Aren't commonplaces useful, like, especially to avoid the pain of free thought? If you are a liberated woman, then of course you must be a feminist; if you think you belong to a working class, whatever that means these days --or whatever makes you think you're any different from others--, then what more could you really be in life than a bitter leftie with a "historical debt" to claim? Oh, isn't the world unfair? Well, compared to what? Kindly wear a helmet in case it isn't and, if you must insist on trying to "change things", please do start with your socks.
Enough of that. For now... Where was I? Order! Ah, yes: If you're a Basque, then nationalism has to be embedded into your sacro-sanct identity? What else would you need an identity for? How indeed can anyone call themselves Basques if they allow into their DNA any shade of a doubt about Navarre being part of the Basken Vaterland. In no time questioning anything will be treated as idiotic, for one will get literally killed for merely posing a question --got my prophet pants on now. Under such circumstances philosophy or mere independent thought will necessarily be a rebellious activity. One wonders if we are not there already.
2009/11/30
2009/11/18
Días de sur
In spite of being on the northern shores of Spain, the town of Santander has always overlooked upon the south toward the plains of Old Castile, whose first provincial capital she used to be.
Her back guarded by northbound cliffs, Santander's bay, "the sea's bride", gives an eastern impression to the newcomer, who's often disoriented by the oriental location of the biggest beach, el Sardinero, which completes the lie by seeming open to the north, like most Cantabrian-sea beaches, when in fact it opens a bow to the east.
When the south winds are strong, the rains dry up of one sudden blow, like figs, as the clouds are pushed back against Neptune's realm.
It was blowing hard from the south in the evening of Saturday, February 15, 1941, when a fire starting in no. 5 of calle Cádiz flattened Santander's medieval centre. Having survived the worst Civil-War bombings, Santander's oldest quarters were a well-preserved example of popular architecture, reduced to ashes in one single surada, a violent and persistent strike of southern wind, its wooden structure an easy prey for Aeolus.
A terrible picture of the aftermath shows santanderinos finding their way through their devastated city, or more precisely trying to find where the streets used to be.
Reconstruction works having been done under post-war circumstances of hardship worsened by this catastrophe, Santander is now a fantastic example of urban chaos.
When asked about solutions for this chaos, a local architect suggested a three-phase plan: 1. evacuate; 2. bomb; 3. re-build by Ikea Swedes.
This architect was perhaps a victim of la surada, a funny mood brought by the southern gusts. Those affected tend to be more communicative, of good and bad news alike. Many a bartender or policeman in town claims to know for a fact that, with the strong winds from the south, everything will me most volatile; and violence, verbal or worse, is bound to erupt, testifying to how far the forces of nature are willing to play with the minds of the human animal.
Temas:
Orden
2009/11/16
Cohabitación
Hace unos años me mudé de casa y encontré un par de hojas abandonadas en una lata comercial de la cual colgaban las instrucciones de mantenimiento de aquel geranio. Como era una planta recién nacida abandonada y yo acababa de empezar una nueva vida, me dispuse a darle todo el afecto que quería recibir y las dos crecimos juntas.
Con mucho cariño trasplanté mi geranio a una maceta y lo animé con palabras cariñosas a que creciese. Tras un año todavía no había echado ninguna flor. Ni se me pasó por la cabeza reñirle por no ofrecerme la alegría de sus flores. Todo lo contrario. Pensé que la naturaleza lo guiaba y no era culpa suya si esto no había ocurrido. Con más amor que antes lo bañé en palabras de consuelo, la flor llegaría, le dije, no tenía que preocuparse. A veces las cosas llevan su tiempo, sólo hay que dejar que la naturaleza siga su curso, lo animaba.
Unos meses más tarde, volví a mudarme de casa. Me preocupaba cómo afectaría la mudanza a mi geranio. Siempre había crecido muy esbelto y enhiesto, quizás porque vivíamos en un ático y la luz más intensa provenía de un tragaluz en el techo. Ahora nos mudábamos a un piso con un gran ventanal en el cual daba el sol a diario. Pensé que mi geranio se sentiría a gusto con el sol, pero era tan joven que no sabía cómo le afectarían todos estos cambios.
Un mes después de mudarnos a la nueva casa, algo llamó mi atención. Estaba regando el geranio ya sin prestarle mucha atención por las cosas de habituarse a la existencia del otro cuando vi una pequeña protuberancia en uno de sus extremos. Mi geranio iba a echar su primera flor. No podría decir cuánto tiempo llevaba allí aquel capullito; sólo sé que mi emoción fue tan grande que se me saltaron las lágrimas. Mi pequeño abandonado había recuperado la vida y florecía gracias a mis cuidados. ¡Qué milagro de la naturaleza!
Me pregunto si la convivencia entre los humanos sería más sencilla si, en lugar de echarnos la culpa a nosotros mismos y a los demás de nuestros dolores y frustraciones, viésemos el peso que tiene la naturaleza en nuestras vidas, como en la de mi geranio, si viésemos que no tenemos tanto control sobre el crecimiento de nuestras flores (o espinas) como nos gustaría creer. Quizás de esta manera nos sería más fácil aceptarnos y aceptar a la otra persona para crecer juntos y echar las flores más hermosas de nuestra existencia. Sólo quizás...
Con mucho cariño trasplanté mi geranio a una maceta y lo animé con palabras cariñosas a que creciese. Tras un año todavía no había echado ninguna flor. Ni se me pasó por la cabeza reñirle por no ofrecerme la alegría de sus flores. Todo lo contrario. Pensé que la naturaleza lo guiaba y no era culpa suya si esto no había ocurrido. Con más amor que antes lo bañé en palabras de consuelo, la flor llegaría, le dije, no tenía que preocuparse. A veces las cosas llevan su tiempo, sólo hay que dejar que la naturaleza siga su curso, lo animaba.
Unos meses más tarde, volví a mudarme de casa. Me preocupaba cómo afectaría la mudanza a mi geranio. Siempre había crecido muy esbelto y enhiesto, quizás porque vivíamos en un ático y la luz más intensa provenía de un tragaluz en el techo. Ahora nos mudábamos a un piso con un gran ventanal en el cual daba el sol a diario. Pensé que mi geranio se sentiría a gusto con el sol, pero era tan joven que no sabía cómo le afectarían todos estos cambios.
Un mes después de mudarnos a la nueva casa, algo llamó mi atención. Estaba regando el geranio ya sin prestarle mucha atención por las cosas de habituarse a la existencia del otro cuando vi una pequeña protuberancia en uno de sus extremos. Mi geranio iba a echar su primera flor. No podría decir cuánto tiempo llevaba allí aquel capullito; sólo sé que mi emoción fue tan grande que se me saltaron las lágrimas. Mi pequeño abandonado había recuperado la vida y florecía gracias a mis cuidados. ¡Qué milagro de la naturaleza!
Me pregunto si la convivencia entre los humanos sería más sencilla si, en lugar de echarnos la culpa a nosotros mismos y a los demás de nuestros dolores y frustraciones, viésemos el peso que tiene la naturaleza en nuestras vidas, como en la de mi geranio, si viésemos que no tenemos tanto control sobre el crecimiento de nuestras flores (o espinas) como nos gustaría creer. Quizás de esta manera nos sería más fácil aceptarnos y aceptar a la otra persona para crecer juntos y echar las flores más hermosas de nuestra existencia. Sólo quizás...
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