Para Paloma Uruñuela
OFRENDA I
A ti, ¡oh mar!, que me diste las primeras
robustas sensaciones que he gozado;
cómitre que remando en tus galeras
me hubiste de tener como forzado.
Escuela de la vida, templo y atrio
en que el vivir cosmopolita y pícaro
al alejarme del terruño patrio
me dio la alada decisión de un Ícaro.
A ti, a quien todo lo que soy lo debo,
porque infundiste en mí un ánimo nuevo
y el vigor me inyectaste de tu yodo;
a ti dedico, ¡oh mar!, estas estrofas,
en las que encierro el horizonte todo
que se abarca de pie sobre las cofas.
ALBA
...y mi padre me dijo, mostrando mi equipaje,
este pobre equipaje de humildes cosas lleno:
–Abrázame, hijo mío; sal a tu primer viaje,
empieza ahora tu vida, sé valeroso y bueno.
Y salí por el mundo; dejé mi casa clara,
subí a un tren y a lo visto apenas daba crédito;
era como un sueño, la perspectiva rara
de los nuevos paisajes y el panorama inédito.
Bilbao, ese gran puerto, llenó mi alma de asombros;
parecía que el mundo gravitaba en mis hombros
y me sentí vencido con ganas de llorar.
El barco, el primer barco, fue como un calabozo.
El capitán me dijo: –Hay que ser hombre, mozo.
Y me pareció aquella la enorme voz del mar.
LA PRIMERA GUARDIA
¡Primera guardia! Ya la luna brilla
sobre la inmensa superficie verde
y la nativa, idolatrada orilla
como una nube en el confín se pierde.
¡Con qué emoción, temblando, la despido
al ver en el cristal del catalejo
su borroso perfil desvanecido
de la luna al nostálgico reflejo!
Luego, cuando la guardia se termine
y con ávidos ojos examine
del horizonte la imprecisa raya,
en un adiós de cosas españolas,
todo –montes, cantiles, faro y playa–
estará sepultado por las olas.
NOCHE PAVOROSA
La noche es pavorosa. Nunca tantos
horrores tuvo un trágico momento...
y sentimos la angustia y los espantos
que paralizan hasta el pensamiento.
Se siente como un fúnebre presagio;
a nuestros pies se ha abierto el abismo:
¡la idea obsesionante del naufragio
de todos se apodera a un tiempo mismo!
En la caseta del timón dos rudos
marineros están; trágicos, mudos,
oyen del viento la gigante orquesta...
Uno rompe el silencio: –Aquí el «Apolo»
se fue a pique una noche como ésta
–dice sombrío– ¡y me salvé yo solo!
LAS PEÑAS DEL NAUFRAGIO
Ante las rocas grises, cenicientas,
el corazón sobrecogido late;
parecen unas tristes osamentas
tendidas en un campo de combate.
Sentimos como un fúnebre presagio
que de espanto la frente deja fría;
¡en esas peñas ocurrió el naufragio
de un buque de la misma compañía!
Suben todos a verlas; en la borda
toda la dotación dobla los codos.
Se oye el rumor de la resaca sorda,
que en nuestras almas temeroso zumba,
mientras pensamos en silencio todos
en qué mares tendremos nuestra tumba.
EL DE LOS TRES NAUFRAGIOS
Se salvó en tres naufragios y lo cuenta
con énfasis pueril y tosco estilo
siempre que una ocasión se le presenta
de reanudar de su relato el hilo.
Ésa es su vanidad, toda su historia;
de hilo vulgar están sus horas hechas
y ocupan por entero su memoria
esos tres episodios y tres fechas.
Él lo comprende con su rudo instinto
y todo lo refiere al triple drama
–¡Fue al mes de naufragar el «Riotinto»...!
–¡Fue al año de salvarme del «Bahama»...!
Ello le da en el rancho, entre la gente,
prestigios y respetos. Cuando él habla
ni respirar a los demás se siente.
Todos escuchan: –Me agarré a una tabla...
Siempre hay un nombre trágico en su boca
–buen capitán, aquél que vio él ahogarse
en el «Iberia»–; y cuando el nombre evoca
se ve a la sombra del ahogado alzarse.
Ese hombre que ha asistido a tres naufragios
se cree inmortal, desprecia los presagios;
él tiene un amuleto que el mar trunca.
Y cuando el miedo pone livideces
en todos los demás, piensa él que nunca
se puede ahogar quien se salvó tres veces.
EL PERRO DE A BORDO
Un maretazo rápido y aleve
lo llevó de cubierta a nuestra vista;
fue su agonía dolorosa y breve
y aún el trágico trance nos contrista.
Era el más viejo del bajel. Cogióle
el capitán en una playa hambriento
y como a un nuevo tripulante diole
sitio en el rancho y pródigo sustento.
Era el guardián del buque; sus melenas
agitaba magnífico en sus rondas.
¡Con qué furor ladraba a las ballenas!
Todos vimos su muerte doloridos
¡y aún nos parece oír bajo las ondas
el fúnebre clamor de sus ladridos!
LA ALEGRÍA ESPAÑOLA
Cobramos nuestra paga, y en el fondo
de las almas el mágico sonido
del oro inglés hizo nacer un hondo
deseo de champán, de amor, de ruido.
¡A tierra, pues! Salimos bullangueros,
y en medio del clamor y la algazara
recordaban quizá nuestros sombreros
chambergos de los Tercios de Pescara.
Alegremente lo gastamos todo
y un marinero, ya casi beodo,
dio a una miss que encontró cerca del buque
el último chelín, galante ofrenda...
Y esa noche la miss soñó en un duque
español y en un gesto de leyenda.
VIRAR POR AVANTE
¡Salta escota de foques! ¡Acuartela
la botavara...!, grita el capitán;
se oye chirriar de cabos, y la vela
se hincha al soplo del rápido huracán.
Hay momentos de trágica zozobra;
el buque retrocede ante el ciclón,
mas decide eficaz la maniobra
un golpe decisivo del timón.
Pasó el instante del peligro grave
y en la agitada inmensidad, la nave
ágil salta lo mismo que una corza...
Y el capitán sonríe satisfecho
y un hurra larga cuando el buque orza
entre el empuje del turbión deshecho.
EL VINO DE ESPAÑA
I
La Nochebuena en Inglaterra era
silenciosa y nevada. En los hogares
se congregaba la familia entera,
en torno de los puddings seculares.
Mientras nosotros en el buque estábamos,
junto a la estufa, para huir del frío,
y a un tiempo todos, sin querer, pensábamos
en un lejano y blanco caserío.
Rompió el silencio el capitán anciano,
en náuticas empresas veterano,
y dijo con voz agria al mayordomo:
–¡Venga vino de España, y fuera penas!
Y al beberlo temblamos todos como
si bebiésemos sangre de las venas.
II
¡Vino de España! Ingrato y displicente,
el español tus méritos desdeña:
sólo lejos de España es cuando siente
lo que vale una copa malagueña.
En medio de la mar o en tierra extraña
una botella el corazón anima.
¡En su fondo se encierra toda España,
y se conserva el fuego de su clima!
Bebimos una copa y otra copa...
Luego armamos un baile sobre popa.
Y desde el muelle triste unos britanos
nos miraban, ¡sin ver que en el marino
festín, lo que elevaban nuestras manos
en la copa era un símbolo hecho vino!
EL PASO DE LA LÍNEA
La Equinoccial cruzamos. Hubo fiesta;
y en la paz religiosa del ambiente
se oyeron los acordes de la orquesta
como un suspiro de la patria ausente.
Era vulgar la música –una flauta
y un mísero acordeón–, pero sonando
en medio de la mar, el pobre nauta
hallaba su sonido dulce y blando.
Con la voz de la música allí hablaba
la patria ausente. Vi cómo surcaba
amargo llanto alguna tez broncínea.
¡Oh santo amor a los paternos lares,
que nos haces llorar ante una línea
invisible tendida entre dos mares!
PAISANO
En estas latitudes apartadas,
entre este ambiente hostil, desconocido,
dos frases al acaso pronunciadas
penetran como un dardo en el oído.
Alguien habla español. Y nuestra mano
se tiende hacia el rincón en que se esconde.
–¡Paisano! –le gritamos— y: –¡Paisano!
con igual emoción él nos responde.
Nunca nos vimos. El semblante rudo
que surge al escuchar nuestro saludo
es en mi vida un elemento nuevo.
–¡Paisano! –repetimos–. Él me ofrece
con gesto fraternal su copa. Y bebo.
¡Y sangre mía el vino me parece!
LUZ POR LA AMURA
Entre el ronco gemido de las olas,
única estrofa de la noche oscura,
se oye clara la voz de las serviolas,
que anuncian una nueva luz de amura.
Es un vapor; su luz no se confunde,
y en las nubes que velan su reflejo
tiembla sobre las olas y se hunde
cual si huyera de nuestro catalejo.
La soledad monótona del viaje
al surgir esa luz, al fin, se quiebra;
el corazón le rinde un homenaje.
¿De qué nación será? No importa nada.
Y bebamos un vaso de ginebra
a la salud del nuevo camarada.
NOCHE DE TORMENTA
Entreabrimos los ojos alarmados:
desde el lecho se sienten y se escuchan
unos pasos confusos y agitados
como de hombres que corren o que luchan...
–¡Todos arriba! ¡Estamos sin gobierno!
¿Quién al oír tal grito no despierta
en una noche cruda del invierno
en que barren las olas la cubierta?
Entre el ciclón se escucha la angustiosa
voz del piloto que a la gente acosa
para doblar la fe con que trabaja...
Nos vestimos a oscuras y salimos,
¡y pensamos si acaso es la mortaja
la ropa que temblando nos vestimos!
ENCUENTRO EN EL MAR
En el inmenso líquido desierto
en que vagamos hace muchos días
con su largo anteojo han descubierto
un vapor que se acerca los vigías.
La distancia se acorta: lo examino
y fijo en el cristal de la retícula
contemplo el pabellón santanderino...
¡Oh bendito color de mi matrícula!
Todos suben a verle cuando pasa;
él se dirige hacia la Patria, a casa,
que ya dejamos a distancia inmensa.
Nuestra alegría en emoción truncóse,
y cada uno silencioso piensa
en un balcón donde una niña cose.
EL HOGAR LEJANO
Brama el ciclón. Al dar cada balance
una montaña líquida nos tapa;
seis días van así sin que abonance,
corriendo entre triángulos de capa.
Pasea el capitán meditabundo,
entregado a sombrías reflexiones,
y sobre el puente inmóvil, el segundo
observa los plomizos nubarrones...
Acaso entre el furor del mar y viento
vuela de ambos el raudo pensamiento
hacia el hogar donde una pobre anciana,
repasando una carta amarillenta,
dice a sus nietos: ¡entrará mañana
vuestro padre en Bilbao, según la cuenta!
REGRESO
Otra vez, Santander, aquí me tienes,
descansando en la paz de tu bahía;
¡dame, para ponérmela en las sienes,
la corona de tu melancolía!
El ancla he echado en ti breves momentos
después de recorrer medio planeta;
¿adónde los caprichos de los vientos
llevarán de mi vida la veleta?
Vengo a sentarme, lleno de fatiga,
bajo la sombra de la puerta amiga
que cobijó a los míos veneranda...
Quizá el camino tomaré de nuevo
cuando vuelva a gritar: ¡álzate y anda!
el ansia aventurera que en mí llevo.
MAR DE LAS ANTILLAS
Alto el velamen, con el viento en popa,
vamos corriendo por las mismas aguas
en que Colón, embajador de Europa,
vio las primera índicas piraguas.
En este claro mar de las Antillas
aún conservan los líquidos cristales,
la huella abierta por las bravas quillas
de nuestras carabelas inmortales.
Sentimos el orgullo soberano
de ostentar el escudo castellano,
quemado por el fuego de cien soles.
Y los pañuelos, que la brisa agita,
mojamos en el mar. ¡Agua bendita
para los que nacimos españoles!
LA MUCHACHA DE LA TABERNA:
Dick, el embarcador, tiene tres hijas,
tres rosas de pasión rubias y bellas;
ellas sirven, temblando, las vasijas
y escancian las botellas.
Su padre, que es brutal y se emborracha,
golpea a la menor… Pero instantáneo
surge un marino allí: –Si a esa muchacha
la vuelves a tocar, ¡te rompo el cráneo!
Tumulto y confusión: se yerguen todos
los bebedores, sucios y beodos,
en cuyos rostros el asombro vese…
En voz baja coméntase la hazaña;
uno pregunta –¿Conocéis a ése?
Y otro responde: –Creo que es de España.
LAS TRES HIJAS DEL CAPITÁN
Era muy viejo el capitán, y viudo,
y tres hijas guapísimas tenía;
tres silbatos, a modo de saludo,
les mandaba el vapor, cuando salía.
Desde el balcón que sobre el muelle daba
trazaban sus pañuelos mil adioses,
y el viejo capitán disimulaba
su emoción entre gritos y entre toses.
El capitán murió... tierra extranjera
cayó sobre su carne aventurera,
festín de las voraces sabandijas...
Y yo sentí un amargo desconsuelo
al pensar que ya nunca las tres hijas
nos dirían adiós con el pañuelo...
LA NOVIA DEL PILOTO
I
Presidía la novia del piloto,
en efigie, la paz del camarote,
y era el retrato polvoriento y roto
como la musa de la casa a flote.
Todos los días, al subir al puente,
el piloto besaba aquel retrato,
que seguía riendo ingenuamente
con inocente y púdico recato.
¡Nos casaremos pronto ya: al regreso!,
siempre al salir a viaje nos decía,
mientras dejaba en el retrato un beso.
Pero no se casaron... Olvidóla;
yo vi el retrato entonces, y reía,
con sus labios hermosos de amapola.
II
Se reía lo mismo que se ríen
las mujeres ingenuas cuando quieren:
en esa risa su ilusión deslíen
y con la risa entre los labios mueren.
¿Qué fue de aquella pobre enamorada
que truncadas miró sus ilusiones?
Aquella risa que dejó plasmada
en el cartón ¿huyó de sus facciones?
No quise saber nada; huía el tema...
pero en mi mente imaginé un poema
como digno final: la virgen loca
pidiendo cuenta al mar de sus amores
y riendo, al mirar, sobre una roca,
pasar en lontananza unos vapores.