El Mundo Today

2013/04/12

El paintball y los vibradores



Acorralados por décadas de críticas y menosprecio generalizado, los mastines ya no organizan despedidas de soltero como las de antes. Han escuchado demasiadas reprimendas por su presunta vulgaridad (¿a quién se le ocurre ir a un espectáculo de strip-tease?) y optado por ocultar su deseo (absurdo) de yacer simultáneamente con dos brasileñas desnudas al menos una vez en la vida, antes de entregarse al nirvana sostenido de la vida conyugal. Resulta frecuente que hayan interiorizado los argumentos de sus compañeras sentimentales y repitan con convicción aquello de que esas fiestas “ya no tienen sentido cuando llevas años durmiendo con alguien”. En otros casos, la mera idea es abortada por un amigo que no puede ocultarle nada a su mujer (inclinación catastrófica, entre otros motivos porque la mencionada esposa se ha hecho amiga de las otras novias del grupo). Para no angustiar a los lectores, obviaremos a continuación los casos en los que la compañera sentimental, devenida en centinela, explora sistemáticamente las cuentas de correo electrónico de sus novios, nuestros amigos.

“Tíos, nada de pibas”. Sacrosanta hace sólo veinte años, la oportunidad de cometer algún exceso teóricamente vetado antes de deslizarse en el paraíso matrimonial es descartado de antemano por los miembros más respetables de la comunidad. ¿Por qué caer tan bajo? En el siglo XXI las despedidas de soltero siguen siendo organizadas por los amigos, pero su tradicional consagración, el lance que las justificaba, está prohibida de antemano. A resultas de ello, la preparación del evento es lastrada por una contradicción insuperable: hay que sorprender al novio de alguna manera y tratar como sea de que el fin de semana no constituya una costosa pérdida de tiempo (y efectivo). Porque el novio no quiere sexo, pero sí desea (por alguna razón) despedir su soltería. La castración metafórica del grupo desencadena un rosario de sustitutos parciales: la mejor carne, el mejor whisky, etc. Tratar por todos los medios de reemplazar un bonito par de pechos por dos días de agresión hepática que borren cualquier señal de libido. Borrachos como zombis, ni siquiera darán lugar a la masturbación después de desplomarse vencidos sobre un camastro en una cabaña alejada del mundanal ruido.

Entre los beneficiarios de la evolución social de estas fiestas están los empresarios del ‘paintball’, juego donde los amigos del cónyuge aspiran a sentirse de nuevo machos prehistóricos durante un par de horas tratando de ‘eliminar’ adversarios con pelotas de pintura, sudando entre arbustos y encinas, reclamando para sí una pequeña descarga de testosterona. La metamorfosis de estos eventos desnaturalizados ha llegado incluso a Wikipedia, cómica cuando explica que “el desarrollo del turismo rural […] ha hecho que gran número de despedidas pasen de ser una celebración en la ciudad a un fin de semana rural lleno de actividades”.

Mientras tanto, las mujeres ocupan sonoramente las calles con sus despedidas de soltera y sus penes de plástico y se pasean medio desnudas, ataviadas de conejitos playboy, expresando su sexualidad libremente por la ciudad ante la mirada atónita (cuando no babosa) del hombre actual, huérfano de un plan que inventaron sus antepasados y que le han robado sus hermanas, primas, amigas, amantes y novias. Los clubs de ‘striptease’ masculino rebosan de mujeres respetables que introducen billetes en los tangas de los strippers, chillando como jabalíes heridos ante la visión del miembro viril, gozando en directo y sin cortes publicitarios de sus reivindicaciones de paridad festiva, completamente indiferentes al argumento de que esas fiestas “ya no tienen sentido cuando llevas años durmiendo con alguien” y públicamente aficionadas al fascinante mundo del ‘tuppersex’, donde el proceso hacia la sustitución definitiva del macho encuentra un ecosistema extraordinariamente fértil. En las sociedades avanzadas ya no están bien vistas las demostraciones ostentosas de heterosexualidad masculina. Entre el “tíos, nada de pibas” y la comparación a carcajadas del tamaño de los consoladores late una derrota cotidiana.

<< Le mastin

4 comments:

  1. Dos brasileñas carece de sentido, en efecto, pudiendo ser una brasileña y una japonesa. Ya lo decía Shaw: las cadenas del matrimonio son tan pesadas, que hace falta ayuda para arrastrarlas.

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  2. Extremadamente cojonudo.

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  3. Muy grande, Mastineras.

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  4. Por seguir las tradiciones, ea.

    De verdad, de verdad que espero nuevas entradas. Hasta que no añadáis algo alguno, el frío no se marcha de sure, sires.
    G.

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