Había calculado quedarse allí unos seis meses y se volvía al día siguiente. Como oliendo la mala onda que de él dimanaba, y como si la calle les perteneciera, todos los perros y perras de Eugenio Bustos sin excepción y sin conocerle, o por no conocerle, le ladraron mientras arrastraba por la acera su intacto equipaje desde el hotel hasta la terminal de micros. Su nueva vida había durado aproximadamente unas 36 horas.
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