El Mundo Today

2014/04/20

Trastornado

Por Munira Al Fádhel
(Bahréin)

Al salir corriendo de casa, me persiguió la voz de mi madre:
–¡Corre! Y no vuelvas de vacío, como ayer, ¡o te mato!
Recordé lo de ayer, lo mal que me habían salido las cosas, pues no conseguí reunir más de medio dinar en los seis semáforos que había recorrido. “¿Por qué tiene que ser así?”, me preguntaba. “¿Por qué tengo que mendigar haciéndome el tonto mentecato para enternecer a la gente, si hasta los cigarrillos que algunos me dan se los fuma mi madre?”
Cuando osé preguntarle por qué no le exigía a mi padre que buscara trabajo, ella me contestó:
–¡No es tu padre, hijo de perra! Y no te metas donde no te llaman.
Él solía venir a casa, comía y dormía. Yo sé que la gente murmuraba de mi madre, pero ¿por qué?
Al principio me vi obligado, bajo su terrible amenaza, a vestir harapos andrajosos que ella sacaba de no sé dónde.
–Párate en la calle –me decía–; tiende la mano a la gente; llora y diles que tu madre está enferma y tu padre también. Se enternecerán y te darán limosna.
Pero no he podido. Me detenía en alguna esquina y tendía la mano en silencio. No he podido mentir: no tenía padre y mi madre gozaba de buena salud. Un día en que sólo conseguí doscientos céntimos, cuando volví a casa, me pegó. Nunca se me olvidará aquel día.
–¿Doscientos céntimos? –me gritó histérica– ¿Qué hago yo con eso?
De tanto llorar me quedé dormido al raso, fuera de la habitación. Cuando por la mañana me despertó el ladrido de un perro, supe que no me había llamado a dormir dentro. Todos me miraban y decían:
–Pobrecillo: su madre está loca.
Pero ¿de verdad está loca mi madre? Si era así, ¿por qué me vestía con harapos y me obligaba a representar el papel de idiota para que la gente me diera limosna? ¡Dios! ¡Quiero saberlo! Estoy harto de recibir golpes. Cuando traigo algunas monedas, las agarra con avidez y ni siquiera me pregunta si he comido algo. A la hora de cenar solía pasarme por casa de los vecinos porque sabían que estaba en ayunas y me daban algo, meneando la cabeza con lástima.
¡Corre! Tienes que moverte con agilidad, pues las luces del semáforo cambian rápidamente. Tienes que hacerlo todo deprisa. Espera la señal roja para pasar entre los coches tendiendo la mano y haciendo tus gestos de loco. Tienes que aceptar todo lo que te den, así sean colillas que te apagan en la mano, como ha ocurrido tantas veces. Yo ya no lloraba; al contrario: me reía imaginando que verdaderamente había enloquecido y ya no era como antes.
Empecé a burlarme de mi madre. Me quedaba con los cigarrillos que me regalaban, me los fumaba lejos de casa. Además le daba sólo la mitad de lo que reunía; y con el resto me compraba lo que me gustaba. Ya estoy acostumbrado a los golpes al volver a casa. Ya estoy trastornado de verdad. Es todo lo que sé.

No comments:

Post a Comment