Llevábamos una semana secuestrados en esa selva y hasta ese día no se habían metido con nosotros.
Aquella noche mi mujer se durmió pronto, pero a mí me robaba el sueño el bullicio que llegaba desde fuera de la choza; las carcajadas y los cánticos de los guerrilleros que nos mantenían retenidos y que probablemente habían recibido una partida de alcohol. Los diálogos fueron derivando a fanfarronadas obscenas y cada uno de los cuatro competía en imaginación enumerando sus hazañas sexuales. Y, ante mi sorpresa, era la única mujer del grupo armado la que más animaba con sus comentarios aquella tertulia.
Fue la primera en entrar. Sus orgullosos ojos azules brillaron en la puerta, húmedos de licor y de lujuria. Nos sacaron del catre a empellones y a mí me ataron a una silla de pies y manos, con las piernas muy separadas. Vi a los hombres, cuatro bestias de mirada sucia endurecidas por la guerra, reprimir los gritos de mi amada a bofetadas, y yo enloquecía intentando romper mis ligaduras.
La mujer, que hasta ese momento se había mantenido aparte observando la escena, ordenó a sus compañeros con un gesto que cesaran su violencia, se acercó a mí contoneando su cuerpo y me susurró:
-Tranquilo, papito. No será así como salves a tu niñita del deseo de estos puercos -comenzaba a desabrocharse la guerrera-. Te voy a hacer pasar un buen rato, mi amor, pero tú vas a tener que mantenerte calmadito.
Uno de sus pezones, negro y pequeño, brotó tembloroso entre la tela sobre un pecho redondo y perfecto que atrajo mi mirada a pesar de la situación. Se arrodilló frente a mí y mientras abría mi bragueta, clavaba en la mía su mirada obscena y se humedecía con la lengua sus carnosos labios.
-Te la voy a chupar, mi amor. Como nunca te la han mamado. Y cuando te corras en mi boca te van a temblar hasta los huesos pero... ¡ay, papito!, si lo haces, si no aguantas más y me das tu leche, le estarás dando tu mujer a mis amigos, y esos cuatro animales se emplearán a fondo con tu nenita. Así que calma, mi amor, no te me vayas a correr.
Desde el primer momento se volcó con pasión en la perversa tortura, recorriendo mi glande con su lengua, engullendo en su boca mi verga entera, mordisqueando suavemente la base, sorbiéndome entero entre sus labios, y era tal el placer que obtenía de ello y de las caricias que ella misma se proporcionaba que pronto noté en los espasmos de su boca y en sus gemidos que se estaba corriendo.
Cerré los ojos y apreté los dientes intentando contener los latigazos que recorrían mi cuerpo mientras ella seguía ordeñándome con fruición. Procuraba imaginar con nitidez la terrible y sucia escena que sucedería tras mi rendición, me ayudaba a retener la eyaculación la visión de esos cuatro gorilas arrancando las ropas de mi esposa, manoseándola todos al mismo tiempo, obligándola entre vejaciones a adoptar humillantes posturas en las que los cuatro accedieran a un hueco por donde penetrarla.
No podía más. Dirigí la mirada a mi esposa para fortalecer mi ánimo y descubrí con pavor en sus encendidos ojos, en sus labios entreabiertos, que estaba caliente como una perra en celo, excitada como yo nunca la había visto.
<< Ir a la anterior lobotomía mentirosa Tarde de fútbol>>
Aquella noche mi mujer se durmió pronto, pero a mí me robaba el sueño el bullicio que llegaba desde fuera de la choza; las carcajadas y los cánticos de los guerrilleros que nos mantenían retenidos y que probablemente habían recibido una partida de alcohol. Los diálogos fueron derivando a fanfarronadas obscenas y cada uno de los cuatro competía en imaginación enumerando sus hazañas sexuales. Y, ante mi sorpresa, era la única mujer del grupo armado la que más animaba con sus comentarios aquella tertulia.
Fue la primera en entrar. Sus orgullosos ojos azules brillaron en la puerta, húmedos de licor y de lujuria. Nos sacaron del catre a empellones y a mí me ataron a una silla de pies y manos, con las piernas muy separadas. Vi a los hombres, cuatro bestias de mirada sucia endurecidas por la guerra, reprimir los gritos de mi amada a bofetadas, y yo enloquecía intentando romper mis ligaduras.
La mujer, que hasta ese momento se había mantenido aparte observando la escena, ordenó a sus compañeros con un gesto que cesaran su violencia, se acercó a mí contoneando su cuerpo y me susurró:
-Tranquilo, papito. No será así como salves a tu niñita del deseo de estos puercos -comenzaba a desabrocharse la guerrera-. Te voy a hacer pasar un buen rato, mi amor, pero tú vas a tener que mantenerte calmadito.
Uno de sus pezones, negro y pequeño, brotó tembloroso entre la tela sobre un pecho redondo y perfecto que atrajo mi mirada a pesar de la situación. Se arrodilló frente a mí y mientras abría mi bragueta, clavaba en la mía su mirada obscena y se humedecía con la lengua sus carnosos labios.
-Te la voy a chupar, mi amor. Como nunca te la han mamado. Y cuando te corras en mi boca te van a temblar hasta los huesos pero... ¡ay, papito!, si lo haces, si no aguantas más y me das tu leche, le estarás dando tu mujer a mis amigos, y esos cuatro animales se emplearán a fondo con tu nenita. Así que calma, mi amor, no te me vayas a correr.
Desde el primer momento se volcó con pasión en la perversa tortura, recorriendo mi glande con su lengua, engullendo en su boca mi verga entera, mordisqueando suavemente la base, sorbiéndome entero entre sus labios, y era tal el placer que obtenía de ello y de las caricias que ella misma se proporcionaba que pronto noté en los espasmos de su boca y en sus gemidos que se estaba corriendo.
Cerré los ojos y apreté los dientes intentando contener los latigazos que recorrían mi cuerpo mientras ella seguía ordeñándome con fruición. Procuraba imaginar con nitidez la terrible y sucia escena que sucedería tras mi rendición, me ayudaba a retener la eyaculación la visión de esos cuatro gorilas arrancando las ropas de mi esposa, manoseándola todos al mismo tiempo, obligándola entre vejaciones a adoptar humillantes posturas en las que los cuatro accedieran a un hueco por donde penetrarla.
No podía más. Dirigí la mirada a mi esposa para fortalecer mi ánimo y descubrí con pavor en sus encendidos ojos, en sus labios entreabiertos, que estaba caliente como una perra en celo, excitada como yo nunca la había visto.
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En esa foto tiene un punto travelo que no sé si me pone. A ver, dame tiempo...
ReplyDeleteEn la versión original, la guerrillera tiene los ojos negros, y prefiere el ron al txakolí. Gala me la ha tangado. Que los bailongos santeros de la lujuriante selva colombiana se encarguen de sus traidoras ingles.
ReplyDeletePara una lobotomía que hago, casi la clavo.
ReplyDeleteDebiste cambiar también negro y pequeño por rozaceo y rozagante
ReplyDeleteNo seas puntilloso, Vulin, que estuve a punto de cambiar papito por aita, pero me arrepentí en el último segundo.
ReplyDeleteLa Tigresa huyendo a Colombia con su furor uterino, ¡ñam, ñan!, uniéndose a las FARC y pidiendo a su harén de guerrilleros que le secuestren juguetitos, ¡ñam, ñan!
ReplyDeleteSi alguien me produce la película, escribo el guión.
terrorista o guerrillera, a mí esta chica no me parece la prota de la historia. La otra sí, la casada, subida de calores y presta al despendole. Acaba el cuento cuando se ponía bueno
ReplyDelete¿Y dónde dice que la chica de la foto es la guerrillera? Para mí que es la esposa.
ReplyDeleteUna mujer da el pecho a un guerrero herido en cuya abollada armadura se leen sentencias militares escritas en latín. La hembra sonríe con malicia mientras el hombre se desangra mansamente.
ReplyDeleteÁlvaro Mutis... No sé si eso lo he leído o lo he soñado, o si he soñado que lo he leído, o si he leído que lo he soñado.
ReplyDeletePues a mi me pasó. No llevaba armadura, claro, era un accidentado en la carretera. Fue una experiencia deliciosa
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