Querido amigo:
Lamento de veras no haber podido disfrutar de un par de noches de fiesta a tu lado, pero quien manda, manda y la productora me está volviendo loco con el último guión. Crear series de dibujos animados no es tarea fácil; he de sintonizar con la mente de los niños, seducir su espíritu inquieto sin inquietar a los mayores y, al mismo tiempo, sintonizar con éstos en su aburrido empeño didáctico sin aburrir a los primeros.
Menos mal que cuento con la afortunada intervención de algún amigo que me ayuda a desasosegar la calma chicha de mi adiestrada mente de fabulador infantil con la narración de sus perversos sueños. Has de saber que acertaste de lleno, cosas del azar, y te colaste en mi último escenario literario.
Estoy trabajando en un episodio navideño plagado de casitas blancas y renos saltarines y un ejército de belles de jour han tomado al asalto el inocente paisaje nevado en el que mi mente fabulaba.
He de perdonar, no obstante, tu intromisión por el placer que obtuve leyendo tu relato. Hay en él una extraña ambivalencia de sentimientos que no sólo me resulta familiar sino que ha ocupado mi pensamiento de forma obsesiva durante unos años hasta que, por exigencias de mis quehaceres literarios, hube de pastorear a buen redil todo mi rebañito de duendes húmedos.
Me dices que no sabes qué voy a pensar de ti por confesarme tu sueño. ¿Escandalizarme? Desengáñate, no existe una línea divisoria entre mentes perversas y mentes bien pensantes, esa frontera está en cada uno, en todos sin excepción. Es la barricada interna con la que intentamos defendernos de los innombrables seres que habitan nuestras más oscuras estancias. En el sótano, maltapiado y con fisuras, todos albergamos a unas criaturas gelatinosas y encorvadas, cubiertas de un vello húmedo y eléctrico, apéndices tersos y vibrantes que se yerguen desafiantes, y hambrientos orificios musgosos y calientes con un fondo tan profundo que nos comunican con la noche de los tiempos.
Y no son hostiles, no lo son, a pesar de su aire depravado y sucio. Su repugnante aspecto es tan sólo la consecuencia de tantos años, de tantas generaciones de reclusión. ¿Qué oculto prisionero podría mantener su porte elegante en un oscuro agujero, qué parte de su anatomía o de su mente podría salvarse del deterioro de no pisar la superficie ni respirar la luz?
Nuestros privados demonios no están tan alejados de nuestros ángeles. De hecho, caminan juntos a menudo. Recuerdo la primera vez que me enamoré. Yo estaba en cuarto de EGB y ella estudiaba en la escuela femenina cercana a la mía. Era tan bonita… rubia, de ojos azules y cuerpo de niña aún. Mi amor era platónico y perfecto, no imaginaba nada que pudiera mejorar el placer de seguirla de lejos cuando salía de clase, pisar sus pasos e imaginar una limpia familia a su lado.
Una tarde, en la oscuridad del cine de la catequesis, oí a alguien quejarse en la fila detrás de la mía. Me volví para descubrir que era mi ángel, entre dos macarrillas del barrio con las manos bajo sus bragas.
Al volverme, ella cruzó su vista con la mía. Tenía los ojos entreabiertos y húmedos, y su lengua asomaba en un extremo de sus labios. Era la primera vez que me miraba.
Muchas veces me masturbé llorando mientras pensaba en esta escena, experimentando un placer cercano al masoquismo. Esta sensación se grabó tan hondo en mi cerebro que, cada vez que he vivido, o me han contado, o he leído o he visto en el cine una historia, me ha provocado un efecto similar, lo he atesorado en mi memoria como una joyita.
Supongo que los psicólogos le habrán puesto nombre a este tipo de sensaciones; pero yo las llamo lobotomías porque me parece que esta palabra es la que mejor expresa ese estallido que se produce en la mente cuando chocan y se mezclan en ella lo placentero con lo desagradable, la sacudida que sufrimos cuando nos aguijonean ese tumor mental, ese amasijo de monstruos tumefactos.
Como ves, no eres una rara avis, yo creo que todas las personas han sentido alguna vez ese placer malsano; el horror, el dolor y lo monstruoso, como el pecado, suscitan una extraña fascinación.
Durante un buen tiempo he dejado apartada mi colección de perversiones lobotómicas por su incompatibilidad con los relatos infantiles que he de generar cada día y en los que provocan ciertas interferencias inapropiadas para la moral de los padres de mis pequeños clientes, pero estoy dispuesto a tomarme unas breves vacaciones si tú, buen amigo, me proporcionas material fresco. Uno se cansa de comer siempre en casa, y estoy convencido de que tu despensa esconde buenas viandas.
A cambio te ofrezco un paseo por los oscuros rincones de mi dulce matadero personal. Tengo colgadas a secar unas cuantas piezas que seguro serán de tu gusto.
Quedo a la espera de tus noticias.
JC
Lamento de veras no haber podido disfrutar de un par de noches de fiesta a tu lado, pero quien manda, manda y la productora me está volviendo loco con el último guión. Crear series de dibujos animados no es tarea fácil; he de sintonizar con la mente de los niños, seducir su espíritu inquieto sin inquietar a los mayores y, al mismo tiempo, sintonizar con éstos en su aburrido empeño didáctico sin aburrir a los primeros.
Menos mal que cuento con la afortunada intervención de algún amigo que me ayuda a desasosegar la calma chicha de mi adiestrada mente de fabulador infantil con la narración de sus perversos sueños. Has de saber que acertaste de lleno, cosas del azar, y te colaste en mi último escenario literario.
Estoy trabajando en un episodio navideño plagado de casitas blancas y renos saltarines y un ejército de belles de jour han tomado al asalto el inocente paisaje nevado en el que mi mente fabulaba.
He de perdonar, no obstante, tu intromisión por el placer que obtuve leyendo tu relato. Hay en él una extraña ambivalencia de sentimientos que no sólo me resulta familiar sino que ha ocupado mi pensamiento de forma obsesiva durante unos años hasta que, por exigencias de mis quehaceres literarios, hube de pastorear a buen redil todo mi rebañito de duendes húmedos.
Me dices que no sabes qué voy a pensar de ti por confesarme tu sueño. ¿Escandalizarme? Desengáñate, no existe una línea divisoria entre mentes perversas y mentes bien pensantes, esa frontera está en cada uno, en todos sin excepción. Es la barricada interna con la que intentamos defendernos de los innombrables seres que habitan nuestras más oscuras estancias. En el sótano, maltapiado y con fisuras, todos albergamos a unas criaturas gelatinosas y encorvadas, cubiertas de un vello húmedo y eléctrico, apéndices tersos y vibrantes que se yerguen desafiantes, y hambrientos orificios musgosos y calientes con un fondo tan profundo que nos comunican con la noche de los tiempos.
Y no son hostiles, no lo son, a pesar de su aire depravado y sucio. Su repugnante aspecto es tan sólo la consecuencia de tantos años, de tantas generaciones de reclusión. ¿Qué oculto prisionero podría mantener su porte elegante en un oscuro agujero, qué parte de su anatomía o de su mente podría salvarse del deterioro de no pisar la superficie ni respirar la luz?
Nuestros privados demonios no están tan alejados de nuestros ángeles. De hecho, caminan juntos a menudo. Recuerdo la primera vez que me enamoré. Yo estaba en cuarto de EGB y ella estudiaba en la escuela femenina cercana a la mía. Era tan bonita… rubia, de ojos azules y cuerpo de niña aún. Mi amor era platónico y perfecto, no imaginaba nada que pudiera mejorar el placer de seguirla de lejos cuando salía de clase, pisar sus pasos e imaginar una limpia familia a su lado.
Una tarde, en la oscuridad del cine de la catequesis, oí a alguien quejarse en la fila detrás de la mía. Me volví para descubrir que era mi ángel, entre dos macarrillas del barrio con las manos bajo sus bragas.
Al volverme, ella cruzó su vista con la mía. Tenía los ojos entreabiertos y húmedos, y su lengua asomaba en un extremo de sus labios. Era la primera vez que me miraba.
Muchas veces me masturbé llorando mientras pensaba en esta escena, experimentando un placer cercano al masoquismo. Esta sensación se grabó tan hondo en mi cerebro que, cada vez que he vivido, o me han contado, o he leído o he visto en el cine una historia, me ha provocado un efecto similar, lo he atesorado en mi memoria como una joyita.
Supongo que los psicólogos le habrán puesto nombre a este tipo de sensaciones; pero yo las llamo lobotomías porque me parece que esta palabra es la que mejor expresa ese estallido que se produce en la mente cuando chocan y se mezclan en ella lo placentero con lo desagradable, la sacudida que sufrimos cuando nos aguijonean ese tumor mental, ese amasijo de monstruos tumefactos.
Como ves, no eres una rara avis, yo creo que todas las personas han sentido alguna vez ese placer malsano; el horror, el dolor y lo monstruoso, como el pecado, suscitan una extraña fascinación.
Durante un buen tiempo he dejado apartada mi colección de perversiones lobotómicas por su incompatibilidad con los relatos infantiles que he de generar cada día y en los que provocan ciertas interferencias inapropiadas para la moral de los padres de mis pequeños clientes, pero estoy dispuesto a tomarme unas breves vacaciones si tú, buen amigo, me proporcionas material fresco. Uno se cansa de comer siempre en casa, y estoy convencido de que tu despensa esconde buenas viandas.
A cambio te ofrezco un paseo por los oscuros rincones de mi dulce matadero personal. Tengo colgadas a secar unas cuantas piezas que seguro serán de tu gusto.
Quedo a la espera de tus noticias.
JC
Love the cynicism...
ReplyDeleteI don't see it as cynical. It's a rather candid confession of the demons that haunt Gala Vulin.
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