Ualid al Rayib
(Kuwait)
Movía la escoba como un
péndulo, quieto en su sitio, mientras su oído recogía parte del diálogo de los
que salían de la sala de proyecciones.
–¿La has visto?
–Sí. ¡Qué emocionante!
–¡Completamente desnuda!
Prestaba mucha atención al
diálogo.
–¿Has visto cómo la abrazó? A
punto estuvo de…
Aguzó el oído intentando
escuchar más, pero las voces de los espectadores se perdían cuando se acercaban
al final de la escalera. Oía otras voces, pero no logró distinguir de quién
procedían entre la masa de gente que salía del cine.
–¡Qué cuerpo! Y ¡ay, qué
labios!
–Eso sí que es una cama.
Otra voz:
–¿Tienes tabaco?
Ayer.
Cuando el público empezaba a
salir, dejó de trabajar. Miraba a los que salían para conocer sus impresiones
intentando oír sus comentarios.
–¡Cuando estuvieron en la
cama…!
–¡Menudos muslos tiene!
Puso toda su atención en captar
el resto del diálogo, pero las palabras se confundían con los murmullos y el
chasquido de los encendedores, además de alguna que otra tos.
Hoy.
Recoge un papel arrojado al
suelo y se dice a sí mismo:
–Hace años que limpio las salas
de este cine y todavía no he visto ni una película.
Ante él pasan dos chicas con
pantalones muy apretados sobre las nalgas, mientras el recuerda asombrado:
“¡Desnuda?”
Sus manos siguen el movimiento
de la escoba mientras sus ojos siguen el movimiento de aquellas nalgas.
“Jamás en mi vida he visto una
mujer completamente desnuda”.
Sus manos agitan nerviosas el
palo de la escoba.
–Cada noche la veo en mi
imaginación…
Deja de barrer un instante.
–…hasta agotar mis energías.
Mira para los anuncios y
carteles.
“¡Desnuda?”
Su mano traza un mismo círculo
con la bayeta sobre el cristal, abarcando sólo una pequeña parte.
“¡Ay, si pudiera verla!”
Sigue limpiando una y mil veces
el mismo sitio.
“La mayoría de la gente está
casada y sin embargo ven a esa mujer desnuda cada noche. Pero yo nunca. ¡Ay, si
la viera!
Clava la mirada en la foto de
una mujer con las piernas descubiertas.
“Al menos, en la cama, mi
imaginación se basará en una realidad”.
Se lame los labios.
“¿Por qué no?”
Vuelve a mirar la escoba que
coge con la mano izquierda. ¿Y el trabajo? Suponte que… El director pasaba cada
noche para ver qué tal iba.
“¡Bah! No quedan más que cuatro
horas. Que las descuente.
Grupos de espectadores empiezan
a entrar. Se siente animado y pasa con nerviosismo la escoba por un suelo tan
brillante que refleja las siluetas.
“¿Qué problema hay? Me compro
una entrada y entro a ver a esa mujer desnuda”.
Unos segundos.
“¿Cuántas veces voy a ver a una
mujer desnuda?”
Vestidos, muslos y nalgas pasan
ante él.
“Pero ¿cuánto me va a costar?”
Termina de decidirse y deja de
barrer.
“Que cueste lo que quiera. Por
lo menos es mejor que estar soñando noche tras noche, quedarse dormido como un
burro, agotado del trabajo y las cavilaciones. ¡Esta noche al menos la
disfrutaré!”
Dejando la escoba en una
esquina, se dirige a la taquilla. Al llegar su turno se asoma por la
ventanilla.
–La paz sea contigo.
–…
Se busca en el bolsillo antes
de preguntar al taquillero:
–¿Cuánto es?
El taquillero le mira con
asombro y le contesta con desprecio:
–Un cuarto de dinar.
“Lo que cuestan dos paquetes de
cigarrillos”, se dice a sí mismo.
–¿Cuántas entradas quieres? –se
impacienta el taquillero.
“Bah, mañana no fumo. De todas
formas perjudica la salud”, se dice.
Derrama un puñado de calderilla
equivalente al importe. El taquillero le despacha una entrada en la que ha garabateado
un número ilegible.
Se dirige a la sala. Espera
inquieto. Llega el acomodador, linterna en mano.
–Sigue la luz –y después de
unos escalones–: el tercer asiento a partir de aquí.
Se sienta y saluda al
espectador de al lado.
–La paz sea contigo.
Movimientos y voces en la gran
pantalla.
–Esto ¿es la película?
–Son anuncios, publicidad –contesta
su vecino volviéndose hacia él.
–Y ¿cuándo van a pasar la
película?
–Dentro de poco. Ten paciencia
por favor –le contesta el hombre con fastidio.
Guarda silencio durante diez
minutos y vuelve a mirarle. Quiere rogarle que le avise cuando empiece la
película, mas no se atreve a molestarle.
“Bueno”, se anima. “Ya me
enteraré de que ha empezado cuando vea a la mujer desnuda”.
Movimiento en la pantalla.
Letras, colores, voces. Se concentra en ella.
El aire acondicionado, las
luces de la pantalla, el sueño… Sus ojos y el trabajo… El cansancio.
Se sobresalta cuando siente una
mano en la espalda y oye una voz que le dice:
–Despierta, hermano. Se acabó
la película y ya ha salido todo el mundo.
Mirando al acomodador, le
pregunta apenado:
–¿Ha salido la mujer desnuda?
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