El Mundo Today

2011/09/05

Beatriz y la espuma

La mayor de mis obsesiones sexuales, la escena que más veces se repite en mis fantasías la protagoniza una antigua compañera de trabajo en una productora en la que estuve hace unos años. Su nombre era Beatriz.

Era alta y esbelta, con una figura no perfecta, pero sí impactante. Una de esas mujeres que al principio te choca, cuando te fijas más te decepciona y cuando insistes en la observación descubres que tiene mucho que lucir.

Su culo era tal vez un poco pequeño, no del todo armónico con la bella espalda que exhibía con sus audaces escotes traseros pero, eso sí, respingón y travieso, dotado de ese movimiento de escolapia inquieta que delata su presencia justo cuando se va.

La cintura era delgada pero algo sosa de curvas, y no habría llamado la atención de nadie de no ser por su función de enlace con los pechos más soberbios que en mi vida he contemplado; dos melones enhiestos con el botón justo en lo alto, temblorosos y altivos, siempre inquietantes bajo la gasa de las leves camisas con las que se atrevía a lucirlos sin el sujetador que, por la edad y el tamaño, parecería prenda necesaria. Esas increíbles tetas pasaban ya de la treintena y habían amamantado a dos hijos, pero se resistían a rendir su turgencia y se mantenían dulcemente erguidas en su potencia, majestuoso y vibrante altar de mi lujuria.

Destacando bajo su rizada melena, los enormes ojos negros de Beatriz se fijaron en mí desde el primer día y no hubo jornada laboral en la que su dueña no me obsequiara con algún comentario, dulces e inocentes flirteos con trastienda húmeda y caliente.

Pronto me rendí al encanto de aquel cuadrilátero mágico delimitado por sus ojos y sus tetas y, poniéndome a sus pies, le declaré mis honrosas intenciones de comérmela enterita. Ella me confesó que no existía nada que deseara más, pero que su fidelidad, no tanto a su figura de esposa como a la de madre, nos impedía mayor acercamiento.

Insistí, cortejé, imploré, pero nada me valió.

Desde entonces la imagen de aquellos dos tiernos infantes a los que nunca vi constriñó mi mente como un cilicio, y se afianzó de tal manera en mi pensamiento, como valladar a mi deseo, que pasaron a formar parte activa de mis más recurrentes fantasías onanistas.

Te cuento una. Se desarrolla en la cocina de Beatriz.

Ella friega los platos de espaldas a mí, con las manos sumergidas en la espuma del detergente. Lleva forradas sus piernas con unas mallas y la cintura liberada de una cortísima camiseta que encabrita su tieso pecho.

Los dos niños, sentaditos en dos sillas altas, engullen papilla y observan cómo yo me acerco a su madre por detrás y dejo posar suavemente mis manos en su cintura. Ella sigue fregando mientras acaricio su ombligo; los nenes comen. Conforme mis manos dulcemente trepan por la piel, la espuma del fregadero crece, la papilla bulle.

Alcanzo por fin mi meta y las yemas de mis dedos rozan los pezones, que se enervan al compás de la espuma. La madre se retuerce, gime temblores en sus tetas y yo, ya imparable, las poseo a manos llenas.

El fregadero rebosa de espuma, Beatriz se corre como una loca entre mis manos y los niños nos lanzan cucharadas de papilla mientras yo eyaculo.


<< Catarro infantil       Reto nº 3>>

1 comment:

  1. Mis hijos ya crecieron y mi cuadrilátero conserva su magia.
    Por vajilla no va a ser. ¿Cuándo quedamos?

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