Hace unos años me mudé de casa y encontré un par de hojas abandonadas en una lata comercial de la cual colgaban las instrucciones de mantenimiento de aquel geranio. Como era una planta recién nacida abandonada y yo acababa de empezar una nueva vida, me dispuse a darle todo el afecto que quería recibir y las dos crecimos juntas.
Con mucho cariño trasplanté mi geranio a una maceta y lo animé con palabras cariñosas a que creciese. Tras un año todavía no había echado ninguna flor. Ni se me pasó por la cabeza reñirle por no ofrecerme la alegría de sus flores. Todo lo contrario. Pensé que la naturaleza lo guiaba y no era culpa suya si esto no había ocurrido. Con más amor que antes lo bañé en palabras de consuelo, la flor llegaría, le dije, no tenía que preocuparse. A veces las cosas llevan su tiempo, sólo hay que dejar que la naturaleza siga su curso, lo animaba.
Unos meses más tarde, volví a mudarme de casa. Me preocupaba cómo afectaría la mudanza a mi geranio. Siempre había crecido muy esbelto y enhiesto, quizás porque vivíamos en un ático y la luz más intensa provenía de un tragaluz en el techo. Ahora nos mudábamos a un piso con un gran ventanal en el cual daba el sol a diario. Pensé que mi geranio se sentiría a gusto con el sol, pero era tan joven que no sabía cómo le afectarían todos estos cambios.
Un mes después de mudarnos a la nueva casa, algo llamó mi atención. Estaba regando el geranio ya sin prestarle mucha atención por las cosas de habituarse a la existencia del otro cuando vi una pequeña protuberancia en uno de sus extremos. Mi geranio iba a echar su primera flor. No podría decir cuánto tiempo llevaba allí aquel capullito; sólo sé que mi emoción fue tan grande que se me saltaron las lágrimas. Mi pequeño abandonado había recuperado la vida y florecía gracias a mis cuidados. ¡Qué milagro de la naturaleza!
Me pregunto si la convivencia entre los humanos sería más sencilla si, en lugar de echarnos la culpa a nosotros mismos y a los demás de nuestros dolores y frustraciones, viésemos el peso que tiene la naturaleza en nuestras vidas, como en la de mi geranio, si viésemos que no tenemos tanto control sobre el crecimiento de nuestras flores (o espinas) como nos gustaría creer. Quizás de esta manera nos sería más fácil aceptarnos y aceptar a la otra persona para crecer juntos y echar las flores más hermosas de nuestra existencia. Sólo quizás...
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