El Mundo Today

2013/01/05

El insoportable Dostoievsky


Bajo el título El escritor como hombre insoportable, un texto sobre Dostoievsky publicado en su libro de ensayos El aprendizaje de la decepción, Félix de Azúa describe con acierto dos tipos de novelistas: los “narradores olímpicos, altivos, que trabajan con amplios brochazos, a trazos limpios y vigorosos, como si pintaran al fresco y debieran levantar las líneas maestras a mucha velocidad, antes de que el yeso o la cal se sequen. El lector, como Dante junto a Virgilio, se deja llevar, mira a donde el maestro señala, sigue los vericuetos de la peripecia como provisto de un milagroso catalejo. Se siente partícipe a distancia de un drama que, alguien, el autor va ordenando para él. Al finalizar la lectura, se siente amigo del autor, y satisfecho de semejante amistad. Hablará del autor como se habla de un maestro estimado, y nunca dudará de su valía porque sería dudar, simultáneamente, de sí mismo”.

Pero, luego, coloca a Dostoievsky entre los narradores que son todo lo contrario: antipáticos, pegajosos, vehementes, ansiosos, irritantes, de los que es imposible considerarse amigos suyos, cuyas obras se pegan a nuestra carne como sanguijuelas que nos chupan sin consideraciones y nos obligan a abrir las ventanas y a respirar a pleno pulmón. Lo más frecuente es sentir odio y desprecio hacia ellos. Los compara a esos ciudadanos, frecuentes en los bares a última hora de la noche, que nos hablan demasiado cerca, apestándonos con su aliento y salpicándonos de saliva. Los relatos de esos narradores son, además, impúdicamente personales, confesiones íntimas que no queremos oír, que nos avergüenza escuchar, un pellejo de alma oxidada como la pesadilla de ese borracho de la noche cuyo hedor impide incluso la indiferencia, y también, como los borrachos de última hora de la noche, son unos sentimentales fétidos. Cuando no nos insultan, lloran en nuestro hombro hasta empaparnos la camisa de lágrimas y mocos. Se arrodillan para pedirnos perdón por molestarnos, nos abrazan porque somos el último amigo que les queda, se detienen un momento con la mirada extraviada y luego juntan las manos y rezan a voz en grito a la Virgen María para que nos proteja. Al final, medio inconscientes nos piden dinero. Y tanto como si se lo damos como si se lo negamos, se van sin despedirse, dando tumbos y mascullando insultos.

Según Félix de Azúa, sólo la obra de este tipo de escritores puede darse el lujo de ser insoportable, de decir lo que ni siquiera la verdad puede decir. Porque la verdad es otro nombre de la esperanza. Un artista, en esencia, no afirma ni ofrece solución alguna a los problemas que le conmueven, sólo pone en términos sensibles y accesibles una pregunta, no una respuesta. Y termina estas reflexiones con una frase de uno de los personajes de El idiota: “En ti no hay lugar para el corazón, sólo te importa la verdad; por eso eres deshonesto”.



3 comments:

  1. He aquí, ordenados y caóticos, la primera colaboración de Bolandina Gim, nueva tripulante de esta nao, que empieza escribiendo de orden. Pensar, decía Gustavo Bueno, es clasificar; aunque no sé yo si me convence esta clasificación en plan the Fool vs. the Emperor. Muchos somos ambas cosas a una. Imposible, en cualquier caso, respetar al brasas perdigonero de barra, que en casos extremos llega a perseguirlo a uno inadvertidamente hasta el mismísimo cuarto de baño.

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  2. De algún modo, la comparación es exagerada, pero no puede negarse que existen los escritores incómodos
    B. Hernández

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  3. Son los que merecen la pena, siempre que no disparen con perdigón. Balín lobero o barreno. Es lo suyo.

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