de este mundo
habíamos llegado
a creer que éramos.
De esos navíos el
perfil remoto
nos da la
sensación de un sueño roto.
No estamos solos
en el mundo, pienso.
Allí, sobre un
sostén de débil tabla,
hay quien surca
también el mar inmenso,
quien goza y
sufre, quien solloza y habla...
TRAFALGAR
Al subir a la
guardia, en los extremos
del puente hacia
estribor, veo parado
al capitán. —A
Trafalgar tenemos
por el través —me
dice emocionado.
¡Trafalgar! Este
nombre resucita
la epopeya
magnífica y sagrada.
¡Sobre estas olas
negras está escrita
la oración
funeral de nuestra Armada!
Una serie de
barcos en conserva,
como un rosario
acuático, se observa
entre los densos
nubarrones fríos.
Y creemos asistir
al movimiento
que ordenó
Villeneuve a sus navíos
para dejar a
Cádiz bajo el viento.
NANTES
La vista
panorámica de Nantes
se nos muestra
feliz ante los ojos;
el sol poniente
arranca mil cambiantes
al reverbero de
tejados rojos.
Desembarcamos. La
ciudad es toda
un music hall.
Parece que asistimos
como invitados a
una alegre boda
y queramos o no,
nos divertimos.
Desde el puente
colgante, los paseos
vemos llenos de
gente, y los torneos
acuáticos que el
pueblo entero libra.
Su alegría el
ambiente nos contagia;
y hasta la tierra
que pisamos vibra
como la tierra de
un país de magia.
PRESENTIMIENTO
Cuando el sol se
levanta en la mañana
quiero que ya su
luz en pie me halle;
salgo igual que
se sale a una ventana
cuando el Rey
atraviesa por la calle.
Y leo en los
fantásticos matices
del grandioso y
magnífico espectáculo
presagios o
siniestros o felices
como lee la
Sibila en el Oráculo.
Él es un buen
amigo que me advierte
cuándo el
Arcángel negro de la muerte
con la hoz al
hombro por mi vida pasa...
Y es de tal
fuerza mi presentimiento,
que en medio de
la mar a veces siento
cuando solloza un
ser querido en casa.
CRIMEN
El viaje ha sido
rudo, fue la ruta
interminable
sobre el mar azul;
cargaron
mercancías en Calcuta
que descargaron
luego en Liverpool.
Después de
interminables singladuras
vuelve a su
tierra la tripulación.
¡Oh las tabernas
sórdidas y obscuras
donde se ahogan
las penas con el ron!
Se hunden las
manos fieras y marinas
en los bolsillos
del calzón naval,
donde cantan las
libras esterlinas
como rubias
sirenas de metal.
—¡Eh, tabernero!
buen compadre, echa
de ese ron de
Jamaica del pañol...!
y se entrega la
gente satisfecha
en brazos del
alcohol.
Una copa, otra
copa, ya parece
que se pierden el
rumbo y el compás,
el ansia de beber
en todos crece...
—¡Tabernero, echa
más!
Dice un nauta
escanciando una botella
—¿Os acordáis de
Fanny, aquella rubia?
Ríen todos y
brindan por la bella,
mientras azota el
ventanal la lluvia.
Se recuerdan
detalles y episodios
de todas las
amantes, y así van
fermentando en el
alma viejos odios
con fuerza de
huracán.
—¡Otra copa,
compadre! Fue en Coruña
donde me hiciste
aquella vil traición.
Suenan insultos,
y una mano empuña
un cuchillo que
parte un corazón...
Al otro día se
apareja, esbelta,
la fragata a la
mar. Torna de vuelta
al otro día el
barco, su camino
vuelve a
emprender al puerto de destino,
donde aguarda el
amor. ¡Bella Mallorca!
Y en suelo extranjero
se queda un marinero
esperando la cuerda de la horca.
Las velas
braceadas a ceñir,
los viejos cabos
al besarlos gimen
y recordando el
crimen
los marinos no
cesan de reír.
LOS VIEJOS CROMOS
¡Oh, los viejos
cromos de la cacería,
que vemos a veces
en las prenderías
y en las viejas
fondas
y en los
restoranes de las estaciones;
cromos donde hay
frondas
y selvas sombrías
y galanterías
y galgos y
halcones!
¡Oh, esos viejos
cromos que vimos de niños;
paisajes nevados,
campos como armiños,
donde hay un
trineo con una muchacha
seguida de lobos;
donde un cazador
de barbas
hirsutas, esgrimiendo un hacha,
hace frente a un
oso con fiero valor!
¡Oh, esos viejos
cromos que copian escenas
de la vida a
bordo, en donde se ven
sobre añil
rabioso, cien negras antenas
y cien
gallardetes de navíos cien!
Donde un viejo
nauta
enciende su pipa,
la mirada cauta,
redonda la tripa
y la sotabarba
a estilo
holandés;
donde los
grumetes
comen su bazofia.
mientras una
niña,
de nevada cofia,
remienda unas
velas
pegada al
bauprés.