El Mundo Today

2013/06/22

Más entradas escogidas del diario apócrifo de Papapaco el Humilde

Traducidas del italiano por Rosalía Borgia e Isidra Montinelli

Domingo, 14 de abril, san Valeriano mártir

La incoherencia de los fieles y sus pastores es lo que mina la credibilidad de la Iglesia. Si fuéramos verdadera, irracionalmente coherentes, no necesitaríamos nada más para ser creíbles. Bueno, quizá la Guardia Suiza.

Mié. 17, santa Kateri Tekakwitha [Catalina Descuido]

Hemos empezado a rezar por Nos mismo, en parte porque hay que predicar con el ejemplo y también porque nos reconforta. Los ateos lo llaman meditación, pero es lo mismo.

Dom. 21, san Apolonio de Roma

En línea con nuestra humilde decisión de centrarnos en nuestro obispado de Roma y parroquia vaticana, casi como un cura de pueblo, más que en el francamente facho y bastante soberbio Papado universal, que aunque sea pura fachada estresa lo mismo o más, menudo sermonazo dominical les acabamos de largar a los curas de nuestra romana diócesis. “Sed pastores, no funcionarios”, voy y les suelto. Se quedaron todos como pasta de boniato, digo camote. Para mí que todavía me tienen guardado lo de la paga extraordinaria que nunca cobrarán, así que por mi parte he apuntado algún que otro nombre, no vayan a creerse que los asuntos ecuménicos, atendidos en realidad por el Jefe, me mantienen alejado de los pormenores de mi parroquia. Para ser un buen Pontífice, que viene a dar lo mismo que uno humilde, es menester consagrarse en cuerpo y alma a las más insignificantes nimiedades. Rezad por mi éxito en este humildérrimo empeño mío.

Lun. 22, santa Oportuna

Si se puede morir de humildad, Nos debemos de ser un firme candidato. ¿Habrá alguien, entre Nos nos decimos, más modesto y humilde que Nos? Y cuando el rostro volvemos, hallamos la respuesta viendo a un guardia suizo diciendo que sería una imperdonable soberbia por nuestra parte el morir de humildad, e injusto para nuestros parroquianos el seguir viviendo en este valle de lágrimas privados del consuelo de poder rezar por Nos en vivo. Tampoco voy yo a pretender que mi alma viva eternamente. No sería humilde. Ni creíble. Ni viable económicamente.
Te confesaremos, querido diario, que Nos a esta Guardia Suiza que vela por nuestra seguridad la encontramos francamente desconcertante, empezando por el hecho de que se tome su cometido tan en serio que pretende, literalmente, velar por nuestra seguridad. Completamente ajena a la condición meramente folclórica que le impone ese uniforme a la moda de 1505 (cuentan que diseñado por Miguel Ángel, que debía de ser un poco maripili, a Nos que no nos digan) y… ¡por Dios, esas espadas y alabardas…!, se obstina en comportarse como un Ejército profesional con la misma disciplina militar que cualquier otro, aunque apenas cuente un centenar de efectivos. Desde que los Tercios españoles y sus mercenarios tudescos saquearon Roma en 1527 no hemos necesitado que nos defiendan con sus vidas, presentando batalla ante la basílica de San Pedro, como entonces, mientras Nos, el Papado, nos retirábamos prudentemente tras el Altar mayor, así que no sabemos Nos qué hacía el guardia aquel apostado a la puerta de nuestros aposentos en Santa Marta, una morada que es casi tan humilde como Nos.


El guardia aquel sería suizo, pero debe de leer la prensa italiana, porque ni se ha enterado de que el Papa sigue siendo Ratzinger; y no seremos Nos quienes le informen, que líos no queremos ni medio. Pero a lo que íbamos: salíamos Nos de casa, humildemente y recién duchados, a comprar el pan y el periódico, y de paso a bajar la basura (serían como las 11) antes de pasarnos por la oficina a ver qué se cuece en nuestros Estados Pontificios, cuando nos lo encontramos ahí, alabarda en ristre, en posición de firmes, todo marcial, el tío. Nos ha dado un susto de muerte, claro.
—Pero ¿qué haces aquí, hijo? –le hemos dicho— Te va a dar un pasmo –apréciese nuestra llaneza y bonhomía—. No me digas que llevas ahí toda la noche en pie y despierto.
—Pues… sí, Santidad –nos contesta él mientras se nos cuadra, un poco cortado por nuestro saludo, que reconocemos no motiva mucho desde el punto de vista militar—. Sólo cumplo con mi deber de velar por su seguridad.
—Pobrecillo, qué cansado estarás —le hemos dicho con bondadosa solicitud; pero lo que pensábamos era: “Y ¿de qué nos vas a defender, alabardero de carnaval veneciano? ¿De los impuestos indirectos? ¿De la guerra atómica? ¿De la Curia, nos vas a defender tú? ¿Cómo? ¿La matarás de risa con ese jubón, esa librea arlequinada, por Cristo con Él y en Él, esas calzas con su liga y sus polainas? Anda, chaval, que como aparezcas de esa guisa en tu pueblo suizo vamos a ser Nos quienes tengamos que protegerte a ti de las pedradas de los niños”; así que ni corto ni perezoso le hemos traído una silla para que al menos se sentara un poco, que nos ponía un poco tensos con tanta rigidez, sin apenas reparar en que contemplaba esta espontánea escena medio centenar de fotógrafos sin nada que echarse a la cámara. Cohibido, tal vez, por su presencia, el helvético ha rechazado la silla mientras los fotógrafos disparaban frenéticamente sus flashes.
—Discúlpeme Su Santidad, pero no puedo aceptarlo. Sería desobedecer las órdenes de mi capitán.
—Así que capitán, ¿eh? –le hemos dicho un poco picados (seguro que a Peneadicto le habría aceptado la silla a la primera, el Jefe le habría transmitido una aucthoritas pontificis inmediata, impulsándole a obedecer sin titubeos, eso suponiendo que el Nazi pudiera tener con un subalterno un detalle así, tan propio de personas como Nos, con un talante más campechano)—. Pues yo soy el Papa –aquí he procurado sonar convincente—, que la última vez que miré era más que capitán, y como su Comandante en Jefe ceremonial, le ordeno que se siente. ¿Dónde está su fe? Si quiere protegerme, rece por mí.
Nos ha obedecido esta vez, qué remedio. Si no, con aucthoritas pontificis o sin ella, le meto un puro que aprende hasta latín vulgar. Antes de que se fueran los fotógrafos le hemos llevado un bocata de jamón que nos han dado para él en la cantina. “Bon appetit, hermano mío”. Si es que somos como una madre, pero en más campechano y sin pagar el bocata. Esperamos que no acabara de desayunar (en esa faltriquera le debían de caber varias raciones de combate), y que le guste el jamón, porque la paga extraordinaria que siempre daba el nuevo Papa no la va a oler, ni él ni nadie en el Vaticano, bien que se lo tenemos dicho a todos: esta paga se concede para conmemorar el óbito del Papa anterior, pero es que el Papa anterior no sólo no ha muerto sino que sigue siendo el verdadero Papa y su salud es mejor que la nuestra (será porque desde que se retiró de los focos vive incomparablemente mejor que Nos). De hecho lo que más nos satisface de esta anécdota, y por eso la contamos, es que demuestra sin ningún género de dudas que Nos no somos el Papa ni podemos serlo. No somos más que el obispo de una diócesis, aunque sea la de Roma (bastante más chica que Buenos Aires, a fin de cuentas), o mejor aún, un párroco de pueblo, aunque ese pueblo se llame Ciudad del Vaticano. Debemos de seguir en la fase de negación, incapaces de superar el trauma de nuestra falsa proclamación el mes pasado. A ver qué tal… Oídme bien: yo no soy ningún jefe de Estado, en serio, porfa, que eso lo llevo remal, aunque no tanto como… ahora que me acuerdo: tampoco soy argentino, ¿me oís? Sono italiano!

Jueves 25, san Aniano de Alejandría

El IOR es necesario hasta cierto punto. En cuanto averigüemos lo que es (y dónde está la guita), estableceremos ese punto cierto. Pero esto, como todo lo demás está en manos de Peneadicto, que últimamente no deja de llamarme.

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