Traducidas
del italiano por Rosalía Borgia e Isidra Montinelli
Domingo, 14 de abril, san Valeriano mártir
La
incoherencia de los fieles y sus pastores es lo que mina la credibilidad de la
Iglesia. Si fuéramos verdadera, irracionalmente coherentes, no necesitaríamos nada más para ser
creíbles. Bueno, quizá la Guardia Suiza.
Mié. 17, santa Kateri Tekakwitha [Catalina Descuido]
Hemos
empezado a rezar por Nos mismo, en parte porque hay que predicar con el ejemplo
y también porque nos reconforta. Los ateos lo llaman meditación, pero es lo
mismo.
Dom. 21, san Apolonio de Roma
En
línea con nuestra humilde decisión de centrarnos en nuestro obispado de Roma y
parroquia vaticana, casi como un cura de pueblo, más que en el francamente
facho y bastante soberbio Papado universal, que aunque sea pura fachada estresa lo mismo o más, menudo sermonazo dominical les acabamos
de largar a los curas de nuestra romana diócesis. “Sed pastores, no
funcionarios”, voy y les suelto. Se quedaron todos como pasta de boniato, digo
camote. Para mí que todavía me tienen guardado lo de la paga extraordinaria que
nunca cobrarán, así que por mi parte he apuntado algún que otro nombre, no
vayan a creerse que los asuntos ecuménicos, atendidos en realidad por el Jefe,
me mantienen alejado de los pormenores de mi parroquia. Para ser un buen
Pontífice, que viene a dar lo mismo que uno humilde, es menester consagrarse en cuerpo y alma
a las más insignificantes nimiedades. Rezad por mi éxito en este humildérrimo
empeño mío.
Lun. 22, santa Oportuna
Si
se puede morir de humildad, Nos debemos de ser un firme candidato. ¿Habrá
alguien, entre Nos nos decimos, más modesto y humilde que Nos? Y cuando el rostro volvemos,
hallamos la respuesta viendo a un guardia suizo diciendo que sería una
imperdonable soberbia por nuestra parte el morir de humildad, e injusto para nuestros
parroquianos el seguir viviendo en este valle de lágrimas
privados del consuelo de poder rezar por Nos en vivo. Tampoco voy yo a pretender que mi alma viva eternamente. No sería humilde. Ni creíble. Ni viable económicamente.
Te
confesaremos, querido diario, que Nos a esta Guardia Suiza que vela por nuestra
seguridad la encontramos francamente desconcertante, empezando por el hecho de
que se tome su cometido tan en serio que pretende, literalmente, velar por nuestra
seguridad. Completamente ajena a la condición meramente folclórica que le
impone ese uniforme a la moda de 1505 (cuentan que diseñado por Miguel Ángel,
que debía de ser un poco maripili, a Nos que no nos digan) y… ¡por Dios, esas
espadas y alabardas…!, se obstina en comportarse como un Ejército profesional
con la misma disciplina militar que cualquier otro, aunque apenas cuente un
centenar de efectivos. Desde que los Tercios españoles y sus mercenarios
tudescos saquearon Roma en 1527 no hemos necesitado que nos defiendan con sus
vidas, presentando batalla ante la basílica de San Pedro, como entonces,
mientras Nos, el Papado, nos retirábamos prudentemente tras el Altar mayor, así
que no sabemos Nos qué hacía el guardia aquel apostado a la puerta de nuestros
aposentos en Santa Marta, una morada que es casi tan humilde como Nos.
El guardia aquel sería suizo, pero debe de leer la prensa italiana, porque ni
se ha enterado de que el Papa sigue siendo Ratzinger; y no seremos Nos quienes
le informen, que líos no queremos ni medio. Pero a lo que íbamos: salíamos Nos de casa, humildemente y recién duchados, a comprar el pan y el periódico, y de paso a bajar la
basura (serían como las 11) antes de pasarnos por la oficina a ver qué se cuece
en nuestros Estados Pontificios, cuando nos lo encontramos ahí, alabarda en
ristre, en posición de firmes, todo marcial, el tío. Nos ha dado un susto de
muerte, claro.
—Pero
¿qué haces aquí, hijo? –le hemos dicho— Te va a dar un pasmo –apréciese nuestra
llaneza y bonhomía—. No me digas que llevas ahí toda la noche en pie y
despierto.
—Pues…
sí, Santidad –nos contesta él mientras se nos cuadra, un poco cortado por nuestro
saludo, que reconocemos no motiva mucho desde el punto de vista militar—. Sólo
cumplo con mi deber de velar por su seguridad.
—Pobrecillo,
qué cansado estarás —le hemos dicho con bondadosa solicitud; pero lo que pensábamos
era: “Y ¿de qué nos vas a defender, alabardero de carnaval veneciano? ¿De los impuestos
indirectos? ¿De la guerra atómica? ¿De la Curia, nos vas a defender tú? ¿Cómo?
¿La matarás de risa con ese jubón, esa librea arlequinada, por Cristo con Él y
en Él, esas calzas con su liga y sus polainas? Anda, chaval, que como aparezcas
de esa guisa en tu pueblo suizo vamos a ser Nos quienes tengamos que protegerte
a ti de las pedradas de los niños”; así que ni corto ni perezoso le hemos traído
una silla para que al menos se sentara un poco, que nos ponía un poco tensos
con tanta rigidez, sin apenas reparar en que contemplaba esta espontánea escena
medio centenar de fotógrafos sin nada que echarse a la cámara. Cohibido, tal
vez, por su presencia, el helvético ha rechazado la silla mientras los fotógrafos
disparaban frenéticamente sus flashes.
—Discúlpeme
Su Santidad, pero no puedo aceptarlo. Sería desobedecer las órdenes de mi
capitán.
—Así
que capitán, ¿eh? –le hemos dicho un poco picados (seguro que a Peneadicto le habría
aceptado la silla a la primera, el Jefe le habría transmitido una aucthoritas pontificis
inmediata, impulsándole a obedecer sin titubeos, eso suponiendo que el Nazi pudiera
tener con un subalterno un detalle así, tan propio de personas como Nos, con un
talante más campechano)—. Pues yo soy el Papa –aquí he procurado sonar
convincente—, que la última vez que miré era más que capitán, y como su Comandante
en Jefe ceremonial, le ordeno que se siente. ¿Dónde está su fe? Si quiere protegerme, rece por mí.
Nos
ha obedecido esta vez, qué remedio. Si no, con aucthoritas pontificis o sin ella, le meto un puro que aprende hasta latín vulgar.
Antes de que se fueran los fotógrafos le hemos llevado un bocata de jamón que nos
han dado para él en la cantina. “Bon appetit, hermano mío”. Si es que somos
como una madre, pero en más campechano y sin pagar el bocata. Esperamos que no acabara de desayunar (en
esa faltriquera le debían de caber varias raciones de combate), y que le guste
el jamón, porque la paga extraordinaria que siempre daba el nuevo Papa no la va
a oler, ni él ni nadie en el Vaticano, bien que se lo tenemos dicho a todos: esta
paga se concede para conmemorar el óbito del Papa anterior, pero es que el Papa
anterior no sólo no ha muerto sino que sigue siendo el verdadero Papa y su
salud es mejor que la nuestra (será porque desde que se retiró de los focos vive
incomparablemente mejor que Nos). De hecho lo que más nos satisface de esta
anécdota, y por eso la contamos, es que demuestra sin ningún género de dudas
que Nos no somos el Papa ni podemos serlo. No somos más que el obispo de una
diócesis, aunque sea la de Roma (bastante más chica que Buenos Aires, a fin de
cuentas), o mejor aún, un párroco de pueblo, aunque ese pueblo se llame Ciudad
del Vaticano. Debemos de seguir en la fase de negación, incapaces de superar el
trauma de nuestra falsa proclamación el mes pasado. A ver qué tal… Oídme bien: yo
no soy ningún jefe de Estado, en serio, porfa, que eso lo llevo remal, aunque
no tanto como… ahora que me acuerdo: tampoco soy argentino, ¿me oís? Sono italiano!
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