El feminismo como refugio no ha surgido de mujeres alienadas o despechadas; hombres como Adorno ya hacían gala de un resentimiento paralizante contra el universo masculino, hasta tal punto que sólo conservó del nombre de su padre la letra W.
La animadversión inicial contra la masculinidad nace de la consideración del hombre como medida del mundo, como representante del poder, de la dominación, circunstancia que “llevó a refugiarse en el reino de la madre, en las artes y en las nostalgias cifradas… donde los recuerdos de felicidad se habían unido exclusivamente en una utopía de lo femenino”, P. Sloterdijk.
Así surgen diversos movimientos que hacen de lo femenino su estandarte fundamental: feminismo por la diferencia, por la igualdad y otros grupos como Femen cuyo objetivo es arreglar el mundo a golpes de torso desnudo.
Hoy, nos encontramos en una extraña situación donde la prevalencia del sexo en detrimento del compromiso, ha configurado una sociedad de hombres y mujeres indolentes que han encontrado en la militancia ideológica la canalización de sus emociones.
“La tragedia de estas criaturas (hombres y mujeres) es en definitiva la de su falta de espacio interior… La soledad, esa del yo sin espacio, está poblada de personajes, de conatos de ser dentro de un individuo. Multiplicidad abigarrada de seres sin rostro ni nombre, rencorosos de su existencia a medias, tal parece ser el infierno.” M. Zambrano.