El Mundo Today

2011/08/27

Reto n.º 2

Lee esta cita de Céline:
Lo único terrible en nosotros y en la tierra y en el cielo acaso es lo que aún no se ha dicho. No estaremos tranquilos hasta que no hayamos dicho todo, de una vez por todas, entonces quedaremos en silencio por fin y no tendremos miedo a callar. Listo.

¿Estás de acuerdo? ¿Sí?
Entonces confiésame tu mayor secreto: ese recuerdo o fantasía que nunca te has atrevido a contarle a nadie.


<< Los libros          Catarro infantil >>

2011/08/26

A City Corner

At a busy business corner


In a hectic city


I sat and observed.


On the street I observed the yellow


Chris-cross patterns where cars don’t stop


And people dangerously rush across


As I continually observed and cars swerved.


A suited man with pink tie crossed as I could imagine


The jeep to match his tie. He rushed across with mobile


Attached to his middle ear and his lap top weighing


Him down. Alone he was running over the dead yellow


Chris-cross patterns resembling his soul, unnoticed,


Never exposed in living colour as we all rush to


Desire’s meeting place far away.


Straight in front of me was a telephone kiosk that said


Pay by coins or card. A heart walks never to stay


Or lay as a rock as lard drips off a rich man and


The poor man stares back like a skeleton trapped in


His bones. We’re all displaying a fever about nothing


As the soul unnoticed tries to find its way, always


Asking for something to say in the bend and wind


Of our life’s inhaling traffic and the wailing price


We have to pay to walk, run and talk


With our fellow man.


2011/08/23

Los libros

Te advertí que mi fetiche era un tanto extravagante, júzgalo tú mismo: me excitan los libros o, para ser más exactos, el olor de los libros nuevos.
Mi fijación parte de una escena que contemplé a mis ocho añitos. Sucedió a comienzos de curso, acababan de llegar los libros de texto nuevos y la maestra nos pidió a varios niños que la acompañáramos al almacén para ayudarla a distribuirlos por asignaturas. Mientras realizábamos la tarea, envueltos en el tufillo a pegamento que desprendían los libros, la maestra se subió a una escalera y pude verle las bragas; pero lo que de veras me impresionó fue esa masa oscura que se adivinaba tras la tela y esos pelillos que se escapaban por los bordes. Yo no sabía que las mujeres tenían pelos en la pocheta y ese descubrimiento me produjo tanta excitación como desagrado.

Desde aquel día, el olor de los libros nuevos es la llave que abre el cajón de mi memoria en que guardo ese recuerdo, y su apertura me produce siempre unas vibraciones muy turbadoras en el perineo.
Hasta el momento, mi pequeña perversión bibliófila no me ha inducido a cometer ninguna tontería (que haya estudiado Filología no es consecuencia de ese fetichismo sino más bien de mi propensión a la necrofilia), salvo la de comprarme algunos libros que no me interesan nada sólo porque desprenden un intenso olor.

Por ahora no me ha dado por endilgársela a ningún libro por el cajo, pero no desespero; he notado que con la edad, que cancera todos los sentimientos, mi perversión está mutando y ha adquirido matices nuevos.
Un ejemplo. Hace unas semanas, mientras ordenaba mi biblioteca, se me cayeron varios libros al suelo. Cuando fui a recogerlos, observé que dos de ellos habían quedado en una postura bastante erótica, con sus páginas entrelazadas como si estuvieran abrazándose. Uno era El coño de Irene, de Louis Aragon y el otro, Camino, de Josemaría Escrivá. Esta coincidencia me hizo mucha gracia y me inspiró un juego que inmediatamente puse en práctica: reproducir las posturas del Kamasutra utilizando parejas de libros complementarios, tales como: El capital, de Marx y El necrófilo, de Wittkup; Dos agujeros, de Jameson y El amante bilingüe, de Marsé; El bajel de las vaginas voraginosas, de Bras y Las once mil vergas, de Apollinaire.
Este entretenimiento nos produjo mucho gustirrinín, a mi hermanito calvo y a mí.

Sé que a estas alturas de mi narración pensarás que te estoy tomando el pelo, pero tengo un documento que certifica la veracidad de mi historia: acabo de escribir un cuento erótico para libros. ¿Quién sino un fetichista de mi calaña podría crear un engendro semejante?
Te lo envío para que veas que no te he mentido।






Cuento erótico para libros



Hasta que la conocí, mi vida era más aburrida que un diccionario de rimas; no se imaginan lo triste que puede ser la existencia para un refranero español residente en una biblioteca pública। Mis días transcurrían en un anaquel de la sección de etnografía, flanqueado por Manu y por Flor: un manual de tradiciones populares y una floresta de frases proverbiales. Eran dos buenos chicos, pero esta clase de compañeros no podían satisfacer los anhelos de alguien que lleva escrito en su interior: “Más vale un día de amores que estudiar cien años entre doctores”. Yo ansiaba intimar con un bello ejemplar de piel suave o con uno de esos sonrientes volúmenes de cubierta rosa.
Y, por fin, un día mi sueño se cumplió; un chico de gafitas redondas y pelo revuelto me sacó junto con una antología de la literatura española. Era un ejemplar precioso. Cuando la vi, casi pierdo los papeles. Estaba encuadernada en piel carmesí jaspeada con cuatro nervios y tenía el lomo estampado en oro y los tejuelos verdes. ¡Por Gutenberg que en mi vida había visto unos tejuelos tan bellos!
No me podía creer que esa maravilla bibliográfica estuviera junto a mí en la penumbra de una mochila. “Ocasión perdida, ocasión ida”, pensé. Así que compuse un poco mis páginas y me presenté:
-Hola, me llamo Refranero popular español, ¿y tú?
-Antología de la literatura española.
-Encantado de conocerte -le dije besándole la portada.
Su olor a ejemplar joven, recién salido de la imprenta, me produjo un cosquilleo en el prefacio e hizo que mi timidez desapareciera ante la fuerza de mis instintos. “Amor que no es algo loco, logrará poco”, me dije, y le abrí mis páginas de par en par por el capítulo dedicado al amor.
-Gran hechizo es el amor, no lo hay mayor -le dije- y desde que te he visto estoy hechizado por ti. Estoy enfermo y sólo tú me puedes curar, porque la llaga del amor sólo la cura quien la causó.
La antología se quedó tapiabierta. Cuando se repuso de la sorpresa, me dijo:
-¡Ah! Callad, por compasión;
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece
y se me arde el corazón.
Esta negativa me pareció una invitación. Me abalancé sobre ella, la estreché entre mis cubiertas y comencé a encuadernarla con besos. Ella se entregó, con las hojas temblorosas musitó:
-Déjame acariciarte lentamente
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad un continuarte
de ti mismo a ti mismo extensamente.
Lentamente le introduje extensamente el índice en el prólogo mientras ella me acariciaba el apéndice con su epílogo.
-¿Quieres que practiquemos la poesía oral? -me preguntó.
-La tradición oral es mi especialidad, florilegio mío, -le respondí.
Nos abrimos por la página 69 y disfrutamos de nuestro conocimiento de la lengua.
-¡Viva la lengua española! -exclamó fuera de sí, y añadió: ¡Échame un polvo!
Estas palabras erizaron mis guardas. Nada me excita más que un toque de vulgaridad en un libro refinado. La antología se dio cuenta de su abandono y puntualizó:
-Polvo será, mas polvo enamorado.
Me abrí por la introducción y extraje mi guía de lectura completamente enhiesta. Ella se quedó extasiada ante su tamaño, acariciándomela golosamente ronroneó:
-¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
-El caballo grande, ande o no ande -repuse.
Le interpolé la guía entre un opúsculo y un soneto con estrambote y cabalgué con brío sobre su lomo. Ella intentó calmarme:
-Detente, amor. No infundas ese aliento
tan rápido a las brisas. Aminora
un poco el paso. Da a tu movimiento
un nuevo ritmo ahora.
-Ya sé que pasito a pasito se va lejitos, pero es que estoy como un libro de motos -me excusé, y apenas pronuncié estas palabras, mi tinta se corrió।
-Lo bueno, si breve, dos veces bueno -dijo para tranquilizarme.
-Compréndelo, a gran subida, gran descendida; pero no te preocupes, que quien no cae no se levanta.
Mi guía se encabritó de nuevo y volví a interfoliarla. Esta vez nos compaginamos perfectamente. Ella susurraba:
-¡Qué bien cubres mis ámbitos! Sus muros
¡cómo me los ensanchas y los llenas!
¡Qué pleamar, qué viento acompasados!
La interfoliación fue apoteósica: nos plegamos, nos enlomamos, nos trashojamos, nos paginamos, nos encolamos y finalmente, desparramamos nuestros engrudos a la vez.
Exhaustos, nos tendimos boca arriba y permanecimos en silencio durante lago rato.
-Me gustas cuando callas porque estás como ausente -le dije.
-En boca cerrada no entran moscas -respondió.
Y es que dos que duermen en el mismo colchón terminan siendo de la misma condición।
Nueve meses después tuvimos una antología de la literatura popular que, por suerte, no era incunable.
<< Heidi           Reto nº 2 >>

2011/08/21

Heidi

Pues sí, lo has adivinado: tengo un fetiche oculto.
Te voy a contar una historia que he sufrido y gozado en mi propia carne. Es tan increíble que nunca se la he contado a nadie por temor a que piensen lo mismo que tú cuando acabes de leerla: que soy un embustero; pero te doy mi palabra de que es completamente cierta. Vamos, que te lo juro por Santa Heidi del Tirol y por la Virgen del Carmen, que son para mí lo más sagrado.
Ahí va.

Cuando yo tenía seis años, las calcomanías estaban tan de moda que prácticamente no había marca de chicle, frutos secos o pastelitos que no incluyera alguna como regalo. Los niños de entonces parecíamos yakuzas de tantas como llevábamos en el cuerpo.
Un domingo por la tarde, me compré un pastelito para merendar y dentro de la bolsa me encontré una calcomanía de Heidi. Mientras pensaba dónde colocármela, me entraron ganas de hacer pipí y entonces se me ocurrió la peregrina idea de pegármela en la colilla. Tal y como lo pensé lo hice: comencé a ensalivarme el pitilín, que con el masajillo se convirtió en pitilón, y me tatué la dulce Heidi en la tersa piel de mi falete erecto. Pero todo lo que sube baja; el pepinillo se puso lacio y el rostro de mi ídolo se llenó de arrugas, envejeciendo ochenta años en pocos segundos.
Tal fue mi terror al ver su cuerpecito menguante aprisionado entre pellejillos, que decidí resucitarlo a golpe de manubrio.
Entonces observé un fenómeno curioso: gracias al movimiento de unos pliegues estratégicamente situados, Heidi parecía guiñarme un ojo y sonreírme maliciosamente. Esto hizo que proyectara hacia la figura de la niña esa picazón tan agradable que hasta aquel momento era producida por razones puramente mecánicas. En ese instante, descubrí el erotismo y, unos minutos después, me corrí (en seco, claro) por primera vez. Sorprendido por la catarata de sensaciones que acababa de descubrir, me escondí en un edificio en obras y estuve toda la tarde dale que te pego, experimentando.
Desde ese día, Heidi quedó indisolublemente unida en mi mente con el sexo. Me bastaba ver su imagen para que mi pene alzara su cabecita, como Niebla al oír la voz de su ama.
Pasaron los años y la pequeña tirolesa continuó siendo la musa inspiradora de mis sueños eróticos. El asunto puede parecer hasta cómico; pero, a partir de los quince años, adquirió un cariz dramático para mí. A esa edad, por razones que sería largo explicar, ingresé en un seminario para estudiar bachillerato y con la intención de convertirme en sacerdote.
No hay ducha fría, ni amenaza del infierno, ni sentimiento de culpa capaces de doblegar el ímpetu de una picha de quince años, y, cuando mi cabeza pequeña se llenaba de sangre, mi cabeza grande se llenaba de Heidi. Jamás me atreví a decirle al confesor mi pecadillo; si masturbarme ya me causaba bastante vergüenza, me resultaba imposible confesar que lo hacía pensando en un dibujo animado que, además, era una niña. En consecuencia, todas las veces que comulgué lo hice en pecado mortal y, por lo tanto, cometiendo sacrilegio.
Me sentía como un pecador infecto irremediablemente condenado al infierno y tan impuro que me parecía que profanaba los objetos sagrados cuando los tocaba. ¡Si hasta me daba vergüenza mirarle a los ojos a Cristo crucificado! Pero lo peor aún estaba por llegar.
Durante la temporada de comuniones me encargaron que fuera a la Catedral de la Redonda a echar una mano. Al pasar frente a uno de los altares laterales, vi una escultura de la Virgen del Carmen que me dejó sobrecogido por la belleza de su rostro, pero sobre todo por su pose deliciosamente provocativa, con el cuerpo arqueado, el pubis adelantado y las manos abiertas, como diciendo: “Ven, tómame”. Tuve una erección instantánea, la más rápida que recuerdo haber tenido en mi vida.
Me alejé de allí tratando de olvidar lo ocurrido y pensando que el artista había esculpido la talla influido por Satanás; pero mi inconsciente, otro esbirro de Lucifer, no lo olvidó. Mezcló recuerdos, añadió obsesiones, las agitó bien y esa noche me sirvió en mis sueños un cóctel infernal.
Soñé que me estaba poniendo un preservativo que tenía dibujada la imagen de la Virgen del Carmen; pero me lo puse al revés y la imagen quedó grabada en mi pene.
En la siguiente escena de mi sueño, yo era un sacerdote que estaba oficiando la primera comunión a cinco heidis vestidas al efecto. Por una abertura de mi casulla sobresalía, espléndido, mi pene erecto con la figura de María tatuado en él. Las heidis, por turno, se arrodillaban frente a mí y, a modo de Eucaristía, me daban unos lametones en el glande.
Al igual que las sacerdotisas paganas tenían la obligación de mantener encendido el fuego sagrado, la misión de estas pequeñas parecía ser mantener vivo el ardor de mi verga para que la imagen sagrada no se marchitara.
Alcé la vista y vi a la Virgen del Carmen sobre su pedestal, con la túnica levantada, ofreciéndome su sexo apenas cubierto por una minibraguita blanca y transparente. En ese momento, me desperté con una erección de caballo, me masturbé imaginándome que mis cinco dedos eran las heidis y, después de eyacular, tomé la decisión irrevocable de abandonar el seminario.
Todavía pasé una temporada llena de remordimientos y de comeduras de coco; pero, finalmente, acabé reconciliándome conmigo mismo, e incluso he sabido sacar partido de mis obsesiones. Tuve una novia austriaca que en cada orgasmo me obsequiaba lanzando al aire el grito tirolés y, como sabes, trabajo en una productora de dibujos animados.


Ver el reto nº 1
Los libros

2011/08/19

Rioja



In white flashes


you live the Rioja dream.


Well past a sunbeam


you feel the pull, the shock


as a bull pierces your skin.


Within you feel its blood,


under a hood you touch every grape,


try to give it a name in its natural shape


and you then eat a meal with a thought you can't feel.


Eels swim in the rivers of your body


to close the dream permanently for one moment


and you wake up in morning with the scent


of a head you can't heal.


THAT'S BLOOD AS IT LEAVES YOUR BODY


2011/08/17

A Sea Anemone and I in a bar in Germany

Look over there

at that corner of the ocean!

We tried to name it:

We classified it in Phylum Oceania

or some shit like that.


Now I wonder did that

sea anemone over in the corner, cares

or bothered to even see me.


Under his blue ozone stealth

over urban wealth I heard a call.

It wasn't lreland! There was no "last orders".

We were in Bavaria looking for the ocean I think.

I said to myself I would drink to this sea anemone's

health.


I raised my glass

and cheerfully voiced out: "PROST!!!"


There was a long silence in the bar.

Mind! I was Irish and rather drunk.

Norm from Cheers would be proud

but not as loud.


At last he answered.

It was awful.


Red faced and vexed he shouted: "FUCK OFF!!!!"

If I was sober and my friends on earth were not over fishing cod
I'd understand why.

2011/08/15

Reto n.º 1

De las múltiples caras del erotismo, una de las que más me cautiva es el fetichismo. Me fascina el hecho de que las personas, que somos amos absolutos de las cosas, de pronto nos sintamos subyugados por un objeto o imagen hasta el punto de que nos excite tanto o más que el cuerpo de otra persona.

¿Tienes algún fetiche? Seguro que sí, pillín. Pues me lo vas a tener que contar, porque el primer reto consiste en que revelemos nuestros fetiches predilectos y, además, con toda suerte de detalles: describiendo sus características, posible origen, tonterías que hemos cometido por su culpa…
No temas hacer el ridículo al desvelármelo; te aseguro que por muy extravagante que sea tu fetiche, el mío lo es mucho más. Ya verás...


LoboTOMASízate de vuelta al post anterior
Reto Nº 1 ACEPTADO
 

Lobotomías 3

Retorcido amigo:
Tu historia del sandwich de macarrillas con golfilla en su jugo me ha estremecido. Esa mirada húmeda, esa lengua asomando por el extremo de los labios, esa tocata para órgano a dos manos, ese infante sufriente consiguieron lobotomizarme; sentí el fogonazo mental del que me hablabas. La historia estalló junto a la cárcel cerebral donde tengo encerrados a mis demonios y consiguió abrir una brecha en sus muros. Por ella se escaparon algunos de los prisioneros, que parrandearon por mi mente refocilando a unas neuronas y fustigando a otras, y esto me gustó.
Me parece una excelente idea la de que te tomes un descanso de tanto cuentito de niños, por teléfono tu voz estaba empezando a parecerse a la de esa presentadora de programas infantiles.
Por otra parte, tu invitación me place. No te equivocas, a pesar de que nunca te lo había comentado: mi despensa mental bulle morbosamente, la divina Deneuve no está sola.
¿Quieres vicio? Pues juguemos. Excavemos en el vertedero de nuestros cerebros, en esa zona recóndita y fangosa donde arrojamos las obsesiones ocultas, las miserias, los recuerdos dolorosos, las insatisfacciones, los vómitos que nos han producido nuestros más íntimos apetitos y nuestros delirios masturbatorios. Reciclemos ese material para fabricar bombas mentales: historias que resquebrajen las paredes de la cárcel cerebral del otro para que se escapen los demonios que están encerrados en ella.
En esta labor de demolición nos puede ayudar saber que todo lo que seamos capaces de imaginar ya ha sucedido alguna vez. No me cabe la menor duda de que entre los miles de millones de personas de toda calaña que han habitado sobre la tierra, en algún lugar del mundo y en algún momento de la historia alguna de ellas ha realizado alguna vez cualquier acto que podamos imaginar, por monstruoso y extravagante que nos parezca.
Mas, si nos ponemos a jugar, que sea en serio. Todo vale. Y vale más si se adentra en el terreno de lo transgresor, lo prohibido y lo incorrecto. Y como todos los juegos necesitan una tirada, las tiradas del nuestro serán los retos: cada uno podrá retar al otro a escribir sobre cualquier tema. El retado y el retador deberán escribir sobre dicho tema y todos los retos serán aceptados.
En este viaje que vamos a emprender al rincón oscuro de nuestro jardín, los retos serán el punto de partida y las estaciones.
Sí señor, me gusta el juego. El cerebro es uno de mis dos juguetes corporales preferidos y me gusta jugar en pareja con ellos. Ya he organizado una división de neuronas zapadoras y un comando de neuronas subversivas e incluso he reclutado para la causa a un par de espermatozoides cosmopolitas que vagaban por mi cerebelo. Cuando hayan fabricado las primeras bombas, las lanzaré sobre tu república de neuronas. Espero tener buena puntería y que sus explosiones te duelan dulcemente en lo más íntimo.
Y como estoy de mano, abro la partida: muevo ficha y te mando el primer reto.
Un abrazo.


F.

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2011/08/10

Lobotomías 2

Querido amigo:
Lamento de veras no haber podido disfrutar de un par de noches de fiesta a tu lado, pero quien manda, manda y la productora me está volviendo loco con el último guión. Crear series de dibujos animados no es tarea fácil; he de sintonizar con la mente de los niños, seducir su espíritu inquieto sin inquietar a los mayores y, al mismo tiempo, sintonizar con éstos en su aburrido empeño didáctico sin aburrir a los primeros.
Menos mal que cuento con la afortunada intervención de algún amigo que me ayuda a desasosegar la calma chicha de mi adiestrada mente de fabulador infantil con la narración de sus perversos sueños. Has de saber que acertaste de lleno, cosas del azar, y te colaste en mi último escenario literario.
Estoy trabajando en un episodio navideño plagado de casitas blancas y renos saltarines y un ejército de belles de jour han tomado al asalto el inocente paisaje nevado en el que mi mente fabulaba.
He de perdonar, no obstante, tu intromisión por el placer que obtuve leyendo tu relato. Hay en él una extraña ambivalencia de sentimientos que no sólo me resulta familiar sino que ha ocupado mi pensamiento de forma obsesiva durante unos años hasta que, por exigencias de mis quehaceres literarios, hube de pastorear a buen redil todo mi rebañito de duendes húmedos.
Me dices que no sabes qué voy a pensar de ti por confesarme tu sueño. ¿Escandalizarme? Desengáñate, no existe una línea divisoria entre mentes perversas y mentes bien pensantes, esa frontera está en cada uno, en todos sin excepción. Es la barricada interna con la que intentamos defendernos de los innombrables seres que habitan nuestras más oscuras estancias. En el sótano, maltapiado y con fisuras, todos albergamos a unas criaturas gelatinosas y encorvadas, cubiertas de un vello húmedo y eléctrico, apéndices tersos y vibrantes que se yerguen desafiantes, y hambrientos orificios musgosos y calientes con un fondo tan profundo que nos comunican con la noche de los tiempos.
Y no son hostiles, no lo son, a pesar de su aire depravado y sucio. Su repugnante aspecto es tan sólo la consecuencia de tantos años, de tantas generaciones de reclusión. ¿Qué oculto prisionero podría mantener su porte elegante en un oscuro agujero, qué parte de su anatomía o de su mente podría salvarse del deterioro de no pisar la superficie ni respirar la luz?
Nuestros privados demonios no están tan alejados de nuestros ángeles. De hecho, caminan juntos a menudo. Recuerdo la primera vez que me enamoré. Yo estaba en cuarto de EGB y ella estudiaba en la escuela femenina cercana a la mía. Era tan bonita… rubia, de ojos azules y cuerpo de niña aún. Mi amor era platónico y perfecto, no imaginaba nada que pudiera mejorar el placer de seguirla de lejos cuando salía de clase, pisar sus pasos e imaginar una limpia familia a su lado.
Una tarde, en la oscuridad del cine de la catequesis, oí a alguien quejarse en la fila detrás de la mía. Me volví para descubrir que era mi ángel, entre dos macarrillas del barrio con las manos bajo sus bragas.
Al volverme, ella cruzó su vista con la mía. Tenía los ojos entreabiertos y húmedos, y su lengua asomaba en un extremo de sus labios. Era la primera vez que me miraba.
Muchas veces me masturbé llorando mientras pensaba en esta escena, experimentando un placer cercano al masoquismo. Esta sensación se grabó tan hondo en mi cerebro que, cada vez que he vivido, o me han contado, o he leído o he visto en el cine una historia, me ha provocado un efecto similar, lo he atesorado en mi memoria como una joyita.
Supongo que los psicólogos le habrán puesto nombre a este tipo de sensaciones; pero yo las llamo lobotomías porque me parece que esta palabra es la que mejor expresa ese estallido que se produce en la mente cuando chocan y se mezclan en ella lo placentero con lo desagradable, la sacudida que sufrimos cuando nos aguijonean ese tumor mental, ese amasijo de monstruos tumefactos.
Como ves, no eres una rara avis, yo creo que todas las personas han sentido alguna vez ese placer malsano; el horror, el dolor y lo monstruoso, como el pecado, suscitan una extraña fascinación.
Durante un buen tiempo he dejado apartada mi colección de perversiones lobotómicas por su incompatibilidad con los relatos infantiles que he de generar cada día y en los que provocan ciertas interferencias inapropiadas para la moral de los padres de mis pequeños clientes, pero estoy dispuesto a tomarme unas breves vacaciones si tú, buen amigo, me proporcionas material fresco. Uno se cansa de comer siempre en casa, y estoy convencido de que tu despensa esconde buenas viandas.
A cambio te ofrezco un paseo por los oscuros rincones de mi dulce matadero personal. Tengo colgadas a secar unas cuantas piezas que seguro serán de tu gusto.
Quedo a la espera de tus noticias.
JC



2011/08/09

Ab chao, ordo: Heráclito de Éfeso (c. 535 - c. 484 a. de C.): fragmentos




El más bello Universo es sólo un montón de desperdicios reunidos al azar

El Todo es divisible e indivisible, engendrado y no engendrado, mortal e inmortal, palabra eterna, padre, hijo, dios justo

Este mundo, el mismo para todos los seres, no fue creado por hombres ni por dioses, sino que fue, es y será fuego siemprevivo, que se enciende con medida y se apaga con medida

Juntad lo que es completo con lo incompleto, lo concordante con lo discordante, la armonía con la disonancia: de todas las cosas una y de una todas las cosas

Hay que escuchar, aun cuando no se sepa de qué hablar

El nombre de Zeus admite y no admite proclamarse como única sabiduría

Para las almas morir es trocarse en agua; para el agua morir es trocarse en tierra; sin embargo el agua llega a ser de la tierra; y el alma, del agua

Cuando un hombre se embriaga, titubea y se deja conducir por un niño sin saber adónde va, es porque tiene el alma húmeda

De perros es ladrar a quien no se conoce

¿Días buenos? ¿Días malos? La naturaleza de los días es una sola

La mucha erudición no enseña la sabiduría; de otro modo se la habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras, y a su vez a Jenófanes y Hecateo [...] pues una sola cosa es la sabiduría: conocer la Inteligencia que gobierna todas las cosas a través de todas las cosas

Es preciso seguir lo común, pero siendo la Inteligencia toda una sola, muchos se comportan como si tuvieran la suya particular

Pues no existe un carácter humano, el verdadero carácter es divino

Un necio suele entusiasmarse con cualquier cosa que se le diga

Los efesios harían mejor ahorcándose todos y dejando la ciudad a los jóvenes, por haber expulsado a Hermodoro, el más útil de entre ellos, diciendo: "Si hay alguien entre nosotros que sea mejor, séalo en otra parte y entre otros"

Más vale apagar el orgullo que un incendio

Es necesario que el Pueblo defienda sus leyes con el mismo ahínco que pondría en la defensa de sus murallas

El pensamiento es una enfermedad sagrada; y la vista, un engaño

Es mejor ocultar la ignorancia, pero si se está embriagado es difícil

En los mismos ríos nos bañamos y no nos bañamos, somos y no somos

La eternidad es un niño que juega a los dados, su reinado es propio de un niño

En la rueca de hilar el camino recto y el curvo son uno y el mismo; el camino hacia arriba es el mismo que el camino hacia abajo

El fuego vive la muerte de la tierra, el aire vive la muerte del fuego, el agua vive la muerte del aire; y la tierra, la del agua

Al cambiar, [el fuego] descansa

El fuego, al venir, juzgará y condenará todas las cosas

Παρμενίδης ὁ Ἐλεάτης

Y mención ya sola de vía
queda la de que es. Mas por ella hay puestas señales
Muchas: que, al ser no nacido, es ello imperecedero,
todo en entero igual y sin muda, y bien acabado;
nunca ni fue ni será pues ahora es todo a la una,
uno en sí mismo y continuo. Pues ¿qué nacimiento buscarle?:
¿cómo crecido y de qué?: ni de nada que no sea nada
concebir te dejo o decir (que ni concebible o decible
es que no sea; y ¿qué falta además lo habría lanzado
antes mejor que después del no ser nada a criarse?;
así que lo que es ha de serlo de todo en todo o no serlo)
ni a bien de lo que era una vez habrá fuerza de fe que permita
que nazca algo más que ello mismo. Por tanto, nunca ni hacerse
ni perecer lo ha dejado Justicia aflojando sus hierros,
mas lo retiene. Y el juicio sobre ello está en lo siguiente:
o es o no es. Y juzgado, como es forzoso, ya queda
que una hay que dejar, la sin nombre ni idea (que esa ni vía
es de verdad), y la otra, como es, que así es verdadera.
Y ¿Cómo va luego, en siendo, a morir?, ni ¿Cómo a criarse?:
si se hizo lo que es, no lo es, y si un día va a serlo, tampoco.
Conque el nacer queda así y el incierto morir anulado.
Ni es divisible tampoco, pues que es igual todo entero,
ni mas por acá (lo que le impidiera ser uno consigo)
ni por acá algo peor, sino que es de su ser todo lleno;
así que es todo continuo: que, siendo, a lo que es sigue junto.
Mas luego, quieto y sin muda, en linde de recias prisiones
está, sin comienzo, sin cese; que ya el deshacerse y hacerse
lejos se fue a perder y lo echó la fe verdadera.
Y, siendo lo mismo, en lo mismo quedando, yace en sí mismo;
conque firme allí mismo se está: que necesidad poderosa
en las prisiones del cerco lo tiene que todo lo abarca;
que es que no es de ley que lo que es no sea completo:
pues nada le falta; y si no, tendría falta de todo.
Y el idearlo es igual que aquello de que ello es idea:
pues, sin lo que es lo que es, en lo que está titulado,
no encuentras el concebirlo: que cosa no es ni ha de serlo
más que eso es que lo que es, toda vez que su sino lo ha atado
a ser total y quieto. Así que será todo nombres
cuanto han convenido mortales, verdad creídos que era,
lo de que nace y perece, aquello de serlo y no serlo,
lo de cambiar de lugar y mudar las espléndidas tintas.
Mas, como hay un último linde, es cabal y acabado
por doquier, semejante a la masa de bienredonda pelota,
del centro en todo sentido igualado: pues ello ni debe
ser mayor por acá o por acá menor para nada:
que ni nada habrá que, sin ser, pararlo pueda en llegarse
a lo mismo, ni siendo lo habrá, para hacer que fuera de aquende
más de lo que es o allende menor: que es todo sin mengua:
pues, igual por doquier a sí mismo, lo mismo en su límite reina.
Aquí te me paro ya en la razón de fiar y la idea
en torno a verdad.

[Parménides de Elea, trad. de Agustín García Calvo en Lecturas presocráticas, Lucina, Madrid, 1981]

2011/08/07

Lobotomías 1



He tenido un sueño. Uno que me visita de vez en cuando, una escena de Belle de Jour que toca en mi interior un rinconcito gelatinoso y dulce que la reclama una y otra vez como imagen recurrente.

Catherine Deneuve, bellísima, sofisticada, elegante, es atada a un árbol por sus criados. Luego la fustigan y le lanzan excrementos de vaca. En su rostro hay una expresión de placer como pocas veces se ha visto en el cine.

En mi sueño suplanto a uno de los criados y saboreo el blando tacto de una porción de estiércol, lo amaso y redondeo sin prisa, deleitándome en el calor vivo que rezuma. Soy el niño que fui en las mañanas nevadas de mi infancia, y todo el campo se ha cubierto de un maloliente manto marrón verdoso de nubes de vientre flojo. Las bolas de mierda revientan en la bella, que gime con cada impacto y yo por momentos me siento más audaz y más ansioso y me acerco. Renuncio al lanzamiento y, ya a su lado, soy blanco como ella de los otros criados mientras mis manos rebozan su cuerpo con el maná caliente.

Espero no escandalizarte. No sé qué pensarás de mí tras esta pequeña confesión de mi morboso sueño ni cuál es el motivo que me mueve a describírtelo. Cuando se repite, es tal la intensidad con la que impregna mi mente que paso el día entero sin poder quitármelo del pensamiento; incluso me descubro frotándome las manos en el pantalón para limpiármelas antes de coger algún objeto. Qué oscuros rincones alberga la mente, con qué malsanos deleites nos sorprende a veces. En fin…

Las fiestas han acabado y tú no has aparecido. La ciudad está hoy como a ti te gusta, cansada y lenta, abotargada en la resaca general que flota en el aire. Ha amanecido nublado y los barrenderos se afanan entre un vaho de silencio en retirar la alfombra de basura. Recorren las calles escobeando vasos, ecos y serpentinas sucias y despertando a los últimos borrachos que los rehuyen como si fueran guadañas lo que portaran.

Un año más me has negado el placer de tu visita y he de decirte que te eché de menos. Vi a tu hermana y me contó de tus quehaceres, tan intensos y apretados que seguiré conformándome con saber de ti por carta.

Te hablaría del trabajo, pero este ambiente de resaca me invita al sopor y a la siesta me dirijo.

Un abrazo


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